Mi mujer lo hizo con un negro

Después de mi lío con María me sentía muy culpable respecto a
Nuria, que no sospechó nada en parte porque mi trato entre María y yo siguió
igual de distante que siempre, parecía imposible que hubiera habido algo entre
nosotros. Esa incómoda situación por suerte se solucionó cuando nos marchamos de
vacaciones al Caribe.

Aunque nada parecía haber cambiado en nuestras relaciones
sexuales, yo estaba algo confundido, por lo que mi fogosidad había decaído algo.
No podía evitar pensar en María, supongo que porque tuvimos un sexo desatado y
prohibido o porque ella era mi criada o porque María me dio cosas que Nuria no
me permitía, como practicarlo sin preservativo o como el sexo oral que tanto
asco le produce a Nuria. Muchas veces llegaba a mis orgasmos pensando en la piel
oscura de María, en sus gritos salvajes, en sus enormes pezones marrones, en su
coño estrecho. Pero incluso así a veces perdía parte de mi erección y se me
reblandecía. A la semana o así de nuestra estancia en las islas Nuria empezó a
preocuparse, aunque no me dijo nada.

Hasta que una noche salimos a tomar copas por diversos
locales costeros, dejándonos de las formales rutas turísticas que habíamos
seguido con anterioridad. Llegamos a una discoteca de ritmos caribeños. Era un
espectáculo ver a tantos cuerpazos latinos moviéndose con tanta maestría. Nuria
quería bailar, pero a mí no me apetecía nada desentonar. Para no amargarla la
noche, me fui a la barra y la dejé sola en la pista, pese a que no me gusta ni
un pelo que se acerque a otros hombres, y menos como ese pedazo de negro que se
había pegado a ella, un bicho de metro ochenta, cabeza rapada, marcando todo
tipo de músculos con esa camiseta blanca sin mangas, con una apariencia
agresiva. En cualquier otro momento me hubiera interpuesto, pero dejé que Nuria
siguiera babeando.

El negro se movía muy bien y hacía que mi mujer pareciera una
experta bailarina, pero conforme pasaba el tiempo Nuria dejaba de mirarme, cada
vez más entregada a la pasión de su acompañante, que ya no se cortaba y
acompañaba sus movimientos de cadera con unos manoseos lascivos por encima del
vestido de mi mujer. Vi que le decía algo al oído y no soporté más y agarré a
Nuria y la saqué de allí, no sin antes recibir la recriminación de esa mole de
músculos.

-Os estabais pasando un poco, ¿no crees?, le dije enfadado.

-No ha pasado nada, Alejandro, sólo estábamos bailando.

-Yo cuando bailo con una desconocida no sobo sus pechos ni
arrimo tanto el paquete.

Tuve muchas ganas de mirar si mi mujer estaba mojada, pero no
me atreví. Cuando llegamos, eso sí, le hice el amor con más intensidad que
nunca. Fue el mejor polvo desde que habíamos llegado y Nuria me lo dijo.

-Parece que verme con otro hombre te ha excitado mucho.

Entre el alcohol y el sudor me decidí a mantener un tono
atrevido:

-Dime la verdad. Si no hubiera estado allí, tú te hubieras
largado con ese negro al hotel.

No se lo dije en un tono áspero y ella me siguió el juego.

-Álex, no me digas que ese tío no es el típico con el que
soñamos las mujeres. Es como si se te hubiera puesto a huevo una mulata
impresionante.

-¿Qué te dijo ese cabrón?

Se rió y me dijo que le había propuesto ir al hotel. Me
excitó oírselo decir y le pregunté que si a la noche siguiente volvíamos a ir y
nos lo encontrábamos le diría que sí. Ella se puso un poco seria y me dijo que
no iba a ponerme nunca los cuernos. Imagínate que yo te lo permito, que estoy
con vosotros, que te dejo desatar todos tus instintos. Tú misma has dicho que es
el negro de sus fantasías eróticas, le dije, y ella se quedó pensativa,
sonriendo sin darse cuenta. En ese caso aceptaría su propuesta, me contestó,
pensando que en parte no hablaba en serio, pues sabía que mis celos podían con
mis fantasías.

Pero a la noche siguiente, después de cenar y tomarnos unas
copas, la llevé al mismo local. Le recordé lo que le dije la noche anterior:

-Si le ves, bailas con él y si se pone cariñoso le cuentas mi
propuesta.

-¿Estás loco?

Pero se notaba que le ponía la situación, al igual que a mí,
que buscaba al negro por la discoteca. Está allí, tomándose una copa.

-Déjate ver.

