Julian el hijo de mi amiga

Sandra prepara el desayuno de sus hijos. Se le hizo tarde y apenas da tiempo para cereal. Debe llevarlos al colegio, ir al súper, tenerlo todo arreglado para cuando el marido y los niños regresen en la tarde para irse al rancho a pasar el fin de semana. A sus 45 años, dos hijos a cuestas, es la perfecta señora de un empresario exitoso. Por otra parte la mujer se mantiene, gracias a sus dietas macrobióticas y sus clases de pilates y spinning, en un estado de salud envidiable y con una figura muy apetecible, como lo demuestran las miradas indiscretas de los hombres en la calle.

– José Alejandro, Sandrita, apúrense que van a llegar tarde a la escuela- pide la mujer

– Buenos días mi amor- dice el marido entrando la cocina.

Un beso en los labios, como ritual y lo de siempre:

– ¿Hay café?.

-Si corazón, ahorita te sirvo. ¿Quieres que te prepare algo rápido?- Contesta afectuosa Sandra.

– No, ya es muy tarde. Ya comeré algo en la oficina.

José Alejandro de 15 y Sandrita de 13 aparecen en la cocina, agarran un pan cada uno y salen corriendo hacia la camioneta de la mamá.

– Apúrate mamá ya es bien tarde- vocifera el adolescente.

– ¡Ah, claro! Ahora resulta que la que se tarda soy yo- Y concluye dirigiéndose al marido- Acuérdate por favor de traer los cuadros que están enmarcando. . Ah, y vente temprano, no quiero que salgamos muy tarde.

En la vida de Sandra todo parece perfecto. Un marido exitoso, dos hijos preciosos, una vida plácida. Todo a las mil maravillas..

– Pues, si Sandra, ya te digo. Ya no sé que hacer con este muchacho, no quiere trabajar, no quiere estudiar. Sólo estar de vago y salir con los amigos.

– Yo tengo una idea…. ¿qué tal si me lo llevo al rancho y lo pongo a trabajar? Ahí el trabajo es duro, para que vea que la vida no es fácil. Yo me voy a quedar una semana y creo que con ese tiempo se dará cuenta de lo que está desaprovechando.

– Me gusta la idea. Déjame platicarlo con Julio…

– Sólo avísame hoy porque nos vamos en la tarde.

– Claro yo te hablo al rato… bye

Sandra llega al rancho en compañía de sus hijos y de Julián, el hijo de 20 años de su amiga.. Como siempre el marido, por causa de tantas reuniones de trabajo de última hora, llegará más tarde. Como siempre, los negocios van primero. Pero Sandra acostumbrada a estas cosas no se queja. Cómo quejarse si su marido es tan cariñoso, tan amable, tan considerado. Buen padre de familia, excelente esposo, responsable, amigo de todos. Hombre exitoso, hombre de bien. Sin embargo, algo falta. Algo se le escapa a la mujer.

Mariana y Julio estuvieron de acuerdo en mandar a Julián a trabajar como peón, de hecho, lo obligaron. Durante el trayecto, el muchacho pocas veces habló, estaba realmente disgustado, pero no podía reclamar nada. Todo el camino fue haciendo su berrinche en silencio.

Empieza a anochecer cuando Sandra toca el claxón para que le abran el portón. Estaciona la camioneta, y mientras comienza a bajar las cosas del coche, aparece en la puerta de la casa una pareja que sonriente les da la bienvenida.

– Buenas noches Señora Sandra- dice la mujer alegre.

– Buenas noches Emiliana, buenas noches Federico, ¿cómo están.? – Contesta Sandra

– Buenas noches doña- replica el hombre- ¿Y el señor, viene más tarde?

– Si Fede, ya sabes cómo son las cosas con el señor, siempre con mucho trabajo.

– ¿Y la señora se piensa quedar la semana que viene como había planeado?- Pregunta el hombre mientras recoge el equipaje de la familia.

– Sí Fede. Pienso darle una remodelada a la casa, y por cierto, necesito que le digas a Plutarco que traje un muchacho que quiero que trabaje con él. Dile que me venga a ver el lunes temprano.

– Sí señora Sandra, yo le aviso a Plutarco.

Todos se acomodan en sus habitaciones. Julián no dice palabra porque su rabia es mayor ya que ahora resulta que será un simple peón. Él que es todo un chico bien, perseguido por las niñas en los antros, tendrá que hacer trabajos rudos.

Sandra se porta bien con él y le pide que ya no esté enojado y que mejor cambie su actitud para bienestar de todos. Julián sólo asiente con la cabeza y se quita su playera dejando ver su torso musculoso y firme.

