Aún me hago pajas cuando recuerdo todas las cosas que me ocurrieron durante aquel mes de Agosto, cuando tenía doce años. En realidad todo empezó el verano anterior. Mis tíos me habían invitado a pasar un día en su casa de campo. Después de comer se fueron a dar un paseo y me quedé sólo con mi prima, que entonces tenía 17 años y mi primo de 16. Al poco de salir sus padres, mis primos se fueron a una de las dos habitaciones que tenía la casa y cerraron la puerta con cerrojo. Yo llamé con los nudillos y les pedí que me dejaran pasar, pero ellos me dijeron que fuera a ver la televisión.
Al cabo de un rato, muerto de curiosidad, salí fuera de la casa (que solo tenía planta baja), la rodeé y fuí a la ventana de la habitación donde ellos estaban. Las ventanas de la casa no tenían persianas y aunque ellos habían cerrado las cortinas, habían dejado las ventanas abiertas por el calor que hacía. Con mucho cuidado aparté un poco la cortina por un lado y lo que vi me aceleró el pulso. La cabecera de la cama estaba justo debajo de la ventana. Mi primo estaba tumbado boca arriba mirando una revista porno. Tenía los pantalones y los calzoncillos bajados hasta las rodillas. Su hermana, sentada en la cama a su lado, le estaba haciendo una paja. Al cabo de un rato de menearsela mi primo dejó a un lado la revista y dijo «¿me enseñas las tetas?». Ella respondió quitándose la camiseta y el sujetador. (Aquí hay que decir que mi prima estaba y está buenísima y tiene un par de tetas de ensueño). El alargó un brazo y se puso a sobarle las tetas mientras ella continuaba subiendo y bajando la mano frenéticamente sobre su polla, sacando y metiendo el brillante y morado capullo en cada sacudida. Yo no estaba ni aun metro de distancia de ellos, así que vi con toda claridad cómo se había formado una gotita blanca en la punta de la polla. Mi primo suplicó «¿me dejas que te toque el culo mientras me corro?», a lo que ella respondió «está bien, pero no te acostumbres». (No hace falta decir quién llevaba las riendas en este juego). Ella se puso de rodillas sobre la cama, se recogió la falda hasta la cintura y tirando un poco de los elásticos de las bragas le miró a la cara con una sonrisa pícara y le preguntó con voz lasciva «¿no hace falta que me baje las bragas, verdad?». El respondió inmediátamente «¡sí porfavor!¡bájatelas!». Ella se giró poniendo el culo en dirección a la cabecera de la cama para que él lo viera bien (yo, por supuesto, compartí aquel regalo) e inclinándose un poco se bajó las bragas lentamente. Después volvió a cogerle la polla y continuó meneándosela. El, al principio con mano temblorosa, se puso a sobarle el culo. Un par de minutos después mi primo empezó a gemir y su polla empezó a soltar chorros de leche que mi prima recogía en un trapo que sujetaba en la otra mano y que había preparado para tal fin. Después mi prima se levantó y se colocó la ropa. Yo adiviné que la función había acabado y volví corriendo a entrar en la casa y a sentarme frente al televisor. Esa misma noche, de vuelta en mi casa, me hice mi primera paja recordando las imágenes que había visto por aquella ventana y e imaginando que era mi prima quien me masturbaba. Aunque desde aquella primera paja ya tenía orgasmos, los primeros meses no eyaculaba nada. Despues me empezó a salir una espumilla blanca y para el invierno ya echaba abundantes chorros de lefa. Llegué a la barbaridad de hacerme tres pajas diarias, aunque en la última sólo eyaculaba unas pocas gotitas. Esto lo hacía siempre leyendo revistas porno que me dejaban mis compañeros, de las que extraje, además de estímulo sexual, gran cantidad de información.
No exagero ni bromeo al decir que cuando comenzaba a hacerme una paja sentía agujetas en la polla. Esta, por lo demás, empezó a crecer a un ritmo muy acelerado llegando en pocos meses a ser grande incluso para un adulto. Por suerte no me ha crecido más desde entonces, pero en aquel momento, para un niño de doce años, era un tamaño casi antinatural.
