La empleada virgen

Estaba felizmente casado y con tres niños, gozando de un buen trabajo que nos permitía vivir holgadamente sin que mi esposa tuviese que trabajar ni en la casa, porque siempre acostumbramos tener una empleada doméstica. El problema siempre era que nunca lográbamos tener una empleada estable, y continuamente mi esposa cambiaba por cualquier razón que se presentara.

Yo estaba por entrar a mis 40 años y llevaba una vida sexual normal con mi esposa, hasta que un día apareció con una empleada, que llamaba la atención por su juventud, tenía sólo 18 años recién cumplidos pero aparentaba 15, era una bella señorita pequeña de estatura con un cuerpo precioso, un pelo negro largo, y unos ojos pícaros que invitaban de inmediato al sexo. Con una de esas miradas que dicen "quiero que me coman". Unos pechos no grandes pero bien paraditas y un fenomenal culo redondo que yo no podía dejar de admirarlo a escondidas, porque a todas luces era una fruta prohibida para mi, que siempre respeté mi hogar, y una chica así no debía de causarme sensaciones extrañas.

Pero llegó el día en que algo cambió nuestra relación. Como ella dormía algunas veces en la casa me lanzó un comentario poco inocente que rompió el hielo que yo mantenía con ella, me dijo cuando yo iba hacia la habitación donde me esperaba mi esposa: "dichosos ustedes que están casados y duermen juntos" esto lo dijo con una mirada bastante pícara que hizo despertar en mi el morbo por primera vez y sentí escalofríos de deseo. De ahí en adelante comencé a ser más simpático con ella y le hacia preguntas sobre el novio, que si sabía bailar, que si bailaba pegadito, hasta que con el tiempo me atreví a preguntarle si la habían acariciado o tocado alguna vez, y ella me confesó que su novio había intentado y tocado y que le gustaba, que le hacia caricias ricas, y esto terminó de ponerme casi obsesionado por aquella bella criatura virginal que ya me contó que nunca había visto un pene en su vida, ni su novio intentado penetrarla.

A estas alturas yo seguía con avances muy leves, pero aprovechaba ocasiones para comentarle lo rico que es dar un buen beso, acariciarse y hacer el amor y, que ya era hora de que conociera un pene, le comenté que yo me atrevería a mostrarle mi pene para que conociera uno sin correr ningún peligro. Yo solo le pedía que si ella algún día quería ser buena conmigo, que se me mostrara su cuerpito, aprovechando en la mañana ella podría salir en forma descuidada en ropa interior solo para verle el cuerpito bien y decirle si estaba tan bonita como parecía. Como yo siempre era el primero en levantarme y ella sabía mi rutina de ir hasta la puerta a recoger el periódico esta solicitud era muy razonable. Pero ella no accedió a nada, sólo hablábamos y guardábamos en secreto nuestras conversaciones y no se daban presiones. Ella siempre reía con mis pretensiones. Hasta que un día con motivo de un partido del mundial de fútbol, me quedé en casa a una hora no acostumbrada para ver el partido y sorpresivamente quedamos solos. Yo tenía puesto un pantalón de baño, me encontraba mirando el partido acostado en la cama, pensando en ella empecé a tener una erección y empecé a tocarme el pene y lo saqué por un lado, pensando que en cualquier momento ella podría entrar, lo que efectivamente sucedió pues ella entró de pronto a la habitación para recoger la ropa sucia del baño, yo me hice el descuidado como si estuviera concentrado en el partido, seguro de que ella vería mi erección y esperando su reacción. Para mi sorpresa se hizo la desentendida, mientras yo me tocaba el pene en forma insinuante. Ella se puso inquieta, yo la miraba de reojo y sabia que me observaba también de reojo mientras salía de la habitación, pero al ratito entraba nuevamente con algún pretexto y así lo repitió varias veces con la clara intención de mirarme ya que posiblemente le daba curiosidad y de seguro se había excitado al ver un pene por primera vez y bien parada, mientras que para mi era tal el morbo y la excitación que no resistía, en un momento que se retrasó en regresar no pude contenerme y la llamé, yo estaba con el pene afuera y totalmente erecto, le dije que se acercara mientras ella no dejaba de mirar el pene con unos ojos de lujuria que me hacían explotar, cuando estuvo cerca la abracé con pasión, acerqué mis labios a los suyos y ella se quedaba quedita hasta que nos fundimos en un beso, mis manos por primera vez recorrían ese cuerpo juvenil, cuidadosamente palpé sus senos mientras ella me abrazaba con gran excitación dejando que le hiciera mis caricias por todas partes, ella llevaba una falda por lo que pude llevar mis manos hasta sus muslos y palpar esas nalgas divinas con las que había soñado. De alguna forma levanté su falda y logré poner mi endurecido pene directamente un poco arriba de su panty para que sintiera mi pene en su piel, estábamos desbordados de pasión, ella me abría su boca y besaba mientras respiraba con gran agitación, mientras con mis manos le rozaba sus labios vaginales por encima de su panty y buscaba como llegarle con mis dedos directamente por un lado. Estábamos en lo mejor cuando escuchamos el ruido del carro de mi esposa que nos sacó de ese trance, nos separamos rápidamente, ella corrió a su habitación y yo con el corazón que se me salía continué viendo el partido. Pero ese momento nos dejó marcados y esperanzados de que se diera otra oportunidad en cualquier momento.