– Perdón Sandra, pero tengo mucho calor y si las cosas van a estar así creo que prefiero dormir para poder empezar con “la bromita de mis papás” mañana temprano.

– Claro, que descanses – y Sandra le da un beso inocente en la mejilla.

Sandra oye a lo lejos la risa de sus hijos que se ya están en la alberca. Aún dormida ve el reloj, para encontrarse con la realidad de que son más de las ocho de la mañana. Su marido, en la noche anterior, ya tarde, le habló para decirle que una negociación de última hora lo mantendrá ahí todo el fin de semana. El domingo va a ir a buscar a los niños para que Sandra se pueda quedar la siguiente semana como habían quedado. A Sandra el cambio de planes no le sorprende; está acostumbrada. Quedarse sola tampoco le afecta, lo ha hecho varias veces y de hecho, lo ha disfrutado…

«Bueno, a mal tiempo buena cara», piensa. Y así, muy decidida empieza a afrontar el día, y se dirige al baño para quitarse el calor con un buen regaderazo.

Sé quita lentamente la pijama, abre el agua caliente, y mientras espera a que el agua se entibie, se mira en el espejo. Y el espejo le responde francamente. A los 45 años, aún mantiene una figura envidiable. Los dos embarazos, no han hecho mucha mella ni en el vientre de la mujer, que se mantiene redondeado y agradable a la vista, gracias a los ejercicios, ni en los senos, que gracias al poco volumen, se mantienen aún firmes y retadores . Sólo las caderas algo anchas, unas incipientes arrugas en el borde de los ojos y la manos levemente desgastadas por el paso del tiempo, delatan en algo que Sandra se halla en una edad madura. Pero las pompas firmes y las piernas esbeltas compensan aquellas «debilidades». Terminado el examen y a punto de entrar en la regadera, Sandra, de repente, siente que alguien la observa. Se le olvidó cerrar las cortinas del enorme ventanal que su marido mandó colocar en el baño, para poder observar, desde el jacuzzi, la hermosa vista del sembradío del ave del paraíso. El ventanal siempre le ha molestado a Sandra, pues aunque en aquella parte de la casa es difícil que miradas inoportunas se cuelen en sus vidas, si por alguna razón, se olvida de cerrar las cortinas, queda expuesta y la idea que alguien la pueda ver desnuda no le agrada para nada. Pero ¿y si algún curioso se colara?

Sandra, voltea hacia el ventanal y se queda petrificada mirando al joven que a su vez la contempla hechizado. Una mezcla de vergüenza e indignación se apodera de ella. Pero no se mueve, mientras el muchacho ruborizado, no puede apartar los ojos del cuerpo de la mujer. Ambos se contemplan por breves segundos, segundos que a ambos les parecen una eternidad.

Es la mujer la que al fin reacciona. Enojada y desnuda aún, se dirige a las cortinas y justo antes de cerrarlas contempla por un brevísimo instante en los ojos de Julián, una cara de admiración, deseo, y turbación. A pesar de cerrarlas con violencia, ponerse la bata y salir como loca a buscarlo, para reclamarle, la mujer siente que aquel enojo inicial, de forma extraña, se le reduce. Es así que, en el trayecto del cuarto al pasillo que da a la cocina, reflexiona, se da media vuelta y regresa al baño. Se quita la bata, entra en la regadera, abre el llave del agua fría y permite que ésta, a chorros, aplaque el calor que hay en su cuerpo.

Son las siete y media de la mañana y Sandra se toma un café en la cocina de la casa de lo que alguna vez fue una hacienda- . Está sola ya que la noche anterior su marido llegó a recoger a los niños para llevárselos a la ciudad porque al día siguiente tenían clases. A Julián no lo vio en todo el fin de semana. Plutarco se lo llevó a trabajar arduamente como peón, pero Plutarco no iba a estar en toda la semana, así que Sandra había decidido que fuera Julián quien le ayudara con la remodelación

En ese instante, recuerda lo que pasó con Julián y el ventanal y sus palabras replican en su mente mientras saborea el café. De pronto la sombra de un hombre la asusta. Un intenso e inexplicable nerviosismo se apodera de ella. El corazón le late apresuradamente.» Vamos Sandra qué te pasa» se dice » pareces una escuincla. Te vio desnuda. Gran cosa. Tampoco es el fin del mundo»

Se dirige calmada a la puerta y la abre.. Y se encuentra de frente con la mirada de Julián y sin darse cuenta de cómo, toda la entereza, la tranquilidad y el dominio se le derriten apresuradamente.

