Mi nombre es Carlos y me casaré dentro de unos meses, con 25 años. Pero eso no importa, porque ahora me viene a la mente una experiencia que marcó mi vida, en especial mi sexual, a mis 18 años de edad.
Soy de una familia de la alta sociedad de Barcelona, que proviene de las familias más progresistas y liberales de la burguesía catalana. Y como toda familia, la mía tenía alguna que otra tradición y peculiaridad.
Desde pequeño, siempre había oido hablar de una tradición que para la sociedad era tabú, pero que en mi familia era un rito de iniciación casi obligado. Sólo le afectaba a los varones, y todo aquel varón de la familia que no pasase por esa costumbre familiar, se le consideraba como a un "eunuco".
Y se llevaba con total naturalidad: en una cena de lujo, con toda la familia, se sentaba en el centro de la mesa el jovencito que celebraba su 18 cumpleaños. Luego del convite, había un pequeño baile, donde el niño bailaba con su madre con la aquiescencia de todos y después le daba un buen morreo delante de todos. Su madre le cogía de la mano y le subía cariñosamente hacia la alcoba nupcial de sus padres y allí el niño, supuestamente, perdía su virginidad y se hacía un hombre, PERO de manos de una mujer decente, de la casa, de la propia familia. Además, era una peculiaridad que hacía a esta familia diferente a las otras, más distinguida. Esta costumbre la hay en muchas culturas de otras latitudes, como la tibetana, alguna africana, antes la egipcia, etc, pero en la Barcelona de los noventa, a mí me parecía como de Almodóvar.
Y llegó el día. Mi Padre me llamó a su despacho, y me dijo:
– Carlos, hijo, que ya sabes que Mañana es tu puesta de largo en sociedad, y que tienes que pasar esa ceremonia de la que tanto has oido hablar. No te asustes, que yo la pasé y desde hace siglos la pasó todo Varón de la familia. Tú tienes que disfrutar, dejarte llevar, que ya sabes que yo soy el que la permite.
– Gracias, Papá. Iré así mucho más tranquilo.
Y con este panorama, en el que no había lugar a los remordimientos, llegó el día de mi cumpleaños y la cena con los invitados. Estaba toda la familia al completo, desde mis abuelos hasta las primas jovencitas, pasando por mi hermana. En la presidencia de la mesa estaba yo, y a mi derecha estaba mi hermosa madre, Laura, de 42 años, morena, de pelo moreno, corto, dejando su larga nuca al desnudo. Medía 1.71, de 55 Kilos, y una estupenda y delgada figura, con un pecho precioso, bien marcado, de 95 de medida.
Yo estaba voladísimo por la situación que se iba a avecinar, pero Laura me cogía de mi mano de vez en cuando, por debajo del mantel, para tranquilizarme, y me susurraba al oido:
– Carlos, cariño, estate traquilo que lo pasaremos bien, no te preocupes.
Y de vez en cuando me besaba en la mejilla.
– Mamá, pero esque estoy nerviosísimo. No sé si lo podré hacer.
– Claro que podrás, Carlos, cielo. Yo te ayudaré y te será muy sencillo.
– ¿Pero hay que llegar hasta el final, mami?
– ¿Cómo que hasta el final?
– Eso, …, si tengo que eyacular dentro de tí, y todo eso.
– Claro que sí, mi vida, es parte de la ceremonia. Pero no te preocupes de nada. Tú sólo disfrútalo. Además, sabes que tu padre lo hizo a sus 18 años y que todo los que están aquí lo ven muy natural.
– ¿Y no te dará corte? ¿No te enfadarás luego?. Nadie te obliga a hacerlo.
– Carlos, mi amor, quiero hacerlo, pues desde que me casé sabía este compromiso, y lo veo precioso. Te en señaré todo sobre el sexo. ¿Quién mejor que tu propia Madre para que te enseñe eso con ternura y cariño?
– Te quiero. Venga, dame otro beso.
Mientras la besaba, observaba su precioso escote, pronunciado, abierto y elegante.
