Como desvirgine a la chica misteriosa en la boda.

Llegó el día de la boda. La verdad es que no tenía ganas de ir. Era de un primo lejano, y tenía cosas más importantes que hacer. Pero la familia es la familia, y fui.

Saqué de mi armario los pantalones negros y la americana. Elegí rápidamente una camisa lisa y blanca. Me vestí y fui al coche para recoger a mis padres.

En apenas unos minutos nos plantamos en la iglesia. Muchos coches y mucha gente, como en cualquier boda. Y sobre todo, muchas chicas jóvenes, mi mayor motivación en un evento así. Nunca he pasado del cruce de miradas, pero aquella tarde me depararía alguna sorpresa.

De entre todas las chicas, me sorprendió una que me miraba incesantemente. Vestía una larga falda negra, y la parte superior del vestido también era negro, con rayas verticales blancas. Aparentaba la veintena de años. No era espectacular, pero nunca me gustaron las chicas espectaculares. Diría que estaba más bien rellenita, unos 70 kilos; algo bajita, sin llegar al metro sesenta. Su cabello era oscuro, su piel muy blanca, y sus pechos de un tamaño normal, nada exuberante.

La ceremonia pasó. Los novios se dieron el «sí quiero», y todos nos marchamos al lugar donde tendría lugar la cena.

Era un lugar excepcional, con verdes praderas y la zona del convite totalmente cubierta. Un lugar casi onírico.

Durante unos minutos, perdí de vista a esa misteriosa chica. Había muchísimas mesas, y no me apetecía ir una por una, así que me limité a ver como los platos pasaban ante mí uno tras otro.

La comida estaba fantástica, y el vino inmejorable. Otra cosa no, pero los novios había tenido mucha mano eligiendo el menú. Sin embargo, ni siquiera me había fijado en la novia. La busqué con la mirada.

Su cabello era pelirrojo, y a través del vestido se adivinaban unos pechos más que apetitosos. No estaba del todo mal. A lo mejor convenía conocerla.

Sin embargo, junto a ella se encontraba esa misteriosa chica. Tenía algo diferente, y ni siquiera la novia podía igualarla.

Decidí dejar que pasara el tiempo. Pronto llegó la tarta. Los novios la cortaron con la espada. Alrededor del convite, los camareros preparaban todo para la música y los bailes. Sin duda, mi momento. Ahí es cuando tenía que demostrar mi nivel de seducción, y sin perder de vista a esa chica tan misteriosa y que tanto me atraía.

Después de que los novios bailaran, la gente se lanzó a la pista, incluida la chica morena. Preferí esperar un poco y seguir cruzando miradas con ella.

Saqué a bailar a una chica joven. Era una prima lejana mía, rubia y con una figura estilizada. Apoyé mi cabeza sobre su hombro, y me dediqué a mirar a la chica morena, y exacto. No paraba de mirarme, especialmente ahora que me veía con otra chica.

Ese era el momento. Cuando acabó la canción, ella se dirigió a mi, y yo a ella. Sin mediar palabra, deslicé mi brazo tras su cintura y ella me dio la mano. Comenzamos a bailar.

Apoyé mi cabeza en su hombro, al igual que con mi prima, y acerqué mi boca a su oreja.

– No has parado de mirarme en toda la tarde. – Le dije.

– Eso es mentira. Eres tú quien me estaba mirando.

– Me gusta observar a las chicas guapas.

– Pues te has equivocado conmigo.

– Yo creo que no. Eres preciosa, y ese vestido te sienta genial.

– Eres un adulador, ¿lo sabías? – Su tono de voz era duro. No se dejaba dominar.

La música seguía sonando, y me acerqué a ella aún más.

– ¿Y acaso te molesta que sea adulador?

– En condiciones normales, me molestaría.

Fue el momento preciso para bajar mi mano de su cintura. Pronto coloqué mi mano en el cachete derecho de su culo. No puedo decir que fuera pequeño ni ideal, pero me encantaba.

– ¿Te molesta? – Le dije.

– Para nada.

Continuamos bailando un buen rato. Al cabo de unos minutos, me separé un poco de ella, pero sin soltar su mano.

– Sígueme.

Sin mediar más palabra, me alejé de la celebración. Rodeé el edificio del restaurante y, atravesando las sombras, ascendí por un pequeño promontorio de césped. Al llegar a lo más alto, vi que ella me estaba siguiendo. Rápidamente, descendí, quedando en un pequeño espacio oculto entre dos promontorios.

Allí decidí esperarla. Pronto apareció su figura en lo alto del promontorio, recortada sobre el negro firmamento estrellado. A grandes zancadas, descendió hasta mi posición.

Sin mediar más palabra, se lanzó a por mí, fundiéndonos en un ardiente beso. Su lengua jugaba con la mía. El olor de su perfume me estaba cautivando, como ya sucedió durante el baile.

