El hijo del jardinero

Mi esposo y yo acostumbramos pasar cierta
temporada
del año en nuestra casa de campo. Allí acudimos para
alejarnos de las tensiones que representa nuestra vida
en la ciudad. Es un lugar acogedor y especialmente
caluroso en septiembre, Por eso siempre escogemos esta
fecha para estar allí. Este año nuestros dos hijos no
quisieron acompañarnos, y decidieron quedarse en casa
de sus primos. Tengo 35 años y por mi dedicación de
muchas horas al gimnasio tengo un cuerpo muy admirado.
Soy trigueña clara y mi mayor fortaleza son los pechos
y mi trasero que se conservan como los tenía a mis 22
años. Modestia aparte soy una mujer que provoca
admiración entre nuestros amigos y despierta la
envidia de sus esposas.

Ese día me encontraba descansando en mi cama, había
dormido más de lo normal, pues mi esposo 2 días antes
tuvo que regresar a la ciudad para atender asuntos de
la empresa de última hora. Nuestra relación no pasaba
por su mejor momento y la noche anterior estuve hasta
altas horas pensando en ello. Me desperté por los ruidos que provenían del exterior.
Nuestra casa se encuentra alejada de la de los
mayordomos y separada por un extenso y hermoso jardín
cuidado por Pedro, el jardinero que por casi 10 años
se ha ocupado de esta labor. Pedro es un hombre mayor,
reside en el pueblo cercano, y es de raza negra. Es
alguien que siempre ha gozado de nuestro aprecio. Al
asomarme a mi ventana con la intención de saludarlo,
me llevé una gran sorpresa al darme cuenta que quien
podaba el jardín no era él sino un muchacho de unos 25
años aproximadamente. El chico no me vio, por lo que
aproveché para espiarlo tras la cortina. La verdad
era una escultura viviente: de 1,80 cm de estatura,
con el torso desnudo que dejaban ver unos músculos que
sin ser exagerados, estaban marcados aparentemente por
el desempeño de arduos oficios del campo, sus brazos
parecían un roble, y sus piernas se adivinaban
potentes a través de unos pantalones raidos que
llevaba puestos para cumplir con su trabajo. Lo que
más me impactó fue su color ébano. Debo confesar que
aunque nunca había tenido sexo con un hombre negro,
siempre me había sentido deseosa de hacerlo, pues una
amiga decía que eran excepcionales amantes.
Bajé a tomar el desayuno e indagué con la empleada
doméstica por nuestro jardinero Pedro y su ausencia en
esa oportunidad. Me manifestó que este no había
acudido por encontrarse enfermo y en su lugar había
enviado a su hijo Armando que en ocasiones lo
reemplazaba.

Subí nuevamente a mi habitación a tomar un baño, sin
dejar de pensar en el hijo de Pedro. La regadera de
la ducha presentaba problemas de fuga de agua. Al
bajar nuevamente quise buscar un acercamiento con él y
decididamente fui a preguntarle por la salud de su
padre. El chico algo tímido me saludó amablemente y me
explicó que Pedro había tenido un pequeño accidente
doméstico, pero que la próxima semana estaría de
vuelta a sus actividades. De cerca Armando era más
atractivo de lo que me imaginaba. Su sonrisa era especial, sus dientes blanquísimos eran perfectos.
Tenía una mirada penetrante y sus grandes ojos se
achicaban graciosamente cuando sonreía. Las gotas de
sudor caían sobre su pecho desnudo y el olor de su
sudor me excito sobremanera Me despedí de él y al
caminar hacia la casa, pude sentir como ese hombre
admiraba mi trasero, que se detallaba perfectamente
por el vaquero ajustado que llevaba puesto.
Necesité hacer unas compras en el pueblo, tomé el auto
y al salir recordé la fuga de agua de la regadera.
Cuando pasé cerca de Armando le pregunté si sabía
hacer trabajos de fontanería. Me respondió que sí y
que estaba a mis órdenes. Le pedí que entonces me
revisara la conexión de la regadera de mi habitación,
el solícito me dijo que lo haría tan pronto terminara
de podar el césped. Le dije que solo regresaría hasta
la noche, por lo que pregunté si había algún problema
en venir después de las 8 pm. Me respondió que no
había ninguno.

Rápidamente salí de la estancia al sentirme turbada
por las miradas de Armando a mis pechos, y esto
sorprendentemente, me excitó.
La verdad, mi pensamiento en todo el día no tuvo un
motivo diferente a aquel muchacho. Al regresar, pude
observar que la servidumbre ya no estaba en la casa.
Solo Armando me esperaba sentado cerca de la puerta de
entrada. Lo saludé y le agradecí que hubiera venido.
Me ayudó con los paquetes de compra s y los llevó
hasta la cocina mientras yo acomodaba unas cosas en mi
habitación. El calor de esa noche era insoportable,
por eso pude entender que Armando solo estuviera
vestido con una camisa sin mangas y unos shorts
bastante ajustados.