La siguiente mañana cumplió con mi deseo y cuando fui a recoger el periódico logré mirarla de pie frente a la puerta de su habitación en ropa interior y sonriente se dio vuelta, me miró nuevamente y cerró la puerta. La suerte estaba echada, con esa visión era suficiente para que no pudiera trabajar en todo el día. Que belleza de cuerpo con esa ropa interior estilo tanga, era una tortura, porque a partir de ese momento las oportunidades de estar solos se hacían cada vez más escasas, pero llegarían y llegaron. La conversaciones se hacían mas calientes y sin tapujos me pidió que quería ver mi pene de cerca, que se lo mostrara, mi reacción fue inmediata, de solo pedírmelo tuve una erección fenomenal, discretamente saqué el pene y se lo mostré, ella sólo sonrió tímidamente hasta que le dije que lo podía tocar, ella acercó su mano tímidamente y hasta en forma temerosa ya que en cualquier momento podía aparecer mi esposa o alguno de la familia en la casa llegaban muchos familiares, así que sólo cerró sus manos alrededor mientras yo sentía sus dedos como si fueran descargas eléctricas, y eso fue todo por ese día. En otras oportunidades aprovechábamos para darnos apasionados besos furtivos y tocamientos llenos de nervios y morbo, pero no se dieron mas avances, hasta que mi esposa tuvo un imprevisto y necesitó quedarse a dormir en la casa de sus padres, y quedamos solos cuidando a mis hijos.

