Como perdi la virginidad

Justo en ese momento, el sujetó mi cuello con una de sus manos y me besó como nunca me había besado nadie en toda mi vida -no es que hubiese besado a un montón de chicos, pero es que en comparación con aquello, dudo que hubiese «besado de verdad» hasta aquel momento -. Sus labios arrastraban a los míos en un sugerente movimiento mientras su lengua buscaba la mía con juguetona delicadeza y yo me dejaba llevar.

Sujeté su cara entre mis manos para que no osase poner fin a aquel beso, no sin ir más allá. Si Angel besaba de aquella manera, estaba literalmente ardiendo por ver qué más podía enseñarme.

Bueno, yo era virgen y a mi amor le iba el sexo duro y todo eso de decir cosas subidas de tono… no estaba muy segura de que fuera a gustarme demasiado esa parte pero decidí que a pesar de mi inexperiencia, lo iba a dar todo para que a él le gustase. Y aun a pesar de esa firme decisión, temblé cuando la mano de Angel se posó en mi muslo. La respiración se me aceleró hasta el punto de entrecortarse sin que pudiese hacer nada por evitarlo, esperaba que de un momento a otro desviase la mano hacia el interior de mis piernas. Pero no lo hizo, su mano subió, sí, pero siguió hasta mi espalda rozando apenas mi glúteo y admito sin reparo que me decepcionó. En el fondo quería aquello que temía. Quería que fuese él mismo porque quería que disfrutase, aunque para ello tuviese que decirme algunas de esas cosas o algo un poco más salvaje… tampoco sé exactamente qué demonios hacía con las tías, pero Olga profería sonidos que hacían pensar que como poco estaba rodando una película porno, y a mí… Hablando claro; ¡a mí ni siquiera me tocaba el culo! Así que en un intento de ser una mujer hecha y derecha, tomé la iniciativa. Le gané terreno sin dejar de besarnos y me coloqué sobre él a horcajadas. Ahora tenía que separar nuestros labios para sacarme el camisón y ahí llegaba un punto clave, quizás se lo pensase mejor mientras yo me desnudaba. Pero tenía que hacerlo, así que lo hice. Intenté dejar de besarle y para mi grata sorpresa comprobé que sus labios seguían a los míos sin querer perderles. Sí, la piel se me erizó cuando mi hermano me sujetó la mejilla con la palma de su mano al separar nuestros labios. En aquel momento me sentí deseada, pero no por mi hermano, sino por el hombre que era y aquello me excitó muchísimo.

Me deshice del camisón en un segundo, quedándome sólo con las braguitas y siguiendo con ello un orden mucho más lógico a la hora de desnudarme que el que había decidido seguir con Iván. Definitivamente, Alejandro no podía compararse con nadie.

No llevaba sujetador – nunca me lo pongo para dormir – así que en silencio me hice con una de sus manos y la posé sobre mis pechos. Pude escuchar cómo exhalaba nervioso, pero no movió su mano ni un milímetro del lugar donde yo la había dejado. Me incliné sobre él de nuevo para besarle, intentando hacerlo cómo él lo había hecho conmigo. Pero lo único que hice fue juntar nuestros labios de nuevo y dejar que él me condujese. Nos besamos apasionadamente, como si necesitásemos nuestros respectivos alientos más que cualquier otra cosa y un agradable cosquilleo se hizo dueño de mí cuando la mano de Alejandro comenzó a entretenerse con uno de mis pechos mientras que la otra me mantenía cerca de él.

Se estaba soltando, me empezaba a recorrer la espalda con una mano, desde el omóplato hasta el muslo, mientras la otra se aventuraba a jugar suavemente con mis pechos. Y la erección que ahora podía sentir firmemente bajo mi entrepierna estaba comenzando a provocarme un deseo difícil de controlar. Pero aquello aún distaba mucho de lo que me había imaginado al escuchar tras la puerta aquel día, ¿estaba conteniéndose? No quería eso, quería que me lo hiciese como a él le gustaba hacerlo.

Volví a incorporarme mucho más segura que antes y sujeté el bajo de su camiseta para quitársela sin la más mínima resistencia por su parte. Era extraño, Iván me había masturbado y mi cuerpo no había reaccionado y sin embargo ahora, tener a Alejandro entre mis piernas era suficiente para hacer que quisiera hacerle de todo. Me sentía la mujer más poderosa del mundo – al menos hasta que él comenzase a hacer algo -.

