Buenas noches. El que les envío es un relato sobre el inicio de la relación que todavía mantengo con una compañera del trabajo. Espero que les guste.
Hola a todos. Como en varios relatos que se encuentran en esta página, no daré mi nombre real, así que me identificaré como Fernando. Esto que relataré a continuación sucedió hace aproximadamente tres años, con una compañera del trabajo. Tengo actualmente 28 años y mantengo desde ya casi cuatro años una relación de noviazgo con una chica de 26 años, a quien llamaré Karina, conociéndola en la presidencia municipal del pueblo donde vivo y donde trabajo, (no diré que municipio es, solamente que está en el estado de Hidalgo, México, esto debido también a que el lugar no es grande y pues ya saben, pueblo chico infierno grande). Con mi novia tengo una buena relación: es guapa (nada del otro mundo), divertida, inteligente y pasó momentos muy agradables con ella, además de que en la intimidad considero que ha sido excelente. En cuanto a mí, pues, aunque no soy guapo creo que tampoco estoy tan mal: piel morena, complexión fornida, aunque delgado, 1.60 m. de estatura (mi novia es más alta que yo, cabe mencionar) y un miembro de 20 cm. La chica que forma parte de este relato, a quien llamaré Elizabeth, la conocí antes que a mi novia, pues entró a trabajar un año antes que mi novia a la presidencia municipal. Dos años mayor que yo, casada y con una hija, desde el primer momento que la vi me pareció atractiva: de piel morena clara, aproximadamente 1.55 m. de estatura, cabello castaño, ojos color verde, delgada (con un poco de pancita, aunque natural por haber ya sido mamá), un buen busto y un culito pequeño pero paradito, lo que me pareció su mejor atributo lo conocí después: unas excelentes y contorneadas piernas, que lamentablemente no veía seguido ya que no gustaba de usar mucho vestido o faldas; sin embargo, cuando tenía la oportunidad de verlas, me costaba mucho quitarles la vista. En fin, mi novia y Elizabeth no tardaron en entablar una pequeña amistad en el trabajo, ya que mi novia es muy platicadora y sus oficinas estaban muy cerca, además de que asistían a varias fiestas, algunas por trabajo y otras por diversión entre compañeros, de las cuales mi novia me comentaba después como habían estado o si se veía chispa de romanticismo o atracción en algunos compañeros. En unas de esas fiestas y dentro de las pláticas que tenían mi novia y Elizabeth, mi novia me hizo el comentario sobre una pregunta que Elizabeth le hizo: quería saber si yo estaba bien dotado, ya que según sabía los que somos bajos de estatura estamos bien armados. Le dije a mi novia que qué le había contestado, diciéndome que no le quiso responder porque no sabía si lo decía en serio o por el alcohol que ya había ingerido, además de que consideraba que era algo muy privado y no iba andar respondiendo esas cosas. Debo admitir que, aunque la pregunta no me molestó, si me calentó un poco; pero no quise insistirle a mi novia sobre lo que le hubiera contestado a Elizabeth. Los días pasaron y una ocasión estando en el trabajo, Elizabeth me mandó a llamar porque necesitaba ayuda con su computadora (en ese entonces era el encargado de sistemas del ayuntamiento). Estando en su oficina comenzamos a platicar y a echar relajo, preguntándome qué tal iba con mi novia, respondiéndole yo que todo estaba bien. En eso me pregunta que si la tenía contenta, lo cual no entendí en un principio, contestándole que sí la tenía contenta. Al notar ella que al parecer yo no había comprendido del todo la pregunta, me vuelve a decir, ¿y si la llenas?, colocando su mano izquierda en mi pierna derecha. Fue en ese momento que entendí a qué se refería; al principio no le quise responder, pues algunos se burlaban de mí y mi novia por nuestra diferencia de estaturas, diciéndole solamente que le preguntara a ella. Me dijo que ya le había preguntado, pero no le quiso responder, por lo que ahora me preguntaba a mí. Me límite a decirle solamente que sí, que, si la llenaba y la tenía muy contenta, a lo que Elizabeth comenzó