Mi sobrino Carlos, ese monumento de macho que acaba de convertirme en su amante, es el hijo de la hermana de mi esposo Juan.
Carlos es abogado, con un futuro promisorio. Acaba de recibirse con mérito en Barcelona. Y en cumplimiento de una vieja promesa, Juan, también abogado, lo ha contratado para trabajar en su prestigioso bufete.


La verdad es que yo hacía mucho que no veía a Carlos. Mis recuerdos de él, eran los de un jovenzuelo desgarvado de 17 años de edad y aún con la cara llena de acné.
Pero ese recuerdo no se acomoda a su imagen actual. Carlos ha crecido de tal forma que su apariencia asemeja la de un fornido vikingo. Muy alto, de espaldas anchas, rostro juvenil, largo pelo rubio atado que cae sobre su espalda y profundos ojos celestes.
Comprenderán ustedes, porqué cuando abrí la puerta de mi casa para recibirlo y lo miré a los ojos, mi entrepierna se mojo como la de una adolescente.

A propósito, mi nombre es Florencia y tengo 42 años. Soy, a los ojos de todos, la prototípica dama de alta clase cuya mayor habilidad es desenvolverse en reuniones sociales. Pero lo que casi nadie sabe es que hace tiempo me he asumido como una puta incurable. Me gusta el sexo y no puedo vivir si no tengo una buena polla al alcance de mi boca.

Me casé muy joven con Juan, que es casi 20 años mayor que yo y nunca tuvimos hijos.
Juan, debo decir, trata de cumplir conmigo regularmente, pero las limitaciones de su edad hacen que a mí mucho no me alcancen sus cuidados. A esta altura de mi vida no puedo conformarme con 2 cortos polvos a la semana. Creo que cualquier mujer fogosa necesita que la «sirva» un verdadero macho con vitalidad insaciable.

Mi cuerpo me ayuda mucho.
Físicamente estoy bien. Me he cuidado con esmero y visto ropas y joyas caras. No me privo de lujos en ese aspecto. Y lo más importante: aún tengo el placer de sentir como los hombres voltean a mirarme ó directamente me insinúan sus deseos.

Con solo ver a Carlos una vez, supe que me lo follaría. Tal vez sus 22 años y su parentesco con mi esposo le resultaran chocantes al principio, pero yo lo conquistaría.

Durante el primer mes Carlos se alojó en nuestra casa. Y Juan solo lo hacía trabajar en la oficina medio tiempo, así que convivíamos buena parte del día.
En esos momentos compartidos, yo abusaba de mi ropa más provocativa: Faldas cortas y ajustadas, camisas transparentes sin sostén, tacos de aguja ya fuera en zapatos, botas o sandalias.
Por las noches, soñaba con pasar las puntas de mis zapatos por las bolas de Carlos, para que este me tomara con furia y me llenara con su esperma.

Con tanto despliegue de mi parte empecé a notar que Carlos convivía con su bulto excitado en forma permanente. Para él debía ser un esfuerzo agotador soportar mi presencia. Yo no quería apurarlo. Yo quería ver su lucha por superar las barreras éticas para que cuando se lanzara sobre mí me hiciera suya con furia.
Y todo empezó una tarde en que yo estaba tendida al sol, bebiendo cava helada cuando él llegó del trabajo con intenciones de refrescarse.
Ni bien me vio en esa situación, noté el cambio instantáneo en el tamaño de su bulto.
Aún así me saludó con un besó que intencionadamente colocó muy cerca de mis labios y que duró un milisegundo mas de lo conveniente.

Yo estaba muy excitada. Su cuerpo de atleta era muy musculado y su traje de baño tipo tanga era francamente una provocación.
Lo observé nadar, y para apagar mi calentura bebí toda la botella de cava. Estaba borracha, aunque aún controlaba mis actos.
Seguramente el notó la trabazón de mi lengua por los efectos del alcohol cuando le pedí que me untara crema bronceadora en el cuerpo.

