Iniciando a los invitados

Les voy a hablar un poco del tipo de pareja que
formamos Raquel y yo. Bueno, más en concreto les contaré en
que consistió cierta experiencia sexual que tuvimos en la época
de nuestro noviazgo, ya que llevamos casados cinco años. Por
entonces todavía tendría yo veintiocho o veintinueve años y
ella dos menos. El caso es que nuestra sexualidad, la practicada
por ambos, siempre ha sido satisfactoria y llevada a cabo con
una frecuencia grata para los dos, pero no hemos necesitado
montar tríos, intercambios u orgías para disfrutar del placer del
sexo, cosa, sin embargo, que nunca se ha de descartar porque
nadie sabe; es más, en nuestro caso puede incluso que ese tipo
de experiencias y juegos tarde o temprano aparezcan y lo
hagan con motivo del recuerdo que los dos tenemos
precisamente del día en el que aún éramos novios y nos vino a
ocurrir algo muy curioso.

Raquel es alta, morena y de curvas que hipnotizan, y
yo, según ella dice, soy su complemento masculino ideal, o sea,
que si cualquiera se pusiese a observar como follamos, ya fuera
hombre o mujer, inmediatamente se pondría a pegarse una paja
o hacer cualquier tipo de locura. Algo así pasó el día del que
hablo. Fui a visitarla a su casa, donde vivía con sus padres y
con una hermana menor que ella. Sus padres habían salido de
viaje por el fin de semana y su hermana casi siempre estaba
fuera, en clase o con la pandilla. Aprovechábamos estas
ocasiones Raquel y yo para enrollarnos a base de bien, pues la
casa era prácticamente para nosotros solos y recuerdo, tal
como lo seguimos haciendo ahora, que podíamos pasarnos horas
y horas de mete y saca y jugando con nuestros cuerpos a mil
cosas. Ese día no cuidamos especialmente nuestra intimidad y
fuimos sorprendidos en plena faena. La hermana de Raquel se
llama Olga y entre ambas hay una considerable diferencia de
edad, unos ocho o nueve años; físicamente se parecen
bastante, aunque Olga es una hermosa miniatura de Raquel;
son muy respetuosas la una con la otra y es cierto que en más
de una ocasión cuando Raquel y yo estábamos echando un
polvo en su dormitorio y Olga andaba por casa, ella nos dejaba
en paz. Hasta entonces siempre me pregunté que pensaría la
jovencita de la relación que manteníamos su hermana y yo,
porque era consciente de que más de una vez habría oído
nuestros jadeos de placer, y como sabía también por boca de
Raquel que su hermana aún era una inexperta en el terreno
sexual, me preguntaba además si no experimentaba ningún tipo
de excitación al intuir aquello a lo que nosotros nos
dedicábamos.