Lo conduje hasta mi habitación que quedaba en el
segundo piso de la casa y le enseñé la fuga. Le pedí
que me disculpara mientras organizaba los alimentos en
la cocina. Al rato subí y encontré a Armando
despojado de la camisa y realizando el trabajo
solicitado. La imagen fue excitante: Su espalda ancha
sus músculos se marcaban a cada movimiento. Su trasero
ajustado y prominente, parecía querer salirse de esos
cortos pantalones. La luz de la bombilla hacía
resaltar el sudor de su cuerpo lo que le daba un aire
de macho salvaje que me puso a mil. Instintivamente me
acerqué a él y comencé a acariciar su espalda.
Armando reaccionó con sorpresa dejando caer la
herramienta que tenía en la mano, y al darse vuelta
nuestras caras quedaron frente a frente. Tomé la
iniciativa y lo besé frenéticamente. Sus fuertes
brazos me abrazaron como nunca antes alguien lo había
hecho. De un momento a otro sentí que me enloquecía.
El mareo que producía mi excitación se agudizaba cada
vez más y el placer que estaba sintiendo era
indescriptible. Armando me acariciaba la espalda y la
cabeza. Metía sus dedos por entre mis cabellos,
haciéndome sentir en el cielo. No decía una sola
palabra. Sus manos se posaron en mis tetas y las
apretaba de tal manera que me producían un placentero
dolor. Como pude desabroché su pantalón. Para mi
sorpresa no llevaba slip. Metí mano a su trasero y
acaricié esas duras nalgas. Él hizo lo mismo conmigo.
Sus fuertes manos me envolvían toda. Me desnudó por
completo y comenzó a besarme y morderme los pezones.
Mi excitación iba en rápido aumento. Me dijo al oído
que desde pequeño me había deseado en silencio, que
muchas de sus fantasías juveniles las había tenido
conmigo. Comencé a besarle ese pecho que tanto me
había gustado. Y fui bajando lentamente sin atreverme
a mirar lo que persistentemente rozaba mi vientre.
Sus tetillas parecían unas pequeñas nueces y yo las
mordía dichosa. Su pecho no tenía un solo vello y mi
lengua disfrutaba con ese sabor salado de su sudor. Al
llegar a su pubis pude ver un hermoso animal, lo más
bello que había visto en mi vida. Un pedazo de carbón
de unos 22 cms a punto de reventar. Nunca había visto
una erección como esa: Que dureza!!! que fuerza!!!. Lo
agarré en mis manos y cuando me disponía a
introducirlo en mi boca, me detuvo. Me dijo que quería
que probáramos como había quedado la regadera y que
nos bañáramos juntos. Con lo caliente que estaba no
quería detenerme pero quise cumplir su deseo. Terminó
de desvestirme y abrimos la ducha cayendo sobre nuestros cuerpos el chorro de agua que calmó
momentáneamente ese calor de aquella noche. El jabón
pasaba de mis manos a la suya para asearnos mutuamente
cada parte de nuestros cuerpos. En esas estuvimos un
buen rato. Mi mano se encargó de enjabonar ese
monstruoso aparato y sus grandes bolas. Cuando salimos
nos secamos uno al otro y rápidamente caímos en la
cama. Mi deseo no daba espera e inmediatamente me metí
ese carbón en mi boca. Saboreé sus líquidos y me
tragué un gran pedazo de esa verga negra. Hacía un
gran esfuerzo por tenerla completamente en mi boca
pero lógicamente no era posible. Con mis dientes
comencé a morderle la gran cabeza púrpura lo que al
parecer aumentó su excitación, pues comenzó a
retorcerse en la cama como una víbora. Me pidió mi
coño. Me dijo que quería sentirlo en su boca. Lo
complací inmediatamente y dándole vuelta lo coloqué en
su cara, en un perfecto 69. Su lengua rea
maravillosa. Me llevaba a los extremos más
insospechados del placer. Entraba con una facilidad
pasmosa y sus dejos jugueteaban en mi vagina. Me
tomó la pepita con los labios y la chupó diestramente
por unos buenos minutos lo que hizo que yo saltara en
su cara con mi primer orgasmo de esa noche. Le
agarraba la pija como si no quisiera que se me fuera a
ir nunca. La lamí enterita y en uno de esos
lengüetazos le toqué el ojo del culo. Ese hombre dio
un respingón que casi me bota de la cama. Me dijo que
nunca nadie lo había tocado por allá pero que la
sensación le había gustado. Me dijo que siempre había
pensado que eso era cosas de gay y no lo había
permitido, pues se consideraba un macho a todo dar.
Inmediatamente me volteo colocándose sobre mí. De un
solo golpe recibí su palo entre mis piernas, el que se
deslizó suavemente debido a mi grado de excitación.
Parecía un salvaje. Que hombre más apasionado,
respiraba profundamente y emitía un ruido excitante
cada vez que me envestía. Colocó una de mis piernas
en su hombre, para que lo sintiera mejor, como si no
fuese suficiente con esos 22 cm taladrándome de la
forma en que lo estaba haciendo. Agradecí que la casa
de los empleados estuviera retirada pues mis gritos de
placer iban aumentando a cada arremetida. Recibí una
ración de verga como nunca en mi vida, me sorprendía
la capacidad de aguante de Armando, pues llevaba
dentro de mí más de 30 minutos en los cuales yo ya
llevaba otros dos orgasmos interminables. Me decía
obscenidades en mi oído, que tenía la cuca más rica que
hubiese probado, que era estrecha y le daba mucho
placer, que sintiera como su verga me taladraba, que
mirara como mi chochito blanco se tragaba su polla
negra, que siempre había soñado con clavarme su
estaca, etc, etc, y eso me calentaba muchísimo más.
Era hermoso ver ese contraste de nuestras pieles.
Entendí cuan bellas son las relaciones interraciales.
Cada envestida era como un fuerte fogonazo que me
quemaba las entrañas. Le pedí que me echara su leche
en las tetas, que quería sentir ese calor en la zona
de sus deseos. Eso al parecer lo excitó tanto que
anunció su venida con unos gritos impresionantes.
Alcanzó a sacarla para descargar su torrente en mi
pecho y caer pesadamente sobre mí. Su espesa leche
quedó entre nuestros pechos y comenzó a desparramarse
sobre la cama. Le besé como muestra de agradecimiento
por ese gran polvo.

