Hijas de las Calles

Lo peor fue cuando al guarro de mi marido, al que por otra parte quiero mucho, se empeñó en pedirme el juego de otra mujer, tal vez una mujer de la calle para alimentar sus sueños eróticos. De una forma generosa y tal vez con algo de morbo por mi parte, al final cedí a sus pretensiones.

Debo deciros que esta aventura ocurrió al principio de los años ochenta. Todavía sin el síndrome del S.I.D.A. y en pleno destape. Llevábamos casados cinco años y queríamos conocer todas las posibilidades del amor físico y del placer, no me arrepiento de lo sucedido, aunque no lo volvería a repetir.

Una tarde y cuando paseábamos por un barrio de mala fama, el me llevó por unas callejas llenas de putillas en cada esquina. El estaba caliente, muy excitado, diciéndome guarradas al oído. Me pidió permiso para vacilar un poco a las lumis, se lo concedí. Se alejó un poco de mí y se dedicó a pararse ante las chicas. No perdí el tiempo y quise complacerle ya que a mi se me daban mejor las compras que a él.

Me paré delante de una zorrita mulata, jovencita y un poco rellena, con curvas insinuantes y tetas grandes y apretadas. Era bajita y con cara de buena persona, parecía que llevaba poco tiempo en el negocio. Si con alguien tenía que ser, por lo menos yo elegiría mi castigo, la mulatita parecía sanota por lo cual la pedí precio para que se tirase a mi marido mientras yo miraba. Ella aceptó.

Mi Juan casi alucinaba sin poder hablar, babeante mientras ella nos llevó a un pequeño cuartucho al que se llegaba tras subir unas escaleras mugrientas con olor a meados.

Y allí jodieron mientras yo me excitaba sin poderlo remediar. A la mulata no parecía importarle mi presencia, yo creo que disfrutó con la picha de mi Juan mientras yo miraba mojando mis bragas. A los cinco minutos mi macho se corrió entre gemidos mientras una vez separados yo me lancé como loca a besarlo ya que mi regalo había sido de su entero gusto. La chica permaneció mirándonos con el chocho lleno de la leche de mi Juan que permanecía tendido y como muerto con su colita arrugada mientras yo le besaba apasionadamente.

A la mulata debía gustarle la tortilla española, o tal vez era generosa como yo, por eso empezó a acariciarme y a desnudarme olvidando por completo a nuestro común hombre. Estaba tan salida que comprendí en un segundo que una nueva experiencia se habría para mi. Me dejó en pelotas mientras nos revolcábamos juguetonas sobre las sábanas.

– Se te han puesto los pezones de punta, amiga mía – me dijo la chica – . ¿Acaso pretendes pincharme el coño o el culete?

Mientras decía esas cosas chupaba mis melones con su lengua roja, no pude contenerme y la dije entre suspiros:

– ¡Lámeme donde quieras…! – supliqué – . ¡Sé que nadie lo hará como tú! Sí, sí, delicadamente…¡ Como me estás poniendo… Me sube un fuego no sé de donde, que se me está enredando en los pezoncillos que me chupas… Más, más…! ¡ Muérdemelo… No te importe hacerme daño aunque me lo retuerzas…¡ Mmmm… Me estoy deshaciendo por dentro… Oooooh, ohhhh….!

Me sentía despendoladita, dejándome arrastrar por aquella hija tropical de la calle. Mi chumino se había transformado en una boca hambrienta llena de densas humedades. Todo mi cuerpo se hallaba terriblemente ansioso…

Ella soltó mis tetas y agachándose dejó su cara a la altura de mi coñete, se quedó contemplándolo, como estudiándolo. Yo la dije con voz de salida – Venga, bonita cómemelo que estoy a tope.

– No seas impaciente, ¿ no ves como tu marido nos mira ?.

– Me lo estoy posando bomba, preciosas – exclamo él con ojos saltones y relamiéndose. ¡Seguid, seguid !

La chica se entregó a comerme el chocho lamiéndolo ruidosamente y concentrándose en mi clítoris hinchado. Al momento mis ingles se estremecieron y de mi coño brotaron gotas de zumo conejil. Después de varias corridas no me resultó difícil aguantarme el orgasmo, así que con voz bajita la susurré olvidándome por completo de mi marido:

– Montemos un «69»…¡ Yo también quiero devorarte el chumino! Es un sabor nuevo que necesito conocer.

Ella se abrió de piernas y yo me arrojé a sus profundidades para lamer un coño encharcado y saladito, muy jugoso y fresco.

Nos fundimos en el beso como un solo cuerpo y nos ordeñamos mutuamente hasta alcanzar una corrida explosiva y simultánea que nos dejó para el arrastre. Mi marido el pobre se tuvo que conformar con follarnos abrazadas y pasivas. Se corrió muy pronto y aquella historia acabó.

No fuimos capaces de repetir aquello pero me acuerdo muchas veces de aquella chica y de mi experiencia lésbica… Espero que ella se encuentre bien.

Autor: erospopuli
[email protected]

Por rocio

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *