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Magdalena tiene 12 años, vive en la sierra otomí-tepehua, a unos 70 kilómetros de Pachuca, y hace mes y medio enfrentó lo que para cualquier mujer podría ser una pesadilla.
A su edad se convertiría en el pago con el que su padre saldaría una apuesta.
Una tarde, Pedro, habitante del municipio de Acaxochitlán, regido por la práctica de usos y costumbres, se reunió con uno de sus compadres.
Al calor del aguardiente y las cervezas, Pedro decidió cambiar las reglas y en la rayuela no estarían en juego monedas ni alcohol, sino su propia hija. Magdalena sería el premio para el vástago del compadre, un joven de 26 años, quien aceptó el ofrecimiento.
El padre de Magdalena no tuvo suerte y perdió, por lo que enfrentó el reclamo del “pago”; la pequeña tenía que casarse de manera inmediata.
Ante esto, Magdalena un día a fines de enero salió de San Francisco rumbo a la cabecera municipal de Acaxochitlán, para explicar que pretendían casarla por la fuerza y ella no quería.
Aun cuando en su comunidad prevalecen los usos y costumbres, las autoridades obligaron a Pedro a respetar la voluntad de su hija y ahora Magdalena sigue con sus estudios y con sus juegos.
Dinorath Mota / El Universal
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