No me iré por las ramas. Raquel y yo empezamos a
desnudarnos en el interior de su dormitorio, que estaba al final
de un largo pasillo. Nos tumbamos en la cama y comencé a
besarle todo su cuerpo, toda su piel suave, tal y como a ella le
gustaba que hiciese. Solíamos follar con cualquier tipo de
música sonando. Le mordisqueé los pezones todo cuanto me
apeteció y luego lamí la raja de su coño también con paciencia
y gran deleite. Después me chupó la verga un rato con la
dedicación que ella sabía que a mi me agradaba. Mientras
succionaba sin pausa yo le acariciaba la cabeza, el cabello, el
cuello y la espalda. Lo hacíamos todo recreándonos y sin prisa,
pues nos gustaba que la follada transcurriese siempre en un
lapso de tiempo lo más amplio posible. Hacíamos que los
orgasmos tardasen en llegar y lo lográbamos a fuerza de
caricias y besos que se sucedían sin cesar. Cuando acabó de
mamarme bien la polla, pero habiendo yo guardado la corrida
para después, Raquel se tumbó en la cama boca arriba y
entornó los ojos para proseguir nuestro juego más relajada.
Abrió un poco las piernas flexionando un tanto las rodillas, con
lo cual dejó su raja bien a la vista. El negro vello de su sexo
parecía una alfombra tupida y siempre me ha excitado
brutalmente. Me senté en el borde de la cama junto a ella y
encendí un cigarro. No hace falta que repita que lo hacíamos sin
prisa. En su mesita de noche había un frasco de colonia cuyo
tapón tenía una peculiar forma que me llevó inmediatamente a
incluirlo en nuestros juegos. Introduje mi dedo corazón en el
coño de mi querida Raquel, para después de un rato de moverlo
frenéticamente sacarlo de allí y en su lugar meter el frasco de
colonia; mi novia notó la diferencia por el tamaño y por la
temperatura un poco más fría de aquel objeto, pero no se
molestó en abrir los ojos y mirar para comprobar que era. Ella
sabía que yo era limpio en el juego y que no hacía cosas que a
ella no le gustasen. Pero aquello, lo de introducirle el bote de
colonia por su lubricado coño, le enloquecía. En esto estábamos
cuando vino a ocurrir lo que en cierto modo ya he anticipado.
Habíamos dejado la puerta del dormitorio abierta y alguien nos
observaba sin que nos hubiésemos dado cuenta. No debimos
oír la puerta de la calle y allí estaban observándonos. Sí,
observándonos, porque había más de una persona. Si sólo se
hubiese tratado de la hermana menor de Raquel quizá la cosa
no hubiera tenido importancia y con cerrar la puerta todo habría
quedado en eso. Pero la joven Olga había llegado a casa para
estudiar en grupo con dos compañeros, Julia y Carlos, a los
cuales ya conocíamos Raquel y yo de verlos en compañía de
Olga. No sé que pequeño ruido hicieron que nos llevó a mi novia
y a mi a mirar hacia la puerta, en la que, los tres, Olga, Julia y
Carlos, se hallaban mirando boquiabiertos la escena que
teníamos montada en la cama. Inmediatamente Raquel, con
cara de cierto enfado, se cubrió un poco con la sábana y a mí,
la insólita situación me produjo algo de risa, pero mi cipote
seguía erguido y ellos lo podían ver en toda su dimensión, sobre
todo la tal Julia que, totalmente embobada, no le quitaba ojo.
Pero si la chica no dejaba de mirarme a Carlos le sucedía lo
mismo ante la visión de Raquel. Seguro que aquel chaval aún no
había visto a una mujer desnuda y mucho menos con las
enormes tetas de Raquel. La que parecía algo más
desconcertada era Olga; se había sonrojado y de aquel modo
estaba más guapa que nunca. Supongo que llevarían allí el
tiempo suficiente como para haberse hecho una idea de que
cosas sucedían en materia sexual, ya que sus miradas
delataban perfectamente que muy poco sabían del tema.

– Perdona Raquel, no era mi intención espiar- dijo Olga.

– De acuerdo-dijo mi novia-, pero ya os podéis largar.

Sin embargo allí seguían como petrificados los tres
mirones. No parecía que Julia y Carlos estuviesen dispuestos a
marcharse. Mi novia permaneció en silencio durante unos
minutos intentando cubrirme a mi también con la sábana,
aunque yo opté por ponerme en pie, estando como estaba
completamente desnudo. Me incliné hacia Raquel y la besé con
dulzura y comprendiendo cual era el estado de la situación
empecé a hablar con los chicos:

– No te preocupes Olga- le dije- salta a la vista que son tus
amigos los más interesados en mirar. Tú no has tenido culpa de
que esto ocurra.

Con esto Olga se tranquilizó un poco y me sonrío con
tal gracia que mi pene experimentó como una descarga
eléctrica que lo endureció más de lo que ya estaba. Eché los
brazos por encima de los hombros de los jóvenes y les invité a
aproximarse a la cama. Raquel me interrogó con la mirada y
mostró algo de desacuerdo.

-Vamos mi vida-le dije con cariño-¿no ves que son totalmente
inocentes y se mueren de ganas por saber lo que es el sexo? ¿a
que es verdad Carlos?

– Llevas razón- contestó sin dudar él.

– Y a ti Julia ¿te gustaría probar?

Julia afirmó con un gesto contundente que lo decía
todo. En cuanto a Olga, supuse que tendría las mismas
inquietudes de sus amigos, pero ante su hermana y ante mí