a subir su mano por mi pierna: cuando llegó a la altura de mi miembro y al notar su tamaño, la retiró un poco y su cara se puso roja haciendo también una mirada de sorpresa, aunque no tardó mucho en volver su mano a mi pene y empezó a recorrerlo, diciéndome: No pues sí, sin duda la has de tener muy contenta con eso que te cargas. Acto seguido, retiró su mano y yo me fui del lugar, sin duda sorprendido, pero también muy caliente por lo que me masturbé al llegar a mi oficina. Los días continuaron y no podía quitarme de la mente lo que había pasado con Elizabeth, y en uno de esos días, Elizabeth me llamó a su oficina diciendo que había un problema con la red. Ese día ella llevaba una blusa color azul con un escote que dejaba ver muy bien sus bien formados senos, una minifalda color negro y unos zapatos de tacón que hacía que sus piernas lucieran excelentes, aunque el clima entre nosotros se había puesto un poco tenso, no queriendo yo hacerle la plática por lo ocurrido anteriormente, a lo que ella empezó a echarme relajo el cual yo seguí. Enseguida me soltó de nueva la misma pregunta de la anterior vez, a lo que le respondí que ya le había dicho y ella hasta lo había afirmado. Me contestó que sí lo había afirmado pero que no estaba del todo segura, pues me lo había tocado por encima del pantalón y a lo mejor la estaba engañando. Sabiendo por dónde iba Elizabeth, le pregunté si quería que la sacara de la duda, diciéndome ella, ¿cómo? – Pues tú dime cómo quieres que lo haga. Ella sólo terminó respondiéndome que regresara más tarde pues aún estábamos en horario laboral y había muchos compañeros, que regresara una hora después de la salida. Pensé que no habría problema, pues mi novia había salido a Pachuca para entregar unos documentos sobre un proyecto, diciéndome que llegaría hasta la noche. Cuando se llegó la hora, me dirigí a la oficina de Elizabeth, no sin antes dar una vuelta por todo el edificio de la presidencia, por si aún había alguien y así poder evitarnos sorpresas; afortunadamente ya todos se habían ido, por lo que emprendí marcha hacia la oficina de Elizabeth, un poco nervioso; pero eso sí, muy excitado. En cuanto toque a la puerta, está ya estaba abierta y pude ver a Elizabeth que no traía su brasier, pues noté como sus pezones se marcaban sobre su blusa la cual ya había desabotonado un poco más, permitiéndome ver con mayor claridad sus tetas. Le pregunté qué quería saber, a lo que sólo me dijo que ya me había dicho; le respondí que había dos formas; una, que metiera su mano debajo de mi pantalón, y la otra, que podía mostrárselo para que lo viera en todo su esplendor. Añadiéndole un poco de juego y más morbo a la situación, Elizabeth se quedó pensando, eso sí, sin dejar de mirar mi entrepierna con unos ojos de lascivia y pasando constantemente su lengua por sus labios, lo cual sólo provocaba que mi verga se pusiera más dura y quisiera ya salir de mi pantalón. Me dijo que ya había decidido, que iba a comprobarlo viendo mi paquete, por lo que tenía que bajarme el pantalón, pero que además me la quería tocar. Por mí no había problema, le respondí, pues es lo que quería, aunque antes de hacerlo, le dije que qué ganaría yo, que de alguna manera me tenía que recompensar, por lo que ella sin dudarlo llevó sus dos manos a sus magníficas tetas y empezó a sobarlas de una manera que de únicamente acordarme hace que mi verga se me ponga dura. Me dijo que me mostraría sus chichis y por supuesto las podría tocar, por lo que sin pensarlo acepté. Antes de que empezáramos, le dije que cerrara bien la puerta de su oficina. Tomó una silla que estaba ahí cerca y se sentó justo frente a mí, a escasos 30 cm. de distancia, por lo que a esa altura podía ver perfectamente el canal que separaba sus pechos, pudiendo observar lo perfectos que eran. Comencé a bajar mi pantalón y ella sin apartar su vista de mí, seguía pasando su lengua por sus labios, lo cual sólo aumentaba mi calentura. Bajé mi ropa interior y cuando vio mi verga no pudo hacer otra cosa más que abrir la boca en símbolo de admiración.