– Pásale. Buenos días- dice algo asustada.

– Buenos días, Sandra- dice el muchacho bajando los ojos.

El recuerdo de lo ocurrido unos días antes aún lo avergüenza.

– ¿Ya desayunaste?- Pregunta de súbito volteando el rostro hacia Julián. Así tan de repente que ella percibe, en esa pequeña ráfaga de tiempo que transcurre en que los ojos del muchacho la miran de nuevo, que junto antes de voltearse, éste contemplaba su trasero apenas cubierto por el short. Esta vez lejos de sentir enojo Sandra siente un pequeño cosquilleo agradable. «Después de todo» se dice «que una anciana como yo le llame la atención a este muchacho no está mal» Y se ríe para sus adentros de semejante pensamiento.

– No sólo tomo un café en las mañanas – responde aún más avergonzado el joven. El sabe que ella sabe que sus ojos juegan casi que impúdicamente con sus nalgas.

– Bueno, de todos modos el día que te espera es pesado y acostumbres o no te prepararé unos huevos. – Le responde

– Gracias Sandra.- Dice el joven entre humilde y confianzudo. Él pensaba en ella como una mujer y ella lo veía como un hijo al que debía atender.

– No me des las gracias que pienso sacarte el jugo esta semana – Dice Sandra inocente. Pero de repente ambos se dan cuenta de la posible doble intención del comentario y cada quien, por su lado, se ruboriza con sus pensamientos. Y así sin darse cuenta el ambiente se carga con una extraña e intensa energía sensual.

Sandra esta vez, ex profeso, mientras prepara los huevos, le da la espalda al muchacho que se sentó en un banco de la cocina, . Sin siquiera verlo, siente la mirada del joven que la recorre la espalda, el redondo y atractivo trasero, los firmes muslos, las bien formadas pantorrillas. Un indefinido calor se apodera de la mujer. Un rubor que ya no es vergüenza, sino un intenso deseo primitivo casi olvidado en las marañas de su civilidad, sube hacia su cuello, hacia su rostro. Jamás sensaciones parecidas la habían acompañado. Impulsos y deseos casi animales se le alojan en sus entrañas. No sabe qué pasa. Y poco a poco comienza a sentir que no le importa.

– Listo. Aquí están tus huevos. En la charola hay pan y el café en la cafetera. Desayuna mientras yo hago unas cosas. Ahorita regreso y te digo que vas a hacer

– Sí señora. Gracias señora – contesta Julián con una enorme sonrisa en tono de burla.

Sandra recuerda, que Julián era el nombre de Richard Gere en la película de Gigoló Americano, y este muchacho se lo recordaba tanto…

Sandra mira por un instante, hipnotizada, la sonrisa del muchacho, sale de la cocina, se dirige a su habitación, a su baño, se desnuda y entra en la regadera. Busca, como el día anterior, apagar ese fuego interno que de nuevo aparece. Esta vez sus manos, más que el agua fría se encargan de aliviarla.

El reloj dice las 9 de la noche. Sandra, en su habitación, intenta leer un libro, pero los hechos del día no la dejan tranquila. Una y otra vez, pequeños retazos de recuerdos le alborotan la calma, perturbando la lectura, mortificándole el espíritu. Al fin cierra el libro y con él los ojos. La mente se le llena de imágenes. El muchacho con el torso desnudo, con los músculos tensos, sudoroso por el esfuerzo del trabajo físico. La piel brillante que excita su mirada. El esfuerzo bruto, cercano a lo salvaje la incitan a mirarlo ya casi sin vergüenza.. El muchacho que la mira, primero sorprendido, posteriormente curioso para al final responder a la mirada ya casi descarada de la mujer. La blusa mojada que se le pega a la piel por el sudor que el calor del momento le produce, calor de sol de mediodía, calor de un cuerpo que se consume en el deseo, dejan entrever los senos de la hembra. El breve short, que en la mañana era un simple artículo de playa, se ha transformado ante la mirada del joven en diminuto y lujurioso objeto que apenas la cubre. Sandra se mueve inquieta en la cama. Intenta oír si más allá, en el otro cuarto, Julián, se mueve igual que ella incómodo, ansioso por la presencia perturbadora de la mujer. Pero el silencio nocturno es la única respuesta. El silencio y el sonidos de las cuijas…