Solo teníamos que esperar a que los niños se durmieran y ambos nos sonreíamos a cada rato con complicidad y llenos de malicia. Cuando me percaté que los niños estaban profundamente dormidos, decidí ir a la habitación de ella con la seguridad de que me estaría esperando y para mi sorpresa ella estaba acostada boca abajo en ropa interior, dejando ver ese cuerpo fenomenal y virginal. Yo como desesperado me le acerqué con dulzura a besarla frenéticamente y con deseo desbordado que ella correspondía, como dos enamorados que nos queríamos comer mutuamente. Ella se dio vuelta mientras yo pasaba mis manos por esa piel divina y suave, la acariciaba y besaba por todas partes. Empecé a luchar por desabrochar el brasier pues me moría por ver esas tetitas divinas, y más me emocioné al verlas todas paraditas con un botoncito de pezón que nadie había nunca probado, empecé a lamer su tetitas y ella se estremecía y gemía de placer. A mi se me olvidó todo, que estaba en mi casa, que mis hijos dormían y podían despertar, nada mi mente solo deseaba aquel cuerpito angelical que se contorneaba con mis caricias, ella me tomaba la cabeza y acariciaba mi pelo como pidiéndome que no parara de comerme sus pechos. Con mis manos trataba de acariciar sus labios vaginales y le pasaba mi pene erecto para que lo sintiera mientras ella se contorneaba jadeando de placer. Pronto fui quitando sus pantys y descendiendo con mis besos mientras ella quedaba totalmente desnuda. La besaba y lamía sus pezones mientras bajaba mi manos y con mis dedos en forma cuidadosa le rozaba por sus labios vaginales, notando una gran humedad, cuidadosamente llegué a tocarle el clítoris y ahí ella se volvió como desesperada moviéndose y diciendo "que rico" "pero que ricooooo que siento", con mucho cariño le introduje el dedo un poquito, pero aquí ella no pudo más y sentí que tuvo un tremendo orgasmo pues con gran desesperación gemía y movía como si estuviera haciendo el amor con mi dedo. Cuando se calmó un poco continué besándola lamiendo sus pechos pero ahora empecé a bajar y a lamer por sus muslos y su bello púbico, hasta que alcance llegar a su labios vaginales llenos de virginidad, llegando a tocar suavemente y por primera vez, el clítoris con la punta de la lengua, cuando lo hice, esa belleza explotó en otro orgasmo que parecía no parar, pues le metía la lengua por los labios vaginales, le lamía el clítoris mientras ella ya no gemía sino que gritaba de placer, mientras desprendía fluidos que empaparon su cama. Sus ojos estaban encendidos de lujuria como clamando por ser penetrada, me tomaba la cabeza y parecía que me quería hundir en su virginal vagina, pero al mirarla sentía que me pedía que le metiera el pene hasta el fondo, con sus manos buscaba torpemente mi pene e intentaba masturbarme con gran excitación, me acariciaba los testículos, parecía que me quería comer entero. No se cuantos orgasmos había tenido, pero ahora estaba más concentrada en mi pene, acariciándolo y haciendo movimientos como de acercarlo a sus virginales y húmedos labios vaginales que suplicaban ser penetrados.

Ella tomó el pene en sus manos y mientras yo subí besándola hasta quedarme concentrado nuevamente en sus pechos, ella se acercaba el pene y se lo rozaba por todas sus partes pero deteniéndome suavemente en sus rosados y mojados labios vaginales, de arriba abajo le acariciaba con mi pene, y de arriba abajo, mientras yo sentía riquísimo sobre todo cuando pasaba por su entradita que se encontraba caliente y totalmente hinchada, pero ella no me soltaba el pene como para que no la penetrara. No se como, pero mantuve la ecuanimidad, consciente del problema en que me podría ver envuelto si desvirgaba a una menor. Pero, de pronto soltó el pene y me abrazó fuertemente, no pude resistir y coloqué la punta del pene en su vaginita virginal, que estaba totalmente mojada y calientita, sencillamente riquísima, entonces empecé primero a acariciarla con el glande en movimientos rápidos hacia los lados y de penetración controlada haciendo que ella lograra otro orgasmo, pero fue tal el orgasmo que gritaba «que rico….más …más, que rico mi amor aayyy que ricoo» yo sólo empujé un poquito más, pero a pesar de estar bien lubricada, estaba muy estrecha y la penetración no se hacía tan sencilla, ella abría las piernas y se movía lujuriosamente, pero yo evitaba penetrarla totalmente, aunque ella hacía movimientos para ser penetrada más profundamente, de pronto se puso a llorar y a reirse al mismo tiempo, creo que de lujuria, mientras yo sentía que no aguantaba más y estaba a punto de eyacular. Entonces saqué el pene y empecé a rozarla como al principio hacía ella con el pene en sus manos, solo que esta vez empecé a pasarlo por el hoyito anal, lo que la encendió nuevamente, como si estuviera sintiendo una nueva sensación, pero en sus movimientos como queriendo que la penetrara hasta las entrañas acompañada de llantos, sólo logró que yo explotara en un tremendo orgasmo que dirigí a su pecho donde desbordé torrentes de semen como hacia mucho tiempo no lograba sacar de mí.

Ella, al calmarse me agradeció que le respetara la virginidad pero preguntó por qué no se la metí si ella ya había perdido el control. Yo le expliqué que igual disfrutamos, que yo prefería no ser el primero y le pedí que dejara a su novio que la desvirgara y a partir de ahí, la haría mía, le haría el amor como ella nunca había soñado. Ella siguió mi consejo, pero esa es otra historia…

Autor: Pedro
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Por rocio

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