Así llegó el brindis: "Por Carlos, para que e las manos de su madre empiece su vida adulta". Todas las miradas se fijaban en la nueva pareja, en Carlos y Laura, que delante de todos admitían que iban a estar juntos en el lecho de amor. Y llegó el baile. Obviamente, lo abrimos mi madre y yo, con un vals, abrazados, cerca el uno del otro, mirándonos a los ojos, y ella sonriéndome mucho. Al acabar, todos gritaron a coro: "El beso, el beso". Ese fue mi momento: para que no pensaran que iba a ser un pusilánime, tomé yo la iniciativa y agarré a mi madre de su cintura, la atraje hacia mí, acaricié su nuca y le besé en sus labios. Todo el mundo se deshizo en aplausos. Yo, instintivamente, miré a mi padre, pero vi que se reía.
Seguidamente, mi madre me cogió de la mano con la más amplia de las sonrisas, y me dirigió hacia las escaleras, ella y yo, a la vista de todos.
Dijo Laura: – "No nos vayáis a espiar, ¿Eh?, que el niño se me va a poner nervioso".
Los treinta invitados nos siguieron hasta la puerta de la habitación donde siempre dormían mis padres, pero esta vez mi madre entraba en la habitación de la mano de otro hombre, no de su marido, iba con su hijo, hacia el lecho, a la vista de toda la familia.
Era morboso: mi madre y yo en la habitación de mis padres, en la cama de matrimonio, juntos, ya excitados, y con la puerta cerrada con llave. Se oían risitas y cotilleos al otro lado de la puerta, pero enseguida mi madre se abrazó a mí por detrás, acariciando mi pecho y mi barriga con sus manos llenas de joyas, mientras me besaba muy muy suavemente mi nuca.
Yo soy moreno, un pelín más bajito que mi madre, algo gordete, con panza, pero no obeso.
En esa posición, notaba mucho la presión de los senos de mi madre en mi espalda, y su pubis chocando contra mí. Me sacó la corbata, la chaqueta y me desabotonó la camisa. Yo suspiraba.
– Chsssssssssssssssssss. Tranquilo, Carlos. Piensa que soy Laura, no tu madre.
Ya, pensé yo, ni que fuera tan fácil. Hace siete días me reñía por suspender y hoy me acariciaba el cuerpo y me besaba para excitarme.
Me dí la vuelta y estaba frente a mi madre, cara a cara, mirándole a sus ojos azules, rozando nuestras narices. Me atreví y le besé en sus labios, mientras la acariciaba por su cintura sin un gramo de grasa.
– Eso está bien, Carlos, sigue así.
Le saqué el colgante que tapaba su escote y mientras ella echó hacia atrás su cabeza, yo le besé en su cuello, lamiéndolo de arriba a abajo. Ella suspiraba de placer. En ese momento comprendí realmente que yo estaba dándole placer sensual a mi madre.
Nos abrazamos mucho más, y nuestros cuerpos estaban ya totalmente pegados. Ella me dijo:
– Carlos, besar, se besa así…
Y como una loba me metió su lengua en mi boca mientras me agarraba la nuca haciendo presión.
– Mamá, eres preciosa.
Me empezó a lamer, besar y hacer chupetones en mi cuello mientras con sus manos sobaba mi pecho y mi vientre, lo que me excitó más.
– Carlos, cariño, ya estás escitado, ¿No?. A ver, déjame verlo.
Y su mano se dirigió a mi paquete, que estaba a explotar. Puso una mueca de asombro, y nos reimos como colegiales. Me sentí más libre, más cómodo, y le besé su boca y su escote, haciendo algo de ruido. Ella me cogió las manos y las dirigió a sus pechos, que se los palpé a gusto, por encima de su vestido.
"Tampoco disponemos de mucho tiempo, cariño", me dijo, y me quitó la camisa, me quitó el cinturón y el pantalón mientras besaba mi pecho. Nuevamente acarició mi paquete con el calzoncillo, y yo metí una mano dentro de su escote, cogiéndole una teta a mi madre, palpándola a gusto, apretándola entre mis dedos.
Otra vez morreamos y ella se quitó el vestido. No llevaba sujetador, con lo que sólo quedó con las bragas.
– ¿Qué, te gustan, Carlos?. No muerden.
– Son preciosas, mamá.