-No sabes lo que estás diciendo, Alejandro, luego…

-Mira, te prometo que no voy a enfadarme contigo pase lo que
pase, hoy tú tienes el mando y esta noche permitiré que tus sueños se hagan
realidad.

Ambos estábamos algo bebidos y no tuve que insistir más. No
sé si sospechó que mi conciencia no estaba tranquila. Me senté lo más apartado
posible de la pista y observé a mi mujer, que se había situado estratégicamente
para ser vista por el negrazo. Estuve a punto de arrepentirme de haberla hecho
ponerse ese conjunto tan sexy con la excusa de levantar mi imaginación, ese
vestido blanco tan minúsculo y con tanto escote, esa tanga que se le metía por
el culo y que se le marcaba, esa ausencia de sujetador que tanto exageraba los
atributos de mi esposa tan dotada.

El negro no tardó ni dos segundos en dejar su copa y agarrar
por la cintura a Nuria, que sonreía diría yo que con excitación. Si lo de ayer
me pareció atrevido, esta noche levantaban fuego. Le comentó algo antes de
empezar, supongo que refiriéndose a mí. Al poco tiempo vi que ella era la que le
hablaba al oído a él. Entonces agarró del mentón a mi mujer y la besó moviendo
la cabeza de un lado a otro mientras que ella acompasaba su movimiento con su
cabeza y sus brazos, que sostenían la cintura del tipo. Sentí rabia, pero
también una erección que casi me dolió. Después del beso, la cogió de la
cintura, bajando su mano a su culo sin discreción. Ella me buscó con la mirada y
me dijo que me acercara. Ahora sentía mucha vergüenza, pero la situación era
irremediable.

-Alejandro, te presento a Hugo. Hugo, este es mi marido. Ella
no estaba cortada, ni mucho menos; ni él, que parecía estar habituado a todos
esos arreglos y que me estrechó la mano con una satisfacción infinita. Noté su
fuerza. Me dijo con su voz profunda y grave que se alegraba de que no fuera un
marido huevón. Luego tomó la palabra Nuria. Tú ve delante. Vamos al hotel. Pagué
las consumiciones y salí. Miraba hacia atrás y veía cómo caminaban enroscando
sus lenguas, cómo se abrazaban como animales en celo. Ya no era sólo Hugo el que
tocaba todo lo que podía a Nuria, sino que ésta le buscaba con más ansia a él,
sorprendiéndome en cierto modo que no se cortase, pues suele ser muy vergonzosa
para esas cosas públicas.

Yo subí en un ascensor y ellos en el de al lado. Estaba muy
empalmado, pero me jodía mucho pensar en lo que estarían empezando a hacer mi
mujer y ese cabrón. Llegué hasta la puerta, pero esperé a que salieran del
ascensor. Tardaron bastante, pese a que oí que había llegado al segundo piso.
Nuria tenía la falda bastante levantada y enseñaba mucho muslo. Hugo tenía sus
manos por debajo de la falda. Abrí la puerta cuando vi que se acercaban y entré,
encendiendo las luces. Cuando entraron ellos percibí con total claridad los
jadeos de mi esposa, que succionaba el cuello de Hugo. Él se separó de repente y
nos dijo que aunque ella mandara sobre mí, él mandaría sobre todos. Ella aceptó.
Desnúdate, me dijo. Me quité la ropa con rapidez y me quedé en calzones. Se
notaba mi erección, pero me dijo que fuera todo, así que enseñé mi mango, que
aún no dejaba ver todo mi glande, pero que se veía con líquido transparente a
raudales. Mira el cabrón cómo se excita sabiendo que voy a coger a su mujercita,
y se rió. No te masturbes hasta que no te lo diga o te daré por culo. Nuria
soltó una carcajada. El hijoputa me iba a torturar más de lo que pensaba.

Entonces desaparecí para ellos, volvieron al intercambio de
saliva, sus jugosas lenguas casi chasqueaban, Nuria le quitó su camiseta y sus
ojos se le abrieron de deseo, le tocaba ese pectoral perfecto, esos abdominales
hipermarcados, esos brazos interminables mientras bajaba su boca a su pecho,
lamiendo, recorriendo con la punta de la lengua todas aquellas zonas que antes
había estado palpando. Hugo casi ni se inmutaba, no demostraba ningún tipo de
emoción. Cuando ella bajó por debajo del ombligo, él dijo que parara. Me miró y
me dijo que le desabrochara el pantalón, de rodillas. Me costó bastante
bajárselos, porque estaban bastante apretados. Unos slips minúsculos para lo que
allí se encontraba se quedaron a la vista de Nuria. Increíblemente no estaba
empalmado, pese al gran bulto que se entreveía. Los calzones, ordenó, pero no te
separes tanto, dijo agarrando a Nuria, que no quitaba ojo de esa entrepierna. Le
bajó los tirantes y dejó la parte de arriba del vestido en su cintura, sus
pechos saltaron como dos resortes y temblaron hasta que Hugo se los cogió.