– ¡Qué grande la tienes! No, sin duda está más grande que la de mi marido, y por eso Kari siempre se ve bien contenta, la has de llenar bien rico con esa cosota.
– Ya vez, te dije que si la llenaba y tú pensabas que no.
Acto seguido, Elizabeth agarró con sus dos manos mi verga y empezó a sobarla de una manera que nunca me habían hecho, sintiendo muy rico a cada momento que subía y bajaba sus manitas. Elizabeth no apartaba su mirada y seguía con su lengua jugando sobre sus labios. Comenzó a decir que nunca había visto una de ese tamaño y mucho menos la había sentido. Yo sólo podía gemir de lo rico que sentía con la puñeta que me estaba haciendo, cuando de repente y como pidiéndome permiso, Elizabeth me preguntó, ¿puedo?, sacando su lengua cada vez más y queriéndola acercar a mi miembro. Sólo pude asentir con la cabeza y ella inició pasando su lengua por todo mi tronco, desde arriba hasta abajo y pasándola por todo alrededor cuatro o cinco veces, y en ese momento metiéndola en su boca. Era una sensación asombrosa, sintiendo lo cálido de su boca y como jugaba con su saliva en el interior, provocando que sintiera un cosquilleo y adormecimiento en mis manos. Únicamente podía atinar a decir que no se detuviera, que me estaba dando la mejor mamada que me hubieran dado y cada vez más la metía más en su boca hasta que casi la tuvo toda. No podía creer que esa chica que me había gustado desde el momento en que la vi, ahora tuviera mi pito en su boca, y con el ritmo que tenía, unido a toda la calentura que me había provocado desde hace varios días, no tarde en sentir que iba terminar, por lo que empecé a decirle que iba a acabar, a lo que ella sólo aumentó el ritmo hasta que no pude más. En cuanto solté lo primero, se sacó mi verga de la boca y dejó que lo demás se fuera al piso. Elizabeth se levantó de la silla con una cara de satisfacción, teniendo sudor en la frente y justo en la separación entre sus tetas, además de que algunos de sus cabellos le cubrían la cara, por lo que esa imagen la hacía ver de una manera tan sexy. Tuve que sentarme un momento en una de esas sillas para visitas donde vienen cuatro en uno sólo (disculpen, todavía no sé cómo se llaman esos muebles) pues mis piernas me estaban temblando un poco, aunque enseguida Elizabeth se fue a sentar a mi lado e inició con una coqueta insinuación.
– Bueno, ya cumplí mi parte del trato y hasta pudiste probar a que sabe; ahora te toca a ti cumplir con lo acordado.
Enseguida empezó a desabotonar su blusa y comprobé mi sospecha de que no traía brasier puesto. Le pedí que no se la quitara pues me parecía muy caliente verle sus tetas con su blusa todavía puesta. Tomé sus tetas con mis manos y las empecé a sobar y tocar por todo alrededor. Seguí con ese tratamiento y veía como Elizabeth ponía sus ojos casi en blanco, por lo que no quise quedarme ahí y le comencé a acariciar la espalda con mi mano derecha, mientras la izquierda pasaba sobre su teta, haciendo intervalos con ambas manos en su espalda y tetas. No desaproveché la oportunidad y por supuesto que le acariciaba sus maravillosas piernas que siempre me habían gustado, aunque no siempre podía ver; pero en ese momento las tenía a mi entera disposición. Sin que ella se lo esperara, mi boca fue directo hacia su cuello pasándole la punta de mi lengua de arriba hacia abajo; notando lo agitado de su respiración, le planté un beso en la boca el cual me correspondió, pasando ella la punta de su lengua sobre la mía y mis labios, haciendo que recordara lo que momentos antes había hecho con mi verga, la cual no tardó en reaccionar y ponerse dura otra vez, por lo que Elizabeth llevó su mano a mi verga