sentiría mucha vergüenza y no lo admitiría, así que estuve
seguro de que, en cualquier caso, permanecería junto a Julia y
Carlos a ver que pasaba. Julia no era una chica especialmente
guapa, pero su cuerpo era un plato suculento y apetecible para
un hombre; era rubia de pelo corto y sus gafas le daban cierto
aire de timidez que en absoluto llegaría luego a corresponderse
con la realidad. Por lo que respecta a Carlos diré que su
estatura era igual a la mía y además era un hombre atractivo,
como mi propia novia había dicho más de una vez, con
comentarios tales como: " ¡Qué suerte tiene mi hermana con un
amigo tan guapo como ese". Lo que quiero decir es que a
Raquel le gustaba Carlos, por lo que no pondría demasiados
reparos a que el juego se pusiese en marcha. Pero quien tenía
que empezar era yo, si no aquello no funcionaría; primero
atacaría a la que menos problemas plantearía por su evidente
estado de excitación, o sea, Julia. Cogí su mano y la acerqué a
mi miembro erecto para animarla a que me lo acariciase. Al
principio dudó pero poco a poco su mano fue agarrando con
fuerza mi dura polla mientras yo me apoyaba sobre ella. Raquel
casi no podía creer lo que veía, pero no dijo nada. Besé a Julia
en los labios y manoseé sus tetas, primero por encima de la
ropa y luego, habiéndole apartado la blusa y su sujetador
blanco, le acaricié la piel suave de sus senos, pellizcando sus
rosáceos pezones, lo que hacía que la chica se estremeciese
entre mis brazos. Olga y Carlos se habían sentado en la cama,
para seguir mirándonos junto a Raquel. Ninguno movía un dedo,
sólo se limitaban a observar cómo yo inclinaba sobre el suelo a
Julia y aproximaba mi pene a sus labios. Supongo que como
minutos antes había visto a Raquel comiéndome la polla lo que
hizo Julia fue intentar imitarla, algo que aseguro que hizo muy
bien, porque yo me sentía en la gloria. Miré a mi novia a los ojos
y percibí que estaba muy interesada en lo que Julia me hacía.
La chica merecía un premio al esmero que estaba poniendo
chupándome la polla y acariciándome los testículos, así que no
puse freno a mi orgasmo y me corrí en su boca. Como se asustó

un poco al recibir el semen tuve que retener su cabeza con las
manos para que no se apartase. Cuando acabé de eyacular la
solté y le sonreí, dándole un beso y llevándola en brazos a la
cama donde estaban los otros. Julia no dejaba de acariciarme y
ya parecía que no se quería separar de mí.

– ¿ No vas a hacer nada por Carlos mi vida?- pregunté a Raquel.

El chico se reclinó en la cama con la bragueta
abultada. Raquel parecía dudar, mientras nos mirábamos los
unos a los otros; así que de nuevo fui yo el que tuvo que dar
un paso adelante, porque a pesar de que todos nos hallábamos
en un tremendo estado de excitación, la timidez aún parecía
detener a más de uno del grupo. Bajé la cremallera del pantalón
a Carlos y le dije que se sacase la verga. Lo hizo sin rechistar.
Después me eché sobre Raquel y la besé hasta animarla mucho
y conducir su boca hasta la misma punta del pene de Carlos.
Empezó a besárselo como con miedo, pero la tuve que impulsar
a hacerlo con más descaro recordándole que ella lo hacía
mucho mejor. A Raquel parecieron molestarle mis palabras y
creo que con cierto despecho engulló todo el miembro de su
nuevo amante, el cual dio un gemido de gozo que nos puso a
los demás la piel de gallina. Al cabo de unos instantes mi novia
parecía entusiasmada con aquello pues la velocidad con la que
movía su cabeza mamando la joven verga era algo endiablado.
Pude ver como la caliente Julia había comenzado a masturbarse
metiéndose los dedos en su chumino. Olga, aún vestida, parecía
pedirme auxilio con la mirada. Le di un suave besos en los labios
y después acaricié sus piernas hasta derretirla. Metí mi cabeza
por debajo de su falda y fui ascendiendo por su entrepierna
hasta sentir el inconfundible olor de su tierno sexo, al que tras
apartar las braguitas busqué desesperadamente con mi boca.
Fue el manjar más exquisito que comí en los últimos tiempos.
Permanecí escondido bajo su falda un buen rato y cuando Olga
obtuvo el orgasmo que le regalé salí de entre sus piernas para
continuar aquella orgía. Pero a esas alturas ya no era preciso
decir a nadie cómo tenía que actuar, ya que me quedé atónito
cuando vi que el tal Carlos tenía clavada la polla en el coño de
Raquel, que a su vez se retorcía de gusto. Pero el cuadro de
aquella follada se completaba con la cabeza del muchacho
hundida entre las piernas de Julia, a la que le comía el coño con
fruición. Para tratarse de un inexperto, el joven ya había
probado en sexo más de lo que hasta entonces yo hubiera
podido anhelar. Eso si, allí se podía considerar que por
veteranía, Raquel y yo éramos los que dirigíamos la operación,
así que la labor de desvirgar a Olga y a Julia era mía. Mi novia
se encargaría de aleccionar a Carlos. Todo continuó por el
camino de la lujuria y el desenfreno. Mi novia gozo del sexo con
otro hombre, Carlos, que se convirtió en un experto amante
junto a ella. Yo por mi lado inicié a Julia primero y a la dulce
Olga después en la fascinación del coito. Fue algo digno de
recordar para siempre.

Por rocio

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