¡Dios mío! ¡Tenía la ligera impresión de que estrenarse de aquella manera sería ciertamente doloroso y aun así anhelaba el momento de tenerle dentro! Sí, el amor era contradicción en potencia, la gente no mentía en eso. Lo aparté de inmediato de mi cabeza en cuanto comencé a besar aquel torso desnudo bajando lentamente dispuesta a descubrir algo completamente nuevo para mí. Necesitaba concentrarme en aquello así que decidí que me preocuparía luego por el dolor, mordería la almohada si era necesario pero ahora no era el momento de pensar en eso.

Pero no fue el miedo al dolor lo que me hizo dar unos cuantos rodeos con los labios sobre el vientre de mi hermano, sino el miedo a no hacerlo bien o a no tener ni idea de lo que iba a hacer, para ser franca. Me centré de nuevo. Era Alejandro, mi hermano, el que hacía apenas unos días se había tirado salvajemente a una tía que no había visto antes y yo estaba allí, besándole cerca de su ombligo mientras deliberaba mentalmente acerca del siguiente paso, ¿en qué lugar me dejaba aquello? En el que merecía, sin duda. Aquel en el que no quería estar. Yo quería mostrarme como toda una mujer ante mi hermano. Sujeté la goma de su pantalón y la de su ropa interior y tiré de todo hacia abajo – aunque desnudarle era el menor de mis problemas, ahora venía lo difícil -. Recopilé mentalmente toda la información que tenía acerca del sexo oral e intenté combinarla lo mejor que pude con los gustos de mi hermano. Empecé suavemente por su glande, ya que me pareció más lógico comenzar con un poco de mesura aunque terminase adquiriendo un ritmo frenético que empezar directamente a intentar tragarme aquello. Supuse que lo estaba haciendo, por lo menos, pasable. Pues mi hermano exhaló una profunda bocanada de aire al tiempo que se llevaba las dos manos a la cara. ¡No tenía ni idea de que yo podía hacer eso! Me pareció fascinante y muy, pero que muy provocativo. De hecho, verle así me dio cierta seguridad. Sujeté la base de su miembro y comencé a introducirlo cada vez más en mi boca mientras Alejandro me dejaba percibir cada vez más muestras de lo que estaba sintiendo. Me encantó verle disfrutar, hacía que sintiese la necesidad de provocarle cada vez más y más placer. Y eso es exactamente lo que intenté, lo hice cada vez más y más rápido hasta que sentí sus manos rodeando mi cara. Me estremecí al pensar que en ese momento me iba a empezar a decir algo como lo que le escuché decirle a Olga, o quizás me empujase a lo bestia sobre su pelvis como había visto hacer en una película porno que Nerea y yo habíamos visto una vez a las tantas de la madrugada por simple curiosidad.

Nada más lejos de la realidad. Sus manos frenaron mi ritmo y me apartaron con suavidad mientras se incorporaba para sentarse en cama.

-Laurita, cariño – me dijo con una suave voz. A veces me llamaba cariño cuando me hablaba condescendientemente, pero no de aquella forma. Sentí un amago de escalofrío al escucharle – ¿has hecho esto alguna vez?

¡Vaya! ¡Estaba muy orgullosa de mí misma hasta ese momento!

-No – reconocí un poco avergonzada. Si lo había notado, en el fondo no lo había hecho tan bien. Mi confesión le arrancó una tierna risita y su «risita» me hundió en la miseria – ¡pero quiero hacerlo contigo! ¡Quiero que me lo hagas como te dé la gana! ¡Quiero que seas el primero y no quiero que te contengas por eso! – le dije del tirón para que no se lo pensase mejor. Quizás se echase atrás sólo porque yo no lo hubiese hecho antes – házmelo como se lo haces a todas esas amigas que tienes – le pedí acercándome a él y aferrándome a su cuello mientras me sentaba sobre sus caderas, rozando de nuevo la desesperación.

Alejandro se rió ligeramente antes de abrazarme y besarme de nuevo.

-¿Pero qué tonterías dices? – Me susurró entre beso y beso – ¿cómo voy a tratarte así? No seas boba. Ven aquí.

Me hubiera gustado insistirle en que era lo que en realidad quería pero acompañó sus susurros con una manera de abrazarme que me dejaron completamente a su merced. Anclándome con sus brazos me tumbó boca arriba en cama y se quedó sobre mí desnudo. Quería sacar las manos de su espalda para deshacerme de las braguitas que todavía llevaba pero tampoco hubiera sido capaz, entre su cuerpo y él mío no cabía ni una sola molécula de aire mientras me besaba y me acariciaba como sólo él sabía.