Por otro lado habiendo sido testigo de que mi prima le hacía pajas a su hermano, yo empecé a albergar fantasías en torno a mi hermana. Pero yo era muy timido y mis acercamientos fueron muy lentos. Desde aquel dia de verano en que descubrí a mis primos, hasta bien entrado el mes de Noviembre, no me atreví a intentar nada. Entonces surgió la oportunidad sin que yo la buscara. Mi hermana solía tumbarse a ver la tele en en sofá de tres plazas que había en el salón de mi casa. El aparato de TV estaba frente al sofá y ella se tumbaba de lado con la cabeza apoyada en el reposabrazos y las piernas recogidas en posición casi fetal, dejando la mitad del sofa libre. Se cubría además con una larga manta de cintura para abajo. Un día que no estaban mis padres entré en el salón y la encontré como he descrito. Yo me senté en el otro extremo del sofá y me puse a ver la TV. Al rato ella se levantó un momento para ir al servicio y comprové que llevaba puesto lo que usaba casi siempre para estar en casa en invierno: Un gersey grande que le llegaba casi hasta medio muslo y debajo unos pantys. No llevaba falda ni otra prenda inferior porque el gersey cubría lo suficiente. Poco después regresó al salón y volvió a tumbarse y a arroparse como estaba antes. Entonces yo me descalcé y me tumbé en mi lado en la misma postura que ella y le pregunté si podía cubrirme yo también con la manta. Ella dijo que si. Entonces levanté la manta para cubrirme y lo que vi me puso la polla tiesa. Al tumbarse, se le había subido el gersey hasta la cintura y debajo de los pantys que eran blancos y casi transparentes, no llevaba bragas. Era como si estuviese desnuda de cintura para abajo. Mejor aún, pues los pantys son una prenda que siempre me han dado mucho morbo. Se le veía perfectamente la raja del culo, donde el panty se había encajado como un guante, y la negra pelambrera del coño. Esa visión beatífica duró solo unos pocos segundos pues hubiese sido sospechoso que me quedara sujetando así la manta, como quien alza un capote. Así que me cubrí y me tumbé. Entonces se me ocurrió una idea loca. Lentamente estiré una pierna hasta que los dedos de mi pie rozaron la sedosa textura del panty a la altura de la maravillosa redondez de una nalga. Muy poco a poco, convirtiendo los dedos de mis pies en delicados instrumentos de tacto comencé un disimulado tanteo exploratorio. Palpando de esta manera recorrí una nalga, luego la otra y cada vez más confiado me atreví a encajar el dedo gordo entre las nalgas y a moverlo primero en una dirección y luego en la otra, todo a lo largo de la raja del culo. Para entonces mi hermana ya debía haber notado hacía rato este delicado magreo, pero al principio debió pensar que mis movimientos no eran premeditados y más adelante que eran demasiado inocentes para que peligrara su virtud. Además debían estarle gustando aquellas caricias por lo que se dejó hacer sin decir nada (además posiblemente aquella era la primera vez que le acariaban el culo, pues a pesar de sus dieciocho años y de lo buena que estaba, siempre había sido muy tímida y reprimida).
Llegué así con mis magreos hasta un sitio más blando, húmedo y caliente. De inmediato supe donde había apoyado el dedo gordo poque mi hermana soltó un pequeño jadeo. Con toda mi malicia allí me puse a restregar el dedo frotando cada vez con más fuerza alentado por la pasividad de mi hermana. Al mismo tiempo cambié lentamente de posición colocándome boca arriba y tensándo la manta metí mi cabeza debajo la para poder ver lo que antes solo experimentaba mediante el tacto. Al poco rato vi que mi hermana encogía los dedos de los pies (con el tiempo aprendí que hacía esto siempre que estaba a punto de correrse) tras lo cual jadeó unas cuantas veces seguidas. Tras relajarse un momento se levantó con la cara roja como un tomate y se fue a su habitación sin decir palabra. Yo por mi parte me fui a la mía a hacerme una paja antes de que me estallara la polla.