Mis manos se aferraron a su culo, y ya estaba empezando a sentir como mi paquete comenzaba a marcarse por encima del pantalón. Creo que ella lo notó, ya que sus manos se apoyaron sobre mi pecho. Ella deseaba aquello tanto como yo.

Aparté su cabello un poco, descubriendo su desnudo cuello. Mis labios comenzaron a besarlo, y por primera vez, deje de apretar su culo, ya que apoyé mis manos en su espalda.

Sentí como las fuerzas de la joven se desvanecían. Mis besos le estaban matando de placer. Pronto apoyó sus manos en mi espalda y se abandonó a mis besos.

Ascendí por su cuello hasta llegar a la oreja. Allí, le susurré.

– Estás realmente preciosa.

Ella acercó su boca a mi oreja también.

– Eres un adulador.

– ¿Te molesta?

– Me encanta.

Nos volvimos a fundir en un ardiente beso, y ella aprovechó para empezar a desabotonar mi camisa. Sus manos empezaron a acariciar mi velludo torso. Pronto la desabotonó por completo y me despojó de ella.

Acarició mi pecho suavemente mientras sus labios se dirigían de nuevo a mi oreja.

– Bájame el cierre.

Su mano me guió hasta la cremallera de su espalda. Muy despacio, la bajé Y ese momento nunca lo olvidaré. Hasta entonces, lo que eran unos pechos más bien pequeños, se libraron de la ropa para mostrarse orgullosos a mis ojos. Su tamaño se duplicó al quedar libres. A simple vista, entre una 100 o 110. Las más grandes que jamás haya visto. Sus pezones no eran del todo grandes, y ya estaban bien duros.

Sin dudarlo, me agaché y comencé a besarlos. Mi lengua jugueteó con los pezones, mientras mis manos masajeaban la totalidad del pecho. Pude ver como ella ya había cerrado sus ojos, y se estaba abandonando a mí.

Sus manos, que hasta entonces solo jugaban con mi cabello, bajaron como poseídas por algo, y se detuvieron sobre mi paquete. Ella lo estaba empezando a desear con fuerza.

Viendo aquello, dejé sus pechos, y de nuevo le susurré al oído.

– ¿Tienes ganas de polla?

– ¿Sabes que nunca he probado una? Soy virgen.

Eso hizo que mi pene se pusiera tieso como un mástil.

– A penas me he liado con uno o dos chicos, pero tú me atraes con fuerza.

Oyendo esas palabras, no lo dude. Saqué mi lado salvaje, y sujetándola firmemente de los hombros, la hice arrodillarse frente a mí.

Ella entendió perfectamente eso. Rápidamente, soltó el cinturón, y desabotonó el pantalón. Ante ella quedaron los boxers que me había puesto para la boda, sin esperanzas de que llegara nadie a verlos.

Suavemente, masajeó mi paquete, fascinada. En verdad, era el primero que tocaba o veía. Me incliné un poco.

– Sin miedo.

Sus pequeños dedos sujetaron la goma de la cintura del boxer, y comenzó a bajarlo. Mi pene, de 15 centímetros, saltó de improviso, quedando a escasos centímetros de ella.

Sus ojos no dejaron de observarlo. Poco a poco, sus manos se aferraron a él. Mi glande estaba a la vista, dado que estaba operado. Ella comenzó a masturbarme con delicadeza, y de vez en cuando me masajeaba los testículos.

Era novata pero, sin duda, tenía mucho conocimiento sobre cómo hacerlo.

Acto seguido, levantó un poco su cabeza.

– ¿Te gusta?

– Me encanta.

Sin dudarlo un segundo, paseó su lengua por todo el tronco del pene. En cuestión de segundos, alcanzó el glande y se lo metió en la boca.

Me la estaba mamando con maestría. Su mano derecha me masturbaba, mientras que la izquierda masajeaba los testículos y su boca hacia el resto del trabajo.

– Eres fantástica.

Con un halo de misterio increíble, la chica dejó de chupármela, y se tendió sobre el césped boca arriba, clavando sus codos sobre la hierba.

Sus intenciones eran claras, más aún después de abrir un poco sus piernas y subirse ligeramente la larga y negra falda.

Ahora vería lo que era un hombre de verdad.

Pese a la oscuridad del lugar, alcancé a ver las piernas desnudas de la joven. Su falda ya estaba por las rodillas.

Sin dudarlo, me tumbé sobre ella, besándola de nuevo. Mis pantalones y el boxer se encontraban ya sobre el césped. Estaba desnudo por completo. Por ello, con mi pene empecé a presionarla sobre su entrepierna.

Ella no oponía resistencia. Es más, su mano buscaba insistentemente mi pene para acariciarlo.