Cuando su boca se deslizó hacia mi cuello me sentí un poco desamparada, pero la sensación apenas duró una décima de segundo, lo mismo que tardó él en cubrir mi busto con sensuales besos, dejando que sus labios resbalasen sobre mí haciéndome sentir un agradable cosquilleo allí por donde pasaban. Sus manos envolvieron mis caderas con decisión mientras su boca jugaba con uno de mis pezones haciéndome acelerar el ritmo de mi respiración hasta que necesité abrir mis labios para coger aire cuando siguió bajando besándome todo el vientre y pasando sobre mi ropa interior para entretenerse con el interior de uno de mis muslos durante un par de segundos interminables para mí, que contenía la respiración ante la incertidumbre de lo que él iba a hacer a continuación.

Dejé escapar el aire de mis pulmones de una sola vez cuando sus manos sujetaron la única prenda que yo llevaba y la arrastraban hacia abajo. Le facilité la operación todo lo que pude elevando los pies en el momento oportuno y agarré fuerte la sábana cuando Alejandro se inclinó sobre mí de nuevo y sus dedos rozaron los labios de mi sexo. Comenzó a acariciarlo con suma delicadeza mientras apoyaba su frente a la altura de mi ombligo y me besaba el bajo vientre con ternura. Sus labios volvieron a deslizarse con cariño hasta que alcanzaron su objetivo, haciéndome gemir sin darme apenas cuenta de ello cuando la cálida humedad de su lengua buscó con habilidad mi clítoris. Sobra decir que nunca me habían hecho nada así pero algo me decía que tampoco me lo hubieran hecho de aquella manera. Sus movimientos suaves, sus caricias, el infinito cuidado que ponía en hacerme aquello… todo, absolutamente todo me hacía perder la cabeza. De hecho tuve la sensación de estar soñando, Alejandro era inalcanzable hacía apenas media hora.

Le estaba bastando con su lengua y sus labios para hacer que me retorciese de placer pero no le pareció suficiente, lo deduje cuando uno de sus dedos comenzó a recorrer el perímetro de la entrada al interior de mi cuerpo y me el pecho se me contrajo al recordar el dolor que eso mismo me había producido aquella misma noche. Pero con él no fue así, su dedo entró sin problemas y con sutileza, describiendo una trayectoria que me llevaba al mismísimo cielo mientras su lengua seguía explorando cada rincón de mi entrepierna. Si tuviese que decir en qué momento dejé de gemir para empezar a jadear, estaría en un aprieto. Estaba tan concentrada en lo que mi hermano me estaba haciendo sentir que me encontré ahogando mi voz mientras mi espalda se arqueaba y las piernas se me cerraban involuntariamente cuando experimenté mi primer orgasmo en compañía de alguien.

Cuando por fin me relajé mi hermano se incorporó, le esperé tumbada creyendo que volvería a mí, pero la luz se encendió de repente deslumbrándome de una forma molesta. Estaba de rodillas en cama, mirándome completamente desnudo y con una gran sonrisa en su cara. Me recorrió una oleada de vergüenza al verle mirándome así, todavía estaba exhausta y seguro que la imagen que daba en aquel momento no era la más sexy del mundo.

-¡Alejandro por Dios! ¡Apaga la luz! – le pedí un poco cortada buscando la llave de la lámpara.

-¿Por qué? – preguntó tumbándose sobre mí con cuidado de no apoyar todo su peso en mi cuerpo. Me besó el cuello con cariño y sujetó mi mano cuando conseguí hacerme con la llave de la luz – ¡para! Quiero verte.

Resoplé mostrando mi desacuerdo con la idea pero él se rió. Sus brazos me envolvieron de nuevo y sus labios volvieron a besarme el cuello, recorriéndolo lentamente y cruzando mi cara hasta que cayeron por fin sobre los míos, llevándolos de nuevo al compás del deseo. No sé durante cuánto tiempo nos besamos pero la varonil dureza de aquello que mi hermano no tenía más remedio que apoyar sobre mi pelvis en vista de la postura que manteníamos me llamó enseguida a buscar algo más – si mi primer orgasmo había sido arrollador, francamente, me moría por tener el segundo -.

