Por algo se empieza

Yo me consideraba heterosexual y así viví mucho tiempo, hasta que en mi madurez, casado y con hijos, empecé a leer con cierta curiosidad morbosa relatos porno. Reconozco que los que más me excitaron fueron los de ambiente gay, y así fui penetrando en ese mundo misterioso y hasta maldito, por lo menos para la gente de mi ambiente habitual.

Recuerdo que una de las lecturas que más me impactó fue una que se refería a las delicias del sexo oral entre hombres, tanto para el que recibe la felación como el que la hace, vamos, para ser claros, para el que mama una buena polla. Aquella lectura me caló tanto que empecé a tener ensoñaciones sobre el acto, primero pensando que era mi verga la que era chupada y, luego que era mi boca la que la recibía y volvía loco a mi imaginario amante.

Hasta aquí, todo teoría y sueños eróticos que llegaron a ser obsesión. Pero ya despierto, veía a los hombres y pensaba: ¿Se la mamarias a ese? Y me decía que jamás se lo haría a éste o aquel individuo.

Pero todo cambió cuando entró un nuevo camarero en el bar al que, casi a diario, voy a tomar mi aperitivo antes de cenar. Era un chico de entre 20 y 25 años, moreno, no muy alto, pero bien proporcionado, con cara de adolescente la nariz respingona y, lo más llamativo, unos labios gordezuelos que invitaban a besarlos y morderlos. Total, que me di cuenta que me había enamorado de él y empecé a centrar en su persona mis ensoñaciones homosexuales.

Me dije que sería con que él que me iniciaría en los placeres prohibidos. Pero ¿cómo decírselo? Soy una persona respetada entre mis vecinos y, sobre todo, no deseaba sufrir su rechazo, pues me habría muerto de vergüenza.

Así, iba todos días, a mi hora habitual, y no dejaba de mirarlo con insistencia, tanta que empezó a sospechar algo, pues a veces me sonreía. Hasta que un día me atreví a insinuar algo. Recuerdo que estábamos solos, cosa rara porque es un establecimiento bastante frecuentado. Me sirvió mi habitual cerveza y al preguntarme sobre lo que deseaba de aperitivo le contesté:

– Quizás morder tus labios- le dije medio en tono de broma.

– ¿Te gustan mis labios?- preguntó en serio, y tuteándome por primera vez.

– Si, mucho – me atreví a contestar, esta vez en serio.

– Entonces ¿Porqué no lo pruebas? ¿y solo eso? – Me dijo alegremente.

– Cuando, donde?

– Mira, mañana tengo descanso, tendré el día libre. Ve a recogerme con el coche a las 7, cuando salgas de tu trabajo, calle A, esquina a B.

– Allí estaré – Y me despedí hasta el día siguiente.

Confieso que cuando salí, tuve miedo. Temor a que alguien nos viera, pues aunque mi ciudad no es pequeña y me había citado lejos de mi barrio, siempre cabe la posibilidad de que alguien te vea en situación comprometedora. Pero era tal mi deseo que superé a todas la prevenciones y advertencias que yo mismo me hacia. Esa noche, antes de dormirme soñaba con mi joven amigo y las cosas que podría hacer, aunque una cosa tenía clara: deseaba con todo mi cuerpo hacerle una buena mamada y llevar a la práctica la teoría asimilada. Y puestos a soñar, más cosas aún.

Al día siguiente, dejé dicho en casa que me demoraría después de salir del trabajo, pretextando una reunión con algunos compañeros y, a la hora convenida, estacioné el coche en el lugar indicado por Anselmo, pues ya es hora de que diga su nombre; el mío es Lorenzo.