y la estuvo sobando. Seguíamos con nuestro candente beso y decidí empezar a bajar y chupar sus tetas, dando un respingo en cuanto mi boca tocó sus senos; escuchaba cada vez más lo agitado de su respiración, por lo que decidí dar una leve mordida a sus pezones, dando ella un rico gemido de placer por lo que me anime a morderlo más fuerte, haciendo eso con sus dos maravillosas tetas. Seguí besando y la recosté sobre el mueble; empecé a bajar cada vez más, besando su estómago y su ombligo. Me bajé a sus ricas piernas, besándolas de desde abajo, levantando la vista y observando que no traía ropa interior. Su tesorito estaba algo depilado, con una fina línea de vello; seguí pasando mi lengua por sus piernas y cuando llegué a su panochita, recorrí todo su alrededor con mi lengua. No quise quitarle su falda pues como dije anteriormente, me excita mucho ver a una mujer semidesnuda, dejando algo a la imaginación. Cuando finalmente mi boca llegó a sus labios vaginales, metí dos dedos en su vagina, moviéndolos en su interior como si fueran aspas. Elizabeth arqueo su espalda, aprisionando mi cabeza con sus piernas y sus manos, por lo que mi lengua pasó por toda su conchita, haciendo un mete y saca con la punta, sin sacar mis dedos de su sabroso tesoro.
– ¡Ah, así, no te detengas Fer, sigue por favor, no te detengas por nada del mundo!
Elizabeth gemía cada vez más fuerte y por tanto aumentaba mi ritmo.
– ¡Fer, no pares, me vengo, me vengo, Fer que rico, por favor no pares, te lo suplico!
Elizabeth comenzó a moverse mucho en el mueble, por lo que abracé sus piernas con mis brazos y mis manos tomaron sus senos. No despegué mi boca de su panocha, por lo que, así como se movía Elizabeth, yo me movía con ella, hasta que Elizabeth dio un largo y fuerte gemido en señal de haber llegado al clímax, teniendo ambos la respiración muy agitada la cual fuimos recobrando poco a poco. Tomó asiento y me mostró una preciosa sonrisa la cual debo admitir me puso contento.
– ¿Qué tal? – atiné a preguntarle.
– ¡Delicioso! De haber sabido esto antes, no hubiera tardado tanto en intentar seducirte.
– Me imaginé que lo habías estado planeando, sobre todo cuando vi que ya no traías puesta tu ropa interior y tu brasier.
Los dos comenzamos a reírnos y nos dimos un beso apasionado. Claro que con todo lo que ya había pasado, mi verga estaba al cien, deseosa de más con Elizabeth y de ahora estar guardada en esa cavidad húmeda que tiene bajo sus piernas, y con el beso que nos estábamos dando, ella también empezó a calentarse. Por fin le quité su blusa, pero no quise quitarle su falda, y yo para estar un poco más cómodo me quité totalmente el pantalón. Ahora fui yo el que se sentó y Elizabeth se puso de pie, aunque pronto ya estaba arriba de mí. Agarró mi miembro con su mano y la condujo a la entrada de su vagina; en cuando la punta sintió su vagina sentí que me iba a vaciar. Fue bajando poco a poco sobre mi verga, ya que me dijo que al principio sentía algo de dolor, dando un leve grito. Cada vez se la metía más y más, hasta que sentí que por fin la tenía toda adentro de su vagina, diciéndome que la esperara un momento para poderse acostumbrar. Inició con un movimiento lento de arriba hacia abajo, aumentando poco a poco su ritmo, gimiendo ambos y con la respiración agitada.
– ¡Eli, tu panochita está bien rica, me la estás apretando bien rico!
– ¿Tú crees? Es que con esa vergota todas las panochas te han de parecer chiquitas.
– No pares Liz, te mueves bien rico. Vamos a seguir haciendo esto, ¿verdad?
– Claro que sí, ahora que verifiqué lo grande de tu garrote, voy a querer que me la metas más seguido.
– Todas las que quieras mamacita.