Me tumbé boca abajo y el empezó por desparramar la crema en mi espalda moviendo sus manos en forma de suave masaje.
Sentí que desprendió mi corpiño, para que las tiras no le obstaculizaran los movimientos y cubrir hasta el ultimo centímetro.
Sus dedos me irradiaban con corriente, y mi entrepierna parecía recibir de lleno todas esas descargas.

Después me dio vuelta y empezó a masajear mis piernas. Primero la izquierda, deteniéndose en mis pies.
Sentí como llevaba mi pie a sus labios y empezaba a chupar los dedos, introduciéndolos suavemente en su boca y saboreándolos.
Me estaba llevando al paraíso con sus caricias.
«¿Te gusta, verdad putita?».

«Siii», le dije.
Dejó de lamerme el pie y se bajó el traje de baño dejando al descubierto una enorme tranca erecta.
La acercó a mi boca y empecé a chuparla.

«Eso putita. Chupa chupa. ¿No te gusta la verga de tu marido que la buscas con cualquiera?»

Sus palabras me estaban matando de deseo.

El se dio cuenta y tumbándose en la reposera, apartó mi tanguita y me enterró su verga hasta el fondo.
Acabé casi al empezar. Sentí como la catarata de líquido salía de mi raja. Ese animal me estaba follando como yo no recordaba haberlo sentido jamás.
Su polla era enorme. Mi orgasmo era inacabable.
«Ahora vas a darme la colita, ¿verdad mamita?»
No, la cola no. Era virgen de allí, pensé. Pero no dije nada cuando sus dedos desparramaron mi flujo sobre la boca del ano y uno a uno los iba introduciendo para dilatar y lubricar.

Sentí mucho dolor cuando me penetró, pero de inmediato, el sufrimiento incial trocó en goce. Y ese goce se multiplicó cuando sentí hincharse su polla un instante antes de vaciar la carga en mi recto.

Luego se levantó, y se acomodó la verga dentro del traje de baño delante de mis ojos exhaustos.
«Eres una hermosa puta», me dijo con desdén. «Esta noche quiero verte en mi cuarto».

¡Esa noche!. ¡Con Juan en casa!. Sería imposible. Pero muy dentro mío sabía que complacería el deseo de Carlos. Su trato rudo, lejos de ofenderme, me había provocado un deseo infinito.
Luego él se fue de la piscina y yo, con pasos de borracha torpe sobre mis tacos aguja de puta, fui a mi cuarto a tratar de reponerme para lo que estimaba sería una larga noche.
Yo lo había buscado y había recibido con creces mi merecido. Carlos era una bestia sexual y no parecía tener ningún freno moral al respecto.

A la hora de la cena ya estaba repuesta excepto por el dolor agudo en mi culo.
Sentados los tres a la mesa, la conversación giraba sobre temas diversos.
Yo trataba aún de imaginar como haría para escapar de mi cuarto y complacer a Carlos sin que Juan lo notara.
Fue Carlos quien inesperadamente sacó un «as» de la manga.
«tengo ganas de ir al cine esta noche», comentó como al descuido. Y a boca de jarro agregó «¿Quieres venir Tía?».
Ante mi sorpresa, y antes de que pudiera articular palabra, escuché decir a Juan:»Ve mi amor, seguro que te divertirás un rato».

¡Mi propio esposo, sin saberlo, me estaba entregando a su sobrino!

No necesité mucho preparativo para salir. Mi actitud provocativa se había incrementado desde los sucesos de la tarde por lo que estaba vestida para que me follaran sin descanso. Así pues que nos levantamos y salimos en el BMW de Juan.

