Natalia y el mar

Mis ojos se fijaron en ella tanpronto como entré en mi habitual bar de copas del Paseo Marítimo.Estaba sola en la barra atestada de gente y lucía un espléndidotipo enfundado en un escueto vestido negro. Nunca la había vistopor allí, aunque era normal, estábamos en Semana Santa yla afluencia de turistas en Palma es notable en esa época del año.

Saludé a un par de conocidosdel local y cuando me volví de nuevo hacia ella, ya no estaba sola. Charlando animadamente junto a ella se encontraba Rossana, una vieja amigamía. En una fracción de segundo estaba junto a ellas saludandoa Rossana, quien como es lógico nos presentó:

-Mira, Toni, esta es Natalia, unaamiga de BCN que está pasando unos días en casa.

Aquí es donde ella se fijópor primera vez en mi, nuestras mi miradas se cruzaron mientras le dabados besos. El resto de la noche lo pasamos los tres charlando animadamentey a la hora de despedirnos Rossana comentó:

-Mañana si hace bueno podíasdarnos una vuelta. ¿Sabes una cosa, Natalia? Toni tiene un barcode madera del año nisesabe que parece de la época de lospiratas pero que navega de coña.

A Natalia le entusiasmó laidea y quedamos los tres para el día siguiente. Hizo un díaprecioso, Natalia y yo pudimos intimar y conocernos un poco mejor, inclusollegué a pensar en una cierta empatía entre nosotros, nosé, pero había un algo que en ese momento no supe definir.Al volver de la pequeña travesía, hicimos planes de nuevopara los próximos dos días. Acordamos quedarnos a dormiren alguna cala resguardada de las que jalonan el litoral de la isla. Aldía siguiente invertí toda la mañana en hacer lospreparativos: gasoil, comida, bebidas, ropa de cama, niveles de líquidosetc. Reventado pero satisfecho cogí el coche y me encaminéa casa de Rossana para recogerlas camino del Puerto Deportivo. Al llegara su casa me esperaba una sorpresa: Rossana me comentó que no sesentía bien y que fuéramos nosotros solos. Tuve que empleargrandes dosis de autocontrol para no delatar mi exultante estado de ánimo;estaría a solas con la chica que me fascinaba y en mi terreno. Trasllegar la pequeña dársena deportiva, estibamos los cuatrobultos que portábamos, solté amarras y con el suave ronroneodel veterano motor diesel en poco tiempo alcanzamos aguas libres. Estábamosen mar abierto, la fresca brisa que entraba por el costado de babor mepermitió izar el génova y apagar el motor, con lo cual alcanzamosuna velocidad suficiente sin apenas escorar. El fiel y veterano barco navegabamuy a gusto con esa combinación de viento y trapo, se asentaba sobrela azul y rizada superficie con una prestancia digna de veleros de muchomayor porte, tan sólo sentía el silbido del viento entrela jarcia y el suave chapoteo del agua al romper en el tajamar. Unos delfinespasaron cerca de nuestra derrota y Natalia se emocionó con ello:

-Toni, ¡no sabes cuanto megusta el mar, la amplitud, la sensación de libertad…la aventura!-esta última palabra la pronunció con una gran convicción.Seguimos charlando durante la hora y media que duró la travesía,ella se interesó por el barco (verdadera pieza de museo segúnRossana), le conté como lo habíamos salvado del desguacemi hermano y yo, ya que al morir nuestro tío, su propietario, elbarco ya estaba bastante deteriorado y la familia pensaba deshacerse deél. Mi hermano Joan y yo decidimos remozarlo, gastamos mucho tiempoy todos nuestros ahorrillos de estudiantes, pero ahora teníamosun magnífico velero de 35 pies que era la envidia del pantalán.Ella a su vez me habló de su afición a la mar, inculcadapor un tío suyo, oficial de la Armada, que a la vuelta de sus viajessiempre traía libros de Melville, R.L. Stevenson, Patrick O´Brianetc. Poco antes de llegar a nuestro destino, ella se fue a proa y quedólargo rato ensimismada mirando el horizonte recostada en el relucientey suave palo, el barco tras un leve crujido se balanceó ligeramentey ella, instintivamente echó sus manos hacia atrás para abarcarel palo y no perder el equilibrio. Me excitó muchísimo verlaen esa postura de dulce abandono, y sólo la cercanía de lacosta me sacó de mi ensimismamiento.

Cala Falcó nos abríasu rada unas cuantas brazas al frente, es esta una cala estrecha, profunday ligeramente curvada, se ven alguna que otra cueva y se halla enmarcadapor unos altos acantilados que de momento no han sido hollados por lasgarras de los especuladores, promotores y demás fauna que desdehace años arrasa nuestra querida isla.