No tardamos mucho en venirnos los dos, sin duda por toda la calentura que traíamos los dos, viniéndose ella primero y a los pocos segundos yo. Cuando sentía que me iba a venir, le avisé que estaba a punto de hacerlo, sin dejar de moverse o pedirme que se la sacara, interpretándolo como una autorización que me estaba dando para dejarle toda mi leche dentro. Ambos terminamos muy cansados, tirándonos al suelo y abrazados, yo sin sacarle mi miembro de su vagina. Ahí nos quedamos como diez minutos, besándonos y esperando a que mi pene volviera a su estado normal, sacándolo finalmente. Me tiré de espaldas al suelo y viendo Elizabeth mi pene en estado de reposo, sólo dijo que incluso estando así estaba bien grande. A pesar de que ya me había venido dos veces, seguía con una calentura descomunal, recordando lo que habíamos hecho hasta hace unos momentos, por lo que le propuse que lo hiciéramos otra vez.
– Ya es algo tarde y no debemos levantar sospechas. Además, debo regresar a mi casa para ver a mi hija.
– Por supuesto, no te preocupes, entiendo y tienes razón.
Nos vestimos y cuando lo hacíamos, pude ver que sacó su ropa interior de su bolsa.
– Oye, ¿a qué hora te quitaste tu ropa interior? – le pregunté.
– Mi brasier me lo quité poco antes de que llegaras a la hora que te pedí; pero mi calzón… ese me lo quité desde que llegué a la presi.
– ¿No has traído calzón todo el día?
– ¡No! – me respondió con una coqueta sonrisa.
Me ofrecí a llevarla a su casa, pues tenía curiosidad por saber más de su plan. No mostró objeción, pues vive en una comunidad algo retirada, y yo vivo en el siguiente municipio, por lo que no era la primera vez que me ofrecía a llevarla a su casa y al parecer su familia no decía nada sobre esto. Ya en el auto, seguí con el interrogatorio a Elizabeth.
– ¿Todo esto lo tenías planeado?
– La verdad, sí. Siempre me has parecido guapo, y cuando le pregunté a Karina sobre tu “herramienta”, noté un poco de seriedad en su cara, por lo que supuse que no estaba tan equivocada.
– ¿Y si no hubiera sido lo que esperabas?
– Te confesaré algo que solamente tú sabes: ya tiene casi un año que mi esposo, nada de nada conmigo. Sospecho que tiene un amante, además de que se la pasa mucho tiempo en el trabajo y dotado, dotado, no lo está. Aunque no hubiera sido lo que esperaba, de todos modos, lo hubiera hecho contigo. Ya tenía muchas ganas y esta calentura no me la he podido bajar con mis juguetes. Me alegra haber tenido razón y aunque no lo creas, eres el segundo hombre con quien tengo sexo.
– ¿En serio?
– En serio. Mi esposo fue el primero, aunque si ha sido algo decepcionante.
– ¿Podremos volver a hacerlo?
– Claro que sí; ahora que he probado esto, quiero volver a sentirlo.
Durante el resto del trayecto continuamos platicando sobre otras cosas, pues no quería agobiarla con todo esto. Por supuesto que volvimos a hacerlo, en varias ocasiones y lugares, incluso una de esas ocasiones fue en su casa. Todavía al día de hoy seguimos teniendo nuestros encuentros, aunque sabe que por ahí he tenido otras aventuras con más compañeras. Esperando que les haya gustado mi relato, ojalá tenga la oportunidad de poderles contar si no todas, al menos algunas de las ocasiones más memorables que he estado con Elizabeth, incluso del resto de aventuras que he tenido, sobre todo con una de ellas que al igual que Elizabeth, me empezó a gustar muchísimo, resultando aún más aventada que Elizabeth.
Hasta pronto.
Rocio debe publicar mas seguido y una tercera parte del derrumbe en la carretera, saludos
pues la segunda parte no le gustó a nadie. Si no dejan comentarios no hay forma de enterarse que gusta y que no!
Pues esperemos que de este si haya continuación, la forma de relatarlo hace que la mente lo imagine realmente.
Felicidades