Sofocada a pesar del aire acondicionado se levanta y se va a la cocina. Va en busca de agua. ¿O será que va en busca de agónicas respuestas para lo que la inquieta? Entra en la cocina, busca el apagador de la luz y justo al momento de prenderla siente su presencia. Ya es tarde. La luz. ilumina la estancia y con ella los ilumina a ellos. Él en ropa interior. Ella en tanga y mínima camiseta. Esta vez la confusión de ambos dura menos que un instante. Las miradas se tornan cálidas y luego ardientes. No hay palabras. Ni medidas. La lujuria se aparece y se burla del momento. Sandra ante la aún pasiva actitud del joven toma la iniciativa, avanza hacia él, a escasos centímetros se detiene, levanta sus manos y las pone sobre el pecho del muchacho. Éste se estremece como si de carbones encendidos se tratara, y en un instante, dejando de lado su minusvalía ante la amiga de su mamá, se aproxima la abraza y sus labios se apoderan de los de ella.

La mujer gime al sentir una boca extraña labios posarse sobre la de ella. Su boca se abre sumisa ante el ataque invasor de la lengua del muchacho. Las manos de éste desesperadas intentan apoderarse de todo el cuerpo de la mujer. Febriles se funden en un abrazo donde cada centímetro de la piel del macho se regodea de abarcar los de la hembra. El muchacho le arranca apasionado la poca ropa que la cubre y ella se le ofrece sudorosa y ansiosa al joven. Caen fundidos en un abrazo sobre el suelo de la cocina y sin medir palabras, el muchacho, de forma violenta la penetra. Ella siente el dolor de la brusca invasión de su vagina, intromisión violenta del muchacho. Pero poco a poco los sexos se acomodan y a pesar de que el chico sigue empujando violento la mujer siente que el placer se apodera de ella. Es una danza de bruscos compases, una danza de sudor y frenesí. La mujer acaricia, araña, muerde, respondiendo con sus caderas los embates del macho. Ya casi en un paroxismo de jadeos y convulsiones la mujer siente en sus entrañas que el muchacho se descarga. Los bufidos de toro le confirman lo que presiente. Julián alcanza el orgasmo y se desploma sobre ella, agotado, exprimido. A pesar de no haber ella alcanzado el éxtasis, la meta, o si quiera medias satisfacciones, Sandra, acaricia risueña la cabeza del muchacho. » No me habré venido» se dice «pero que rico es sentir que a una la desean. Y total» admite ya liberada de prejuicios » la noche es larga y la semana es joven» Y con ese pensamiento le dice al chico.

-Vamos a mi cama , vamos a estar más cómodos.

Y la noche cómplice calla otro secreto…

La noche corre desbocada hacia su encuentro con el alba. Sandra en los brazos de Julián piensa, recuerda. La semana se le junta en el espíritu y el futuro incierto la desconcierta. ¿Cómo pudo ser? Qué causas recónditas de su alma se desbocaron y permitieron que un torbellino irreconocible de pasiones se alojaran en su piel. ¿O es que siempre fueron y solo dormían esperando el conjuro adecuado?. Julián….muchacho dulce, tierno apasionado con esos ojos de venado enamorado, adorándola a ella. Y ella madre, esposa, señora de su casa, dama de sociedad, ejemplo de serenidad. Y ella lujuria sorpresiva, amor de camas y sábanas finas, entregas infinitas que nunca fueron y ahora son.

El fin de semana llega y con él sus hijos y marido que la han de regresar a su vida de quietudes del cuerpo y ajetreos cotidianos. ¿Y Julián? ¿Qué pasará con Julián? ¿Amante de ocasión? ¿Encuentros esporádicos de cuerpos ardientes? Sandra no sabe. Y mientras desconoce, una lágrima solitaria recorre su mejilla.

– Bueno ¿todo listo?- Pregunta el marido-. Sandrita, José Alejandro, súbanse a la camioneta porque ya nos vamos.

-Emiliana, Fede gracias por todo. Ah y hay les encargo a Julián, que trabaje duro mientras regreso por él

El joven murmura un agradecimiento mientras hunde los ojos en el suelo. Al fin aparecen los niños riendo y bromeando y se suben al coche. Y de repente aparece Sandra en las puertas de la casa. Serena, sencilla toda una dama.

– Emi, Fede ,nos vemos en 15 días. Por favor limpien y tiren la basura porque a Julián ya no le dio tiempo. Éste se sobresalta al oír su nombre en boca de Sandra. Lejano, distante.

– Y tú – dice Sandra dirigiéndose al joven.- Gracias por todo, lo hiciste muy bien.

Y sin decir más, se sube al coche, y parte hacia su vida.

relato exclusivo

Por rocio

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