Cenamos en cubierta a la luz deun fanal con velas que colgué de la botavara y que conferíaa nuestros rostros un cálido aspecto que contrastaba con las tinieblascircundantes. Tras la cena seguimos en animada charla, ella se recostósobre mi hombro, buscando calor o tal vez protección, impresionadapor las historias antiguas que yo iba desgranando entre trago y trago decalvados y que hablaban de contrabandistas, sarracenos y piratas, eranhistorias que yo sabía desde pequeño por boca de mi tíoTomeu, quien nos deleitaba de esa manera en sus visitas a nuestra casacuando volvía de algunos de sus viajes como contramaestre en unbarco de cabotaje.

-¿Piratas? -se extrañóella-¿aquí?

– Hasta la toma de Argel por losfranceses, bien entrado el siglo XIX, estas aguas estaban infectadas depiratas berberiscos. A fin de cuentas estamos tan cerca de Argel como deValencia

Estas historias sobrecogieron aNatalia, un ligero temblor recorrió su cuerpo, que yo apretécontra el mío pensando que su reacción se debía alfrío y que el calvados que bebimos en notables dosis no le terminabade confortar. Nos miramos, y cuando yo me disponía a abrir la boca,ella llevó uno de sus dedos a mis labios, pidiendo así misilencio, después lentamente acerco sus labios a los míosy cuando los separó me dijo:

-¿Sabes una cosa, Toni? Nuncase lo había contado antes a ningún chico, pero hoy no séque me pasa, si es por el lugar tan mágico al que me has traído,o qué, pero siento que te lo tengo que contar. Es una fantasíaque tengo desde que era una cría…

… Me veía como una princesaviajando a bordo de un galeón de la flota de mi padre para reunirmecon el hombre a quien me habían prometido. Llevábamos variosdías de travesía, cuando una noche me despertó elgriterío y el fragor de las armas de una batalla que se librabaen cubierta, al parecer un barco pirata abordaba nuestro galeón.Pasado un rato se abrió la puerta de mi camarote y entróun joven y rudo pirata, el cual, pese a mis súplicas y amenazas,me ató a los postes de cama y me violó…

No sé por qué, peroesta idea siempre me ha excitado muchísimo, figúrate queuna vez viendo en casa de una amiga una película de piratas porla tele, me tuve que levantar e ir al cuarto de baño donde tuveun orgasmo bestial con sólo tocarme un poco. Otras veces he fantaseadocon ello mientras mi ex-novio me hacía el amor, pero Pau era untío tan prosaico y estirado que nunca se lo comenté. Sólolo sabes tú, aparte de Rossana, que es mi mejor amiga.

Yo sí que me habíaexcitado como un poseso escuchando la fantasía de Natalia, y leagradecí la confianza que había depositado en mí alcontármelo, por mi parte le comenté que tener fantasíasera algo normal y que no se debía de sentir rara por ello.

-Y tú, Toni ¿tienesalguna fantasía? -me dijo-

– Y tanto que sí, pero sila quieres escuchar será dentro, que aquí está cayendoun relente del quince.

La tomé de la cintura y laayudé a bajar la empinada escala que conduce a la sala de estar,ella se apretaba contra mí, atravesamos la estancia y llegamos alpequeño camarote de proa, la deposité suavemente en la grancama triangular que ocupaba todo el espacio y comencé a besarlay acariciarla, ella entró al trapo apasionadamente y cuando estabasupercaliente le dije que tenía que ir un momento al bañoa buscar un preservativo. -Por favor, no tardes, Toni-, me dijo mientrassalía cerrando la puerta.

Como navegante precavido que soy,suelo tener, en un pañol, ropa ya vieja como para llevarla por lacalle, pero que a bordo puede resultar útil en caso de caídaal agua o como ahora…

Rápidamente, y con el corazóndesbocado, me saqué la ropa que llevaba puesta y en su lugar mepuse una amplia camisa blanca y un pantalón de cordón decolores chillones que había comprado el año pasado en elmercadillo hippie de Formentera, completaba mi atuendo un pañueloa juego colocado en mi cabeza; de esa guisa entré en el camarotede proa vociferando:

-Vaya, vaya qué tenemos aquí.A fe mía que sois la hembra más apetecible que he visto enlos últimos meses.

Natalia quedó estupefacta,y yo temí haber hecho el ridículo más espantoso demi vida, pero tras unos eternos segundos, reaccionó magníficamentereplicando:

-¿Como habeis osado irrumpirde esa manera en mi estancia. Haré que los hombres de mi padre oshagan pagar cara esta afrenta!