Y me dirigí hacia ellas (sus tetas), las sopesé y las acaricié largo tiempo, mientras ella se echaba hacia atrás de placer. Besé su cuello y y bajé mis húmedos labios hacia sus pechos, para besarlos, lamerlos y mordisquear sus pezones. Eran míos, y los disfrutaba por completo, con su cariño y amor, pues dulcemente ella me acariciaba mi cabello. En ese momento, ella me cogió la mano y la dirigió a su concha. La metió dentro de su braga y ví que estaba húmeda.
– Esto, Carlos, significa que estoy super excitada y deseando que me poseas, que me penetres, cariño.
– Creo, Laura, que yo también estoy húmedo abajo.
– A ver … (Me dijo con una sonrisa pícara).
Me acarició un poco con las uñas mi panza y metió su mano dentro del calzonzillo. Mi pene ya tenía gotas preseminales.
– Buen tronco, Carlos, sales a tu padre, mi amor.
Me besó mucho en la mejilla, me quitó los calzoncillos y ella tiró sus bragas. Me tumbó en la cama boca arriba y ella se puso un chorro de aceite en sus pechos, un poco en la base de los pechos y en los pezones.
– Relájate, Carlos, siénteme.
Y me hizo una cubana super placentera, con sus pechos resbalando sobre mi erecta polla mientras ella me besaba mi panza y mi ombligo. Casi eyaculo.
– Ya estás preparado, Carlos, hazme tuya…
Y se subió encima mía, poniendo su vagina a la altura de mi polla. Sus pechos encima de los míos y su boca en mis labios.
Poco a poco me fui acoplando en ella y resbalé perfectamente por su monte de Venus gracias al aceite. Así, mi Glande encontró su agujero y poco a poco fue entrando en su cueva húmeda y apretada. Ella no me quitaba ojo de encima, me hablaba dulcemente, me susurraba y movía sus pechos sobre mí.
Yo le apreté sus glúteos y su cabello, metiéndole mi lengua en su boca, mientras mis embestidas se hacían más y más fuertes.
Nuestros jadeos y movimientos en la cama eran cada vez más fuertes.
De repente, mi madre exclamó: – ¡ Entra !.
Yo puse cara de asombro, pero ella me besó los labios repetidamente.
– Tranquilo, mi cielo. Es parte de la ceremonia, tiene que haber una testigo. Concéntrate y no pierdas la erección.
Era mi propia Tía, la hermana mayor de mi padre, de bastante buen ver, de 47 años. Metió su mano fría entre nuestras dos barrigas y palpó la penetración.
– Bien, tortolitos, carlitos ya es un hombre. Venga, Laura, remátalo. Yo os dejo. (Dijo mi tía).
Mi madre se incorporó un poco y se cabalgó en mí. Empezó a acelerar el movimiento mientras me ordenaba que le sobase las tetas. Así lo hice. Ella cabalgaba cada vez más hasta casi hacerme daño. Entonces la acerqué hacia mí y le besé mucho su mejilla y su cuello.
– Mamá, me corro, voy a correrme…
– Córrete, Carlos, hazte un hombre, échalo, cariño.
Y me corrí como un loco, mientras ella me besaba el cuello y deceleraba lentamente el apoteósico ritmo de nuestras embestidas.
Estuvimos así, relajadísimos, el uno encima del otro, como cinco largos minutos, respirando hondo, sin prisas, disfrutándonos, acariciándonos los cabellos y el cuerpo, ya sin tensión ni excitación, sintiendo como uno respiraba encima del otro, mirándonos y riéndonos.
Nos lavamos un poco y supimos que jamás lo volveríamos a hacer. Sobraban las palabras. La tradición era clara: Una noche.
Nos arreglamos y abrimos de par en par la puerta, salimos de la mano, con una sonrisa cada uno y restos de sudor evidentes. Y los treinta comensales nos estaban esperando al pié de la escalera. Nos aplaudieron y mi madre me besó la mejilla.
Sobraban las palabras.
🙂
En esta misma dirección web puedes usar el buscador y leer mis otros cinco relatos sobre Amor Filial:
Me abri a mi hijo
Edipo
Tocando a mamá
Una cama para dos
Reviviendo con mama.