No me hizo esperar mucho tiempo; a los 5 minutos abría la puerta del coche, me saludó y me indicó la dirección de un motel de las afueras, situado a unos 5 Km. del límite de la ciudad. Mientras conducía en silencio, le miraba de reojo. Llevaba una chaqueta deportiva gris perla, sobre un polo blanco que marcaba sus pectorales, y unos vaqueros. Sencillo e informal, pero elegante. Yo iba nerviosísimo, mientras él permanecía tranquilo, dueño de sí; era evidente que no era su primera vez.

Cuando llegamos al lugar indicado, baje para tomar habitación y nos dirigimos para aparcar delante de la misma. Entramos y en cuanto cerré la puerta detrás de mí, acabó mi nerviosismo. Me abracé a él y asalté su boca con un beso voraz, que él contestó metiendo su lengua entre mis labios. Por fin alcanzaba uno de mis presentidos anhelos: besar aquella boca y morder su labio inferior, tal como había soñado tantas veces. Nos desnudamos uno al otro con rapidez, nerviosos por lo que anticipábamos, y aún de pie, continuamos los besos, acompañados ahora por las caricias de nuestras manos, que recorrían nuestras espaldas y bajaban hasta las nalgas. Sentía su poya erecta y levantada, contra mi vientre.

Poco a poco desvié mis besos de su boca y pasé a los hombros y luego a su pecho lampiño. Mi boca se fue deslizando por su vientre, el pelo púbico, hasta caer de rodillas frente a aquel miembro que tanto había ansiado. Miré hacia arriba y él intuyó lo que deseaba hacerle. Tomé con mi mano derecha aquel miembro, no muy grande, es verdad, pero maravillosamente proporcionado. Mi mano izquierda agarró su nalga con desesperación. Y mi boca se fue hasta su ingle. Así besé, lamí; luego pase a uno de los testículos, conseguí meterlo en mi boca y degusté por vez primera el sabor del sexo de un hombre. Abrí sus piernas y con dos dedos comencé a acariciar su perineo y su ano.

Luego, empecé a pasar mis labios entreabiertos por todo el tallo de la verga, desde la raíz hasta la cabeza, paseé mi lengua por toda ella, insistiendo en los bordes redondeados y el frenillo. Allá arriba oía como desde muy lejos los jadeos de mi amante, sus quejidos de placer, y aquello me enervaba y ponía mas caliente si cabe. Puse la cabeza de la polla entre mis labios entreabiertos, húmedos porque había pasado mi lengua previamente, la mantuve así unos segundos y, por fin, introduje de un solo golpe todo lo que me cupo en la boca. Mi mano se deslizó hasta la raíz y la otra acertó a meter en el ano de mi amante el dedo corazón, que enseguida se puso a la tarea de estimular la próstata.

Se notaba el gusto que estaba recibiendo porque inició un movimiento de caderas como follándome la boca y sus manos se pusieron detrás de mi cabeza, notando que estaba por venirse, saque la polla de mi boca y continué mis lamidas al tallo de aquél instrumento. A poco, cuando se había calmado un tanto, volví a mi follada bucal, acelerando el ritmo de vaivén de mis labios y las caricias linguales a la cabeza. Esta vez, ya no pudo aguantar más ni a mi me dio tiempo a frenar. Sentí cómo llegaban los espasmos previos a la eyaculación y mi preparé para recibir y degustar la leche que me enviaba mi amante. Porque en esa primera mamada de mi vida quería probarlo todo.

Saqué toda la polla, excepto la cabeza, que quedó entre mis labios, y preparé la lengua para recibir la descarga, cuyas pulsaciones no tardaron en llegar. Caté aquella sustancia pastosa, con sabor agridulce nada desagradable, sino todo lo contrario, y tragué cuanto pude aunque no pude evitar que algo se me cayera por las comisuras de mis labios.

Cuando terminé, me puse en pie y le ofrecí mi boca, que él besó con ansia. De di a probar su propia leche y así estuvimos un rato; luego nos acostamos abrazados para descansar. Y seguir

Pero eso será en un próximo relato.

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Autor: atuad201
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Por rocio

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