Prostitucion en Chiapas Mexico

En este ejido de Chiapas, la virginidad de una niña de 12 a 15 años se vende por mil pesos y la someten a la «servidumbre por deudas»

EJIDO LA LIBERTAD, Chis.- Aquí, si se da un paso en falso, cabe la posibilidad de caer del mapa o simplemente desaparecer, no sólo porque el ejido La Libertad se localiza en la punta de la frontera sur en Chiapas, en la latitud más extrema del estado y del país, sino porque además todo aquel que camine en este lugar por la zona de tolerancia y no pertenezca a la región es visto como persona non grata y sospechosa; sobre todo en la noche, cuando aparentemente no se sale a otra cosa que no sea tomar cerveza y ejercer el comercio sexual en uno de los múltiples prostíbulos, distribuidos uno tras otro, en hilera, alrededor de sus calles de tierra y sin alumbrado.

Desde esta perspectiva, La Libertad se convierte, paradójicamente, en sinónimo de encierro, cautiverio y de ancla para la explotación sexual en los lugares conocidos como «centros botaneros», en los que se ejerce la prostitución desde las 12 del mediodía hasta las 5 de la mañana de lunes a sábado, mientras se atraviesa por cortinas de encaje rosa que simulan puertas y se escoge una canción en la rocola para bailar con la «mesera» que se prefiera.

En la frontera sur del estado de Chiapas existe prostitución tolerada y regulada por las autoridades, la cual se lleva a cabo en espacios designados para tal fin, conocidos como zonas de tolerancia, consideradas por los propios lugareños como de alto riesgo y sordidez debido a su vulnerabilidad como frontera y al extenso flujo migratorio.

En este territorio de vegetación exuberante el calor es agresivo: 38 grados a la sombra; por ello tomar una cerveza fría en un «centro botanero» permite descubrir a la dueña del negocio dando instrucciones y al cliente escogiendo una mujer menor o mayor de edad. La tarifa va de 20 a 500 pesos, con la salvedad de que las niñas entre 12 y 15 años -que simulan ser hijas de las meretrices del lugar y al igual que sus madres, ya visten con atuendos ajustados y escotados- venderán su virginidad por mil pesos.

Llama la atención que las niñas de la zona costera a los 12 años alcanzan un desarrollo físico igual al de una joven mayor de edad. Al respecto, según estimaciones de Fin al Tráfico y Prostitución Infantil (ECPAT, por sus siglas en inglés), es significativo que la vida sexual activa de las niñas en Chiapas comience a esa edad, por lo que es muy frecuente que las jóvenes antes de los 15 años ya sean madres. De igual modo, Chiapas ocupa el porcentaje más alto del país en cuanto a población femenina en el rango de 12 a 14 años que se encuentran casadas o en unión libre.

Más prostíbulos que escuelas

Esta zona se caracteriza por las condiciones de pobreza, marginación y desigualdad en que vive la mayor parte de la población, y también se observan más prostíbulos que escuelas y canchas de futbol, a pesar de que, según resultados del segundo Conteo de Población y Vivienda 2005, la mayoría de los 5 mil habitantes de La Libertad son jóvenes; 59% son menores de 30 años y la edad media es de 24 años; en el municipio de Suchiate, Chiapas, 27% de la población mayor de 15 años no completó estudios de primaria.

En La Libertad, así como en ciudades cercanas como Tapachula y Ciudad Hidalgo, da la impresión de que la gente va y viene todo el tiempo, está de paso, sin arraigo; por tanto, la sordidez de la calle, la vulnerabilidad y los flujos migratorios son condiciones que -según observadores- pueden llevar a las niñas y niños a transitar por caminos insospechados de explotación laboral y sexual.

Sin embargo, mujeres y jóvenes que han sufrido de explotación sexual en Ciudad Hidalgo justifican esa acción: «Los dueños de los bares no nos denuncian a Migración, nos tratan bien, nos dan trabajo aun siendo ilegales; nos pagan más que en nuestro país y nos ayudan a llegar a Estados Unidos».