– Los hombres de vuestro padre,ya hace rato que están en el regazo de Neptuno, los míosles arrojaron por la borda. Y ahora os haré mía os gusteo no.

-Jamás doblegareis mi voluntad,perro! -y me lanzó una bofetada al intentar besarla.

– Os ataré al palo del barcoy os haré azotar hasta que estéis bien domada!

La arrastraba hacia fuera del camarotecuando puso su tono de voz normal y me preguntó si pensaba azotarla.

-Sólo si tu quieres, lasreglas del juego las has de poner tú.

-Me gustaría ser azotada,pero sólo en el trasero y con eso, dijo señalando unas paletasde tenis de playa que tenía en el camarote.

La llevé hasta el centrode la sala de estar donde hay un poste que refuerza la cabina justo debajodel palo del barco y la coloqué mirando al poste y la atélas manos por delante de éste. Mientras ajustaba el cabo alrededorde sus muñecas, pude contemplar su expresión, era una mezclade excitación y resignación que me conmovió profundamente.La castigaría con dulzura, me situé detrás de ella,le rasgué su vieja camiseta, lo cual le produjo un gemido que mehizo subir la adrenalina, luego solté su pareo, y ante míse mostró la incomparable visión de un más que bienproporcionado trasero, que estaba solicitando las atenciones de mi paleta.La acaricié tiernamente antes de entregarme a su castigo, mientrasle susurraba al oído que si éste era demasiado severo melo hiciese saber de inmediato para pararlo.

Comencé a azotarla suavemente,su cuerpo comenzó a contonearse alrededor del improvisado postede tormento, poco a poco fui aumentando la intensidad de los golpes, ellacomenzó a jadear de placer. De vez en cuando descansaba para contemplarmejor la expresión de su cara y de su cuerpo. ¡Dios, comome excitaba aquello! Seguía dándole con la misma intensidad,cuando al cabo de un rato me gritó:

-¿Es que no sabes dar másfuerte?

Volví a aumentar la intensidadde los golpes hasta que me di cuenta que apenas podía contener unaslágrimas que salían de sus ojos. En ese momento decidídar por terminado el castigo. Solté sus manos y la apoyéde espaldas al poste.

-Espero que hayáis tenidosuficiente y os entreguéis ahora.

-Eso jamás, maldito bastardo!

-En ese caso tomaré por lafuerza lo que me negáis de buen grado.

…y me eche sobre ella que continuabacon la espalda apoyada al poste, jugaba a resistirse y me costóatar sus manos por detrás del poste. Ella quería guerra yme lanzó una patada que casi me alcanza en la entrepierna al tiempoque gritaba:

-Nunca mancillareis mi honor, bellaco.

Cogí otra cuerda, esta muchomás gruesa, ella jadeaba frenéticamente mientras la anchasoga iba ciñendo su espectacular cuerpo contra el poste, al llegara los tobillos me fijé en una pequeña mancha en la moquetadel barco…¡Había comenzado a correrse! Cuando acabéde atarla por completo me fije en sus maravillosos pechos, menudos, firmesy desafiantes como su dueña que totalmente desgreñada gritabafuera de sí:

-Vamos, culminad vuestro infameacto, sed fiel a vuestra condición de salvaje!

La acaricié y ella se estremecióy acercando mi pene a su entrepierna comencé a juguetear pasándoselopor sus ingles y la cara interna de sus muslos fuertemente amarrados alposte. Al poco de introducirlo en su húmeda y caliente vagina ellase corrió en frenético orgasmo. Nunca olvidaré sucara en aquel glorioso momento! Yo aún tuve tiempo pra unas cuantasarremetidas que la hicieron llegar por segunda vez al clímax, enesta ocasión los dos estallamos al tiempo. Caí rendido alpie del poste donde ella aún permanecía atada y ya muchomás calmada, quieta y con su cabeza ladeada en dulce abandono. Estuvimosasí hasta que algo húmedo rozó mi espalda. Lloraba.De inmediato me incorporé y me interesé por su estado:- ¿Te he hecho daño,cariño?- le dije mientras la desataba.

– No, no es eso, lloro de rabiaal pensar que lo tengo muy crudo para verte.¡Vives al otro lado delcharco!

La besé, la rodeétiernamente con mis brazos camino del camarote. Ya en la litera, la abracéy la dije:

– Sí. Pero salen barcos adiario. En tres horas nos podemos tener el uno al otro.

Por supuesto, volvimos a vernosvarias veces hasta que el tiempo, la distancia y las circunstancias separaronnuestros caminos. Es por eso que ahora, cuatro años despuésde aquella memorable noche en Cala Falcó, contemplo el mar desdela terraza de mi casa con una mezcla de nostalgia e impotencia.

-FIN-

Por rocio

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