A pesar de la venida, su verga no perdía tamaño. La
besé y comencé a limpiarla de nuestros jugos. El sabor
era indescriptible. Sus jugos tenían un sabor más
penetrante que el de mi esposo. Estando en esas nos
quedamos dormidos con mi cabeza en su fuerte pecho. Al
despertar media hora más tarde, Armando me acariciaba
y besaba tiernamente mi cabeza. Tenía una fuerte
erección. Me dijo que estaba esperando que descansara
un poco pues la faena iba a continuar. Me pidió que
lo cabalgara. Tomó su gran miembro y comenzó a
introducirlo lentamente en mi cuquita. Poco a poco me
fui tragando todo ese animal hasta hacerlo
desaparecer totalmente. Sentí un poco de dolor pero
con la posición que tenía pude adaptarme rápidamente a
su verga. Comencé a saltar sobre esa palanca que
además era mi eje. Me apretaba fuertemente las nalgas
y las envestidas fueron aumentando. Ese gran palo me
estaba llevando a un nuevo orgasmo, sintiendo que mi
excitación iba en aumento, me tomó con sus dientes mis
pezones y comenzó a morderlos suavemente. Esto hizo
que explotara con la misma intensidad que los
anteriores orgasmos, dando alaridos de placer. Me pidió
que me pusiera a cuatro patas pues quería ahora ser él
quien me cabalgara, me llamó su yegüita blanca y
poniéndome al borde de la cama comenzó un nuevo ataque
a mi gruta. Colocó sus pies sobre la cama y realmente
parecía que estuviera siendo penetrada por un caballo. Esa posición nunca la había hecho y las
sensaciones que me produjo fueron únicas. Armando
saltaba sobre mí como un poseso y sus jadeos
advirtieron que estaba por venirse. Alcanzó a sacar su
pene para regar mi espalda con su caliente leche. Fue
una venida increíble. La cantidad de leche derramada
no tenía igual. Era realmente un animal. Se desplomó
sobre la cama y tomando tiernamente su mano agradecí
por la gran noche que me acababa de dar. Me dijo que
se iría, pues no quería levantar sospechas entre los
empleados que estaban próximo a despertarse. Le hice
prometer que vendría la próxima noche, pues mi esposo solo llegaba dos días después. Lo acompañé a la
puerta
y lo despedí con un beso apasionado y le agarré
suavemente su miembro que ya estaba flácido. Me metí
nuevamente en mi cama esperando el amanecer.
Al despertar estaba dichosa, a tal punto que mi
empleada doméstica me preguntó a que se debía mi buen
humor. Ese día quise descansar en mi cuarto,
esperando que fuera la noche para estar nuevamente en
los fuertes brazos de Armando.

Por rocio

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