A simple vista, en las zonas de tolerancia, no se aprecian los espacios en los que se realiza el intercambio sexual; los cuartos están en la parte posterior, equipados con televisor y un camastro, y si tienen ventilador el precio aumenta. Las mujeres que ahí trabajan presentan a sus clientes los resultados médicos que verifican que se encuentran «libres» de ETS (Enfermedades de Transmisión Sexual), VIH y sida. Todas tienen que portar su tarjeta de salud, someterse a revisión médica ginecológica cada dos meses (los gastos de los exámenes los asumen ellas), y el preservativo se usa muy poco debido a que los dueños o administradores de los lugares muestran sus papeles de control sanitario y con eso basta para que el cliente se sienta con «la libertad» de no usar condón.

«La vigilancia depende de cada establecimiento», comenta Norma Elena Negrete, investigadora de ECPAT; «sin embargo, la presencia de la autoridad no garantiza la protección y el orden, pues no se hace el mínimo intento por impedir la entrada de niños y niñas vendedores que pasean por las zonas de franca prostitución», comenta.

«Las niñas son enganchadas o traídas con engaños a trabajar en los bares como meseras y una vez que llegan a esos lugares las obligan a prestar servicios sexuales. Con ellas se juega un chantaje tipo «servicio de servidumbre por deudas», ya que los dueños de los bares no las dejan abandonar el sitio hasta que liquiden toda la «deuda» que tienen con ellos, la cual se acumula al cobrarles el hospedaje, la alimentación e inclusive la probable dotación de drogas», comenta a su vez Elena Azaola, investigadora y doctora en Antropología del Centro de Investigaciones en Antropología Social (CIESAS), entrevistada en la ciudad de México.

Las jóvenes explotadas sexualmente son en su mayoría inmigrantes ilegales y un porcentaje importante de ellas son personas menores de edad. Los dueños de los lugares las prefieren jóvenes para dar prestigio y variedad a sus establecimientos. Así lo corrobora Luis Eduardo Flores, oficial de Proyectos de la Organización Internacional para las Migraciones, quien en entrevista comenta que frecuentemente muchas niñas y niños son reclutados o vendidos en los burdeles de la ciudad y traficados hacia las zonas de tolerancia que se ubican en este lugar.

Asimismo, estimaciones de diferentes organizaciones que estudian la explotación sexual comercial muestran que de 80 a 95% de toda la prostitución está controlada por proxenetas. Estos grupos, a decir de Norma Elena Negrete, autora del libro Investigación regional sobre tráfico, prostitución pornografía infantil y turismo sexual infantil en México, operan captando y comprando niños de las regiones más pobres de Chiapas, a los que llevan de un lugar a otro y casi siempre mantienen bajo el efecto de las drogas.

«Se han detectado -continúa la investigadora- niñas y niños de 6 a 12 años que trafican de un pueblo a otro, donde enganchadores o proxenetas llegan a ofrecerles a los padres de los niños una cantidad mensual fija».

Tal es el caso de Cyntia, cuyas secuelas permanecen visibles no sólo en su cuerpo, sino en su memoria:

«Un sitio que no se alcanza a ver a simple vista, pero que tiene olor a esperma, a orines, a prostíbulo, y está plagado de personas que la violaron desde niña».

Vendida en su infancia, una, dos, tres veces y más, de trailero en trailero, el argumento de sus padres fue que ellos no podían mantenerla, pero que unos compas (amigos) sí lo harían, con una única condición: que se dejara tocar:

-Déjese tocar. Sólo eso, mi hijita -le dijeron sus padres la mañana en que Cyntia salió de su casa y se subió al primer tráiler con su primer «comprador».

Niña, adolescente y después una adulta atractiva y de ojos grandes, pero con profundas ojeras que parecen dos medias lunas, un día Cyntia, quien también dice llamarse Claudia, escapó de su proxeneta y comenzó a ofrecer su trabajo como sexoservidora en el Centro de Readaptación Social de Tapachula, hasta que un interno le propuso matrimonio, y hoy, con 22 años, es madre de dos hijos.

Sin embargo, lo que parecería ser un cambio de vida para ella parece no serlo del todo, pues a decir de Olga Sánchez Martínez, premio nacional de Derechos Humanos 2004 y directora del albergue «Jesús el Buen Pastor del Pobre y el Migrante» en Tapachula, «Cyntia casi no habla, es como si viviera en otro mundo, un mundo autista, a pesar de que hemos tratado de rehabilitarla».

Su esposo está preso desde hace ocho años por tráfico de estupefacientes. Interna Cyntia, interno su marido, ambos viven en el reclusorio. El Universal

Por rocio

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