-Estás muy buena, mami, tu marido tiene suerte con una zorra
como tú, por fin voy a sacar provecho de este cuerpo.

Hundió su boca en esos senos tersos pero rígidos, esas bolsas
de medidas algo superiores a los 100 de pecho, a esos pezones rosados mirando al
techo que desaparecían entre sus manos y sus labios obscenos. En ese momento yo
estaba con las manos a los lados de la cintura de ese negro, dejando al
descubierto parte de su vello oscuro, demorándome ante la escena de las tetas de
mi mujer en la enorme boca de Hugo.

-Bájame los calzoncillos, papi.

Lo hice de un movimiento, y salió a la vista una verga
considerable aun estando morcillona todavía. Nuria le preguntó si no le
excitaba, llevando su mano a la carne de Hugo, a lo que él contestó que sólo le
excitaban las conchas húmedas.

-Apártate.

Me hice a un lado y se agachó, bajando hasta los tobillos el
vestido de Nuria. La tanga no cubría del todo su coño y, pese a que tenía
rasurado los laterales, se veía algún pelo, pues la tanga estaba desplazada a un
lado. La rompió con brusquedad y hundió la cabeza en su chocho, haciendo
explotar de placer a mi mujer, que le acariciaba la cabeza y la empujaba hacia
ella. Mmm, cómo hueles a hembra humedecida, me gustas. Hacía unos ruidos
exagerados con la boca que resonaban en la habitación. Me moría de ganas de
masturbarme, pero no podía. La jaló de las nalgas y la llevó a la cama, aunque
fue él quien se acostó poniendo los pies en la almohada.

-Túmbate sobre mí, mi amor. Y ella obedeció, enculándose
sobre su boca la muy perra. Estás mojada, cariño, mmm, así me gusta más… Y
ella gemía, cerraba los ojos, se complacía con cada lengüetazo en su vagina, a
juzgar por sus gritos le había encontrado el clítoris. Ahora sí que el negro
estaba empalmado, incluso antes de que Nuria le buscara el mango para
sacudírselo por su espalda. Qué polla tienes, Hugo, quiero que me la metas
entera. Me dejó helado, ella no solía decir esas cosas, supuse que se debía al
colosal tamaño y grosor de esa tranca oscura que mediría unos 20 cms de largo y
9 de ancho y donde su glande, también oscuro, no desaparecía nunca, pese a que
la mano de Nuria se afanaba en abarcarlo.

-Papi, estás demasiado parado, entretén un poco mi polla con
tu boca. No me moví de mi sitio, incrédulo de lo que había oído, esperaba que
Nuria le dijera que nunca me había comido el pene de nadie, pero, al contrario,
me gritó: ¡A qué esperas! Cómete su verga, joder. Así que me arrodillé en la
cama y agarré su polla. Era la primera vez que cogía una que no fuera la mía.
Olía muy fuerte y me daba mucho asco, pero las manos del gigante me agarraron de
la cabeza y me empujaron contra su pene, haciendo que mi boca se chocara con su
glande. Era enorme, tuve que abrir del todo la boca para engullir su capullo,
pero él seguía haciendo fuerza sobre mí para que tragase más. Estuve a punto de
llegar hasta la base y a punto de vomitar, pero pronto me acostumbré a su cacho
de carne cálida que no era tan repugnante como yo creía. Me afané en moverme de
arriba abajo, moviendo la lengua por su glande al mismo tiempo, agarrando su
verga con las dos manos cuando estaba en la punta. De lo concentrado que estaba,
tardé un poco en darme cuenta que Nuria, toda corrida, estaba compartiendo
manjar conmigo: si yo me centraba en la punta, ella iba a por la base y a por
los huevos y viceversa. Le dije que me masturbara, pero sólo tenía ojos para la
polla de Hugo. Qué polla tienes, macho mío, qué polla, repetía. Me corrí viendo
cómo se esforzaba en metérsela entera en la boca, aunque no me apartaba de esa
pértiga. Después de un largo rato, la leche de Hugo empezó a ser disparada, yo
había intentado apartarme a tiempo, pero no pude evitar recibir el primer chorro
en la cara, que casi me inunda. Nuria se moría por tragarse todo su semen. Se la
limpió a conciencia, la muy zorra, no dejó ni gota. De lo caliente que estaba,
unté mi dedo en la cara y me tragué su semen espeso y agrio casi con placer.

-Vamos, papi, te dejo que la cabalgues mientras me recupero,
me dijo sabiendo el muy cabrón que me acababa de correr. ¿No puedes?, pues
entonces mira. La agarró por la parte de atrás de las rodillas y la llevó al
borde de la cama. Se puso de pie y la jaló para arriba, abriéndola de piernas.
Ya estaba empalmado de nuevo. Se la metió poco a poco, Nuria jadeaba: ah, ah,
sigue, sigue, métemela más, metémela hasta dentro, jódeme como una puta, hasta
el fondo. Y él obedeció, pero con calma, hasta que sus huevos chocaron con sus
nalgas. Por primera vez al menos que yo supiera Nuria era penetrada por otra
polla distinta a la mía y disfrutaba como una perra. Él se movía de lado a lado,
todavía con suavidad, no había empezado a bombear sobre ella. Yo, como un
imbécil, le pregunté que si me podía hacer una paja, pero no me dejó.

-Súbete a la cama, me dijo. Obedecí y soltó la cintura de
Nuria para agarrarme la mía. Me cogió con una mano mi verga y echó para atrás la
piel. La tienes gorda, papi, no está mal para ser blanco, y se la metió en la
boca de golpe. Al mismo tiempo, embistió sobre Nuria, con violencia, golpeando
sus cojones en ella a lo bestia, los gritos de Nuria parecían de dolor, pero
decía sigue, sigue. No le había importado que él no se hubiera puesto el condón,
quería sentir la fuerza y el calor de la polla de Hugo, veía cómo se bamboleaban
desbocados sus senos a todos lados, aunque pronto me centré en esa mamada
salvaje que me estaba proporcionando un placer impresionante. Sentí que me iba a
correr y él me dijo que apuntara a mi puta. Me di la vuelta y apunté hacia ella,
derramando mi semen sobre su cara y sus pechos. Nuria se lo restregaba por sus
pechos y se chupaba con lujuria las manos. Mientras, Kunta Kinte seguía
jodiéndola. Ahora sí que estaba caliente, toma, toma, toma. De repente, se paró
y la dio la vuelta.

-Te voy a follar este culo, mi amor. Le besó el culo, le
escupió, le metió un dedo. Yo no creí que se dejara, pero sólo jadeaba. Tienes
un culo perfecto para ser taladrada, mi amor. Me acordé de que ella siempre se
quejaba de que tenía un culo enorme. De nuevo se me empalmó: ella nunca me había
dejado darla por culo, la iba a desvirgar otro tío. Colocó su glande en el
agujero. Parecía imposible que por esa abertura se introdujera ese pene enorme.
Te va a doler un poco ahora, e hizo desaparecer el glande, lo que provocó mucho
dolor en Nuria, que, sin embargo, pedía que siguiera. Mientras le iba
introduciendo más centímetros de polla, con el dedo le hacía una paja en la
vagina que él no podía ver, era una paja salvaje. Por fin se la metió hasta el
fondo. Con la mano que le quedaba libre, le estrujaba los pechos, que miraban
hacia la cama chocándose entre ellos. Empezó a embestirla y ella chillaba, pese
a que le dolía enormemente pedía más fuerza. Estuvieron mucho tiempo en esa
situación, hasta que por fin vi que unas gotas blancas se derramaron, el culo de
mi esposa rebosaba de semen de otro.

-Cuando te bebas toda mi leche te dejo que la poseas. Me
agaché y me tragué todo el semen que pude, le metía la lengua por el ojete y me
relamía del gusto tan repugnante. Después se la metí, entró con facilidad, pero
Nuria ya no gritaba, tenía la polla de Hugo, de nuevo en su máximo apogeo, en la
boca, aunque pronto la incorporó y se la metió en su coño, provocando otra
exhalación en mi esposa, que disfrutaba siendo atravesada por dos vergas a la
vez. Yo me corrí antes que Hugo y éste tuvo tiempo para cambiar de posición
numerosas veces, estaba logrando que mi mujer se corriera innumerables veces, no
sé a cuántos orgasmos llegó la muy puta.

Cuando acabó, se vistió y se fue. Nuria se fue a la ducha. Me
apeteció follármela otra vez, pero ella me dijo que estaba exhausta. Lo hicimos
varios días después, porque tenía el coño y los pechos irritados. Las vacaciones
habían acabado y volvíamos a Madrid. Ya casi ni me acordaba de María.

Por rocio

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