Deslicé una mano entre nuestros torsos en busca de aquel miembro que alimentaba mi deseo y lo envolví en con ella para acariciarlo de arriba abajo recorriendo toda su extensión. Alejandro dejó caer su cabeza al lado de la mía mientras seguía besándome cada vez que los débiles sonidos que se abrían paso desde su garganta se lo permitían. Escucharle gemir sobre mi cuello y al lado de mi oído fue increíble, me hacía disfrutar con él sólo por el hecho oírle y sentir su aliento sobre mí.

-La muñeca, Laura. Mueve la muñeca… – me pidió entre susurros.

Le obedecí sin mediar palabra y el efecto fue inmediato. Intensificó sus gemidos y buscaba mis labios de vez en cuando para agasajarlos con uno de esos besos que me dejaban sin respiración. La idea de dejar la luz encendida me pareció inmejorable de repente, ver el placer reflejado en su cara me excitaba muchísimo más que cualquier otra cosa.

Creí que mi hermano estaba a las puertas de tener un orgasmo y aunque me gustaba la idea, necesitaba que todavía no ocurriese. Dejé de mover la mano con la que estaba haciendo que se desmoronase y abrí un poco más mis piernas en una clara señal de lo que quería. Lo entendió, se elevó tan sólo a unos milímetros de mí y apoyó su frente sobre la mía mientras me ayudaba con una de sus manos a colocar el bulboso extremo de su sexo justo sobre la cavidad del mío. Cuando sentí aquel primer contacto le miré directamente y descubrí unos ojos llenos de ternura que me analizaban minuciosamente, sentí unas irrefrenables ganas de besarle y tuve que hacerlo mientras nuestros brazos se arrebolaron imparables haciendo que su torso descansase sobre el mío mientras sentía cada milímetro de Alejandro abriéndose camino hacia mis adentros. Lo hacía muy lentamente, retrocediendo cada poco para volver a efectuar un nuevo impulso, cada cual más fácil que el anterior, más cercano a la meta y más reconfortante al comprobar que aquello estaba lejos de ser la terrible experiencia que yo esperaba. Pero él parecía inseguro, incluso hasta el punto de hacerme temer por momentos que no fuese capaz de hacerlo. Paró cuando nuestras pelvis encajaron a la perfección y volvió a mirarme de aquella forma.

-¿Duele? – me preguntó con una débil voz a escasos milímetros de mi cara.

¿Era eso? ¿Le preocupaba que me doliese? Me reí inesperadamente con mis manos alrededor de su cuello y él me acarició la cara mirándome con cierta curiosidad. En un arrebato de locura deseé que Nerea pudiese ver aquello, ¡al bruto de Alejandro! ¡A Alejandro el sádico! Pero enseguida decidí que aquello se quedaría para siempre entre nosotros.

-¿Qué? ¿Te hago daño? – me insistió ante mi falta de respuesta.

-No, no me duele en absoluto – le susurré antes de besarle.

Sus caderas empezaron a moverse entre mis piernas, haciendo que fuese y viniese entre ellas en un suave vaivén que estaba superando con creces mis expectativas.

-Pero me avisarás si te duele, ¿verdad? – me dijo sin parar de moverse.

Asentí con una irreprimible sonrisa al verle tan preocupado. ¡Lo adoraba! En el fondo creía que si algo pasaba entre nosotros no podría volver a mirarle a la cara y ahora, incluso antes de que terminase de pasar, sabía que difícilmente me podría sentir así con alguien más. Me cautivaba con aquellos ojos, me hacía tiritar con sus manos, sus besos me envolvían en sutileza y esa forma de entrar y salir de mí me obligaba a no querer que nadie más me hiciera aquello.

-Te quiero – esas dos palabras fueron la gota que colmó el vaso de mi placer. Lo dijo de una manera tan dulce y sincera que me estremecí.

No era la primera vez que me lo decía, me lo decía incluso delante de nuestros padres, pero sabía que no se refería a quererme de aquella manera que manifestaba de cara a otros. Me sentí pletórica al escuchárselo de aquel modo.

-Y yo a ti – dije con total convencimiento.

Me sonrió antes de fundirse conmigo en un beso de una inocente gracilidad que fue dejando paso a la avidez de la misma manera que nuestros cuerpos cabalgaban juntos hacia la meta del deseo. Supe que era una privilegiada por sentir aquello mi primera vez – no era ajena a los rumores de que solía ser un completo desastre – y la mía estaba siendo inmejorable. No podía dejar de mirarle, tenía la necesidad de observarle mientras aceleraba el ritmo con el que su cuerpo agraciaba al mío mientras nos deshacíamos en gemidos o intentábamos ahogarlos a base de besos, cualquier cosa valía.