A los pocos días volví a encontrarla en aquella postura y decidí tentar la suerte. Pero en esta ocasión tomé precauciones. Si todo iba bien no iba a esperar a volver a mi habitación para hacerme una paja. Por lo tanto antes de tumbarme en el sofá fui a ponerme el pantalón del pijama y cogí un par de servilletas de papel. Todo se repitió como la vez anterior pero en esta ocasión cuando la cosa estaba bastante avanzada y mi pié se afanaba en su culo, oculto como estaba bajo la manta, saqué mi polla del pantalón y me puse a hacerme una paja. Decidí apurar aquella copa y no correrme hasta notar que lo iba a hacer ella. Al terminar ella hacía como si no hubiese pasado nada dándome a entender que no se había enterado. La tercera y última vez que disfruté de este modo fue una semana más tarde. Esta vez era yo quien la esperaba tumbado en el sofá. Ella llegó de la calle y al verme allí colocado debió apetecerle una sesión de tórrido magreo. Así que después de dejar unas bolsas en su cuarto volvió al salón y se tumbó a mi lado como las otras veces. Pero como venía de la calle, llevaba puesta una falda y debajo, como poco después pude comprobar, no llevaba pantis, sino unas bragas. Al momento comencé mi lento acercamiento. Aparté la falda con el pié y al ver aquel diferente panorama me excité muchísimo. Después de palpar un rato sobre sus bragas fui tirando de los elásticos para encajarlas en la raja del culo, dejando sus nalgas al aire. Sentir el contacto de la piel de sus nalgas desnudas era fantástco. Me excité tanto que perdí la prudencia. Introduje los dedos del pie bajo el elástico de la braga a la altura del chocho y me puse a acariciarlo. Sentía perfectamente los pelos y la humedad de la raja. Presionando un poco llegúe a sentir con el dedo gordo la viscosa carnosidad de los labios menores. Al notar que mi hermana no podía contener los jadeos y sin medir las consecuencias, le hundí el dedo gordo en la vagina. Ella dio un gemido y tras pensarlo un momento debió considerar que las cosas habían llegado demasiado lejos, así que se levantó y se fué a su habitación. Nunca volví a encontrarla en aquella postura. Hasta el mes de Agosto mis intentos con ella se redujeron a preparar unas cuantas ocasiones para dejarme pillar in fraganti haciéndome una paja en el cuarto de baño (lo cual a mi excitaba muchísimo). Pero ella siempre reaccionaba cerrando rápidamente la puerta y más tarde haciendo como si no hubiese visto nada.
Entretanto me ocurrió algo que desvió mi atención hacia otra mujer. Debido a mi casi exclusiva dedicación a la masturbación y a las revistas pornográficas, el curso académico empezó a irme mal. Tuve que asistir a clases de recuperación. Entre otras debía ir dos veces por semana a clases de recuperación de sociales. Las impartía una profesora de unos treinta y cinco años que era la admiración de todos los chicos del colegio (era un colegio solo de chicos que solo impartía EGB y yo asistía al penúltimo curso). Cuando entré el primer día la señorita aún no había llegado. Me enteré de que solo seríamos seis alumnos en total y que los otros cinco eran habituales de aquella clase. Al principio, estos me miraron mal, pero luego ante lo inevitable de mi incorporación, me dieron un turno a suertes. Yo pregunté para qué era el turno y entonces me explicaron de qué iba el tema. Por lo visto la señorita era una calientapollas que aprovechaba aquellas clases con aquel grupo reducido de alumnos para practicar un sutil y disimulado exhibicionismo. La mesa de los profesores se encontraba sobre una tarima a la que se subía mediante un par de escalones. Las rodillas del profesor, cuando este estaba sentado, quedaban a la altura de las cabezas de los alumnos. En estas clases, este pequeño grupo se turnaba para ocupar el pupitre de la primera fila que se encontraba frente a la mesa del profesor. Cuando entraba la señorita se sentaba en su silla y empezaba a cruzar y a separar las piernas las veces necesarias para que la falda se le remangara hasta bien arriba de sus muslos. Entonces se recostaba un poco hacia atrás y se abría de piernas ofreciendo al alumno que tenía en frente una perfecta visión de sus bragas. Elegía entonces un alumno para que leyera el libro en voz alta y cada diez minutos nombraba a otro distinto para que sustituyera al anterior. Pero nunca nombraba al que tenía en frente pues sabía que éste estaba ocupado en otra tarea más amena. Nosotros, antes de ir a esa clase, íbamos a los vestuarios del gimnasio y quitándonos pantalones y calzoncillos, nos poníamos el pantalón del chandal, que permite, tirando del elástico, sacar y meter la polla fácilmente. En cuanto la señorita se sentaba en su silla, aquel de nosotros que tenía el turno de sentarse frente a ella, oculto de cintura para abajo por su propio pupitre, se sacaba la polla del pantalón y se ponía a hacerse una paja mirando las bragas de la señorita. Ella evidentemente sabía en qué andaba éste afanado, tanto por la evidente dirección de la mirada del alumno, como por el rítmico movimiento de su brazo. Cuando nos corríamos, dejábamos caer la lefa directamente al suelo, pues sabíamos que más tarde las de la limpieza borrarían con sus fregonas la prueba del delito. Cuando el que tenía el turno se había corrido, hacía una pequeña seña y el que iba a continuación pedía permiso a la señorita para cambier el puesto con aquel. Ella le daba permiso y siempre comentaba con una disimulada sonrisa que no sabía qué tenía aquel pupitre en especial para que siempre le estuvieramos pidiendo permiso para sentarnos en él. Entre nosotros nos habíamos puesto de acuerdo para no meternos prisa y a lo largo de una clase de una hora pasábamos dos o tres de nosotros por aquel privilegiado observatorio. A veces ella variaba el numerito. Nos dimos cuenta de que antes de entrar