Era el momento. Dejé de besarla, y retrocedí para que mi cabeza se colocara entre sus piernas. Subí la falda del todo, y pronto alcancé a ver su ropa interior.

Un diminuto tanga negro. La fina tela marcaba perfectamente su rajita. Alrededor no había ningún tipo de vello, estaba totalmente depilada.

– ¿Cómo te llamas, preciosa?

– Elisabeth

– Disfruta esto.

Sin darla tiempo para procesar todo aquello, eché el tanga a un lado y comencé a pasear rápidamente mi lengua por su rajita. Sus labios vaginales eran muy carnosos, y eso me encantaba.

Ella se estremecía de placer. Su clítoris estaba hinchado, y no dude ni un momento en que mi lengua jugueteara con él. Cada pocos segundos, los succionada, para deleite de la joven, que gemía entre dientes.

Introduje mis dedos en su orificio y comprobé su virginidad. Era cierto, sin duda.

– ¡Fóllame ya!

Su grito fue una orden para mí. Me coloqué sobre ella, y mi pene apuntó la entrada de su cueva.

Al tercer empujón, la enterré dentro de ella. Ahogó un terrible gemido, al tiempo que se la dejé dentro unos segundos para que se hiciera a mi grosor, de 4 centímetros.

Poco a poco comencé a moverme, para disfrute de ella. Sus tetas se movían con ligereza, y sus pezones me apuntaban.

No me detuve y seguí empujándola con fuerza. Sentía cómo mis propios testículos la golpeaban en el culo. Ella mantenía sus ojos cerrados y se aferraba con fuerza a la hierba, arrancándola en ocasiones.

En ese momento, se inclinó y se agarró con fuerza a mi espalda, y gimiendo en mi propia oreja. Su cuerpo se convulsionó, y acabó cayendo de nuevo sobre el césped.

La primera corrida de la noche.

Saqué mi pene de su cuevita y lamí su rajita con cuidado. Mi lengua capturó todos sus flujos, mientras que la joven trataba de recuperar las fuerzas.

Tras unos segundos, continué la penetración. Elisabeth

no tenía fuerzas ni para volver a agarrar el césped. Pero yo no quería parar.

Yo mismo la cogí de su cintura, volteándola, y dejándola a cuatro patas. Hinqué una de mis rodillas en el césped, mientras que con las manos, guiaba a mi pene hasta su vagina. De un solo empujón, la penetré de nuevo.

Para asegurar que las embestidas fueran profundas, me aferré a sus pechos, y la arremetía con fuerza. No quería dejar aquello en una simple penetración. Ella no se quejaba y, sin duda, lo estaba disfrutando.

A los pocos minutos, convulsionó de nuevo y cayó rendida sobre el césped con las piernas abiertas y chorreando flujos.

Sin dejarla descansar, me tumbé sobre ella, y continué con la penetración. Ella solo gemía, ya ni siquiera se movía.

– ¿Qué sucede Elisabeth?

¿No te está gustando?

– Sigue, por favor. Esto es delicioso.

Sin previo aviso, la volteé. Dirigí sus brazos hacia mi cuello, para que se sujetara a él. La cargué sobre mí con firmeza, y mi pene volvió a penetrarla.

Levemente, se movía sobre mí, tratando de gozar lo máximo posible del momento pese a que no le quedaban fuerzas.

Tras correrse dos veces sobre mí, y en apenas unos minutos, la volví a tender sobre el firme.

Esta vez no me tumbé sobre ella, pero la seguí penetrando. Sus ojos se posaban en mi, pero en cada penetración, los cerraba.

Yo ya no podía aguantar más. Sentía como el semen hervía dentro de mí.

Saqué mi pene de su interior, y lo coloqué justo por encima de la falda, sobre su tripa, para evitar manchar su falda. Empecé a masturbarme frente a ella, pero pronto decidió por ella mismo relevarme.

Sus manos agitaban mi pene con fuerza, y en ese momento, no aguanté más. Un torrente de leche blanca se derramó sobre sus increíbles pechos, mancillándolos.

Ríos y ríos de leche que cesaron al cabo de unos segundos. Me sentía aliviado, y ella sonreía.

– ¿Sabes que te acabas de correr sobre la hermana de la novia?

– ¿Sí? – Yo también sonreí. – ¿Y qué tal si la hermana de la novia me limpia la polla? Está sucia. No querrás que sea tu propia hermana quien me la tenga que limpiar, ¿no?

– Esta polla es mía, así que solo la limpiaré yo.

Con el pecho cubierto de semen, Elisabeth

se incorporó. Con una desesperación no vista antes en ella, se llevó el pene a la boca, y comenzó a chuparlo de manera frenética.

En cuestión de segundos lo dejó totalmente limpio. Con rapidez nos vestimos y regresamos a la fiesta. Volvimos a bailar varias veces, pero nada más.

Por rocio

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