Desde ya que no fuimos al cine. Carlos condujo hacia un bar de copas muy oscuro y de excelente nivel que yo no conocía, a pesar de ser una autoridad en temas de salidas secretas. Como les comenté antes, tengo un círculo muy promiscuo de amigas que comparten sus aventuras al detalle

Nos sentamos en un rincón oscuro y comenzamos a beber y gozar del espectáculo.
El lugar estaba lleno. Nadie parecía prestarnos atención. Y Carlos masajeaba ininterrumpidamente mi rajita que estaba agotada de tanto secretar sus jugos.
También mordisqueaba mi oído y me hablaba alabando lo putita que era su tía, y lo que me había deseado todos esos años.
Después de un rato, me pidió que me arrodillara bajo la mesa y le chupara la polla.
Y yo, la señora de alta clase, me encontré obedeciéndole gratuitamente, sin siquiera protestar, como lo haría una vulgar prostituta que haría cualquier cosa por dinero.
La tomé con ambas manos y la lamí de tal forma que a poco de empezar Carlos vertió su preciosa y caliente carga en mi boca.
Luego de limpiarla, salí de debajo del mantel y ví que a mi alrededor las parejas estaban en situaciones más ó menos similares sin que nadie mostrara rastros de horror. Era un verdadero aquelarre.
A nuestra derecha, una joven muy hermosa de 17 años estaba desnuda hasta la cintura sentada en las rodillas de un gordo y asqueroso cincuentón, mientras este magreaba sus tetas con la boca y ella bebía cava sin ningún desparpajo.

Mientras yo observaba boquiabierta, Carlos levantó mi falda, y me sentó sobre él introduciendo la polla dentro de mi coño.
Yo empecé a bombearlo, apoyando solo las puntas de mis zapatos de tacón en el suelo para hacer tomar impulso.
Mi acabada no tardó en llegar.
Entre sueños de éxtasis, vi como la joven se levantaba se dirigía hacia Carlos y sin pedir permiso empezaba a besarlo en la boca.
Esa visión de lujuria me acabó una vez más y cuando abrí la boca para lanzar un suspiro de placer, el viejo que antes había observado con la joven introdujo su asquerosa y flácida verga en mi boca para que yo se la chupara sin ningún complejo.

Fue una noche mágica. Fui follada por Carlos y por varios parroquianos del bar y cargué en mi cuerpo y en mi boca la leche de al menos cinco hombres distintos. Perdí mis bragas y cuando subía al BMW medio borracha también me di cuenta de que solo llevaba una media puesta.

Regresamos como a las 5am a casa y antes de separarme de Carlos para poder yacer al fin con mi esposo y recobrar fuerzas, aún tuve el impulso de hacerle una última mamada.

Al otro día Carlos se mudó a su propio departamento. Y entonces tuvimos un lugar donde follar tranquilos.
Carlos me enseño el placer del sexo en grupo. El aportaba a las fiestas a sus compañeros de Universidad y yo llevaba a mis amigas mas putas de la alta sociedad.
Eran unas orgías como yo jamás tuve noticia antes. Ver a mis amigas pasearse por la casa con una copa en la mano y solo vestidas con bragas diminutas y carísimos zapatos de tacón, mientras jóvenes musculosos las magreaban y follaban sin descaro era un espectáculo de placer sin límites.
Todo empezaba normalmente. Mujeres maduras, pero en la flor de la edad, esclavas de maridos viejos y tan adinerados como impotentes, necesitadas de sexo, charlaban entremezcladas con muchachos de una belleza física irresistible.
Era una mezcla explosiva de gente conectada a un detonador de tiempo muy limitado.

Carlos me presentaba a los presentes acariciando permanentemente el lugar donde mi espalda se transforma en mi culo. Manteniéndome tan caliente que era apenas soportable.

El alcohol no tenía límites, y cuando empezaba su efecto deshinibidor yo me dejaba tanto lamer mi coño por alguna putita amiga o romper el culo mientras saboreaba en mi boca los jugos de múltiples trancas.

Hace ya tres meses que Carlos llegó a mi vida. Y yo he quedado embarazada aunque no sé de quien. Solo espero que Juan lo crea propio y también espero que a Carlos no le disguste follarme con mi ya incipiente pancita.

Por rocio

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