Me aferré a su espalda y le rodeé con mis piernas mientras mi lengua reclamaba la suya cuando estuve al borde del segundo orgasmo de la noche, pero entonces él se detuvo.

-Tengo que parar… necesito parar un rato… – susurró compungido.

¿Por qué? Hacía más de un año que tomaba la píldora, él lo sabía. El ginecólogo terminó recomendándomela tras esperar hasta la saciedad a que mi menstruación se regulase por sí sola.

-No, no pares… – le pedí con cierta pena cuando se dispuso a hacer lo que había anunciado.

-Laurita, no puedo… si sigo voy a llegar, cariño…

-¡Por eso! ¡Yo también, Alejandro! – le apremié con necesidad.

Retomó el vertiginoso ritmo que teníamos, volviendo a hacer que rozase el éxtasis poco después. Estábamos casi gritando, nos abrazábamos con fuerza, haciendo que nuestros cuerpos encajasen cada vez más y provocando con ello un frenesí que nos hacía retorcernos en la inminente necesidad de saciar el deseo que nos poseía.

-Laurita, mi vida, ahora sí que tengo que salir…

-¡No, no, no! Alejandro, no… Sigue, termina… – le exigí volviendo a rodearle con mis piernas para que no lograse aquello que se proponía.

-Laura, voy a…

-Hazlo, hazlo dentro, termina conmigo. No salgas…

-¿Contigo? – Asentí como pude en medio del aturdimiento que me generaban sus impasibles embestidas – ¿dentro de ti? – Volví a asentir de nuevo con total convencimiento mientras mi cara expresaba el placer que él me hacía sentir – ¿estás segura?

Su voz sonó con desconfianza, como si no se creyese lo que le estaba pidiendo.

-Sí. Claro que estoy segura.

Justo después de decir aquello me abrazó con fuerza, dejando que el aire saliese de sus pulmones conformando un sugerente y desesperado jadeo que me erizó cada centímetro de piel. Me aferré a él y le seguí hasta que desembocamos juntos en un poético clímax al que nadie más podía haberme llevado. Fue todavía más increíble que mi primer orgasmo. Un escalofrío sin precedentes recorrió mi espalda justo antes de que me colapsase de gozo. No sé si grité o si le abracé, sólo recuerdo una gratificante satisfacción difícil de describir y los gritos que Alejandro trataba de ahogar cerca de mi cuello haciendo que perdiese el norte por completo al ser consciente de que él estaba sintiendo lo mismo. Le di mis labios cuando los suyos me los reclamaron, al mismo tiempo que sujetaba mis caderas para clavarse cada vez más dentro de mí mientras nuestro palpitante final comenzaba ya a expirar.

Nos relajamos por fin, suspirando ante la necesidad de hacer llegar el aire a unos pulmones que acababan de trabajar a pleno rendimiento. Mantuve mis piernas flexionadas mientras mi hermano se recostaba sobre mí para agasajar el óvalo de mi cara con sus labios sin abandonar la cálida humedad de mi interior, que todavía le acogía. Me encantaban esos besos, ¿volvería a regalármelos o todo aquello iba a quedarse en un hermoso desliz? Supuse que no era el momento de sacar el tema y continué recibiendo sus atenciones, que nada tenían que ver con el Alejandro que fardaba de rompecorazones delante de sus amigos.

-Te quedan bien los coloretes, ¿sabes? – me dijo frotando su nariz con la mía.

Me reí de su observación reparando en que él estaba directamente colorado, desde la frente hasta el mentón.

-Bueno, a ti te queda bien cualquier color… – le contesté.

Me besó en los labios con cariño y se incorporó despacio hasta que volvimos a ser dos cuerpos en lugar de uno. Suspiré al pensar que me gustaría saber cómo íbamos a comportarnos a partir de ahora.

Se acostó a mi lado y se acomodó boca arriba haciéndome un gesto con su brazo para que me acomodase bajo él. Lo hice, apoyé la cara sobre su pecho y posé una mano sobre aquel torso al que me había invitado. Me arropó y me acarició el pelo antes de envolverme con su brazo. No dijimos nada, me besó un par de veces en la parte alta de la frente pero nos dormimos en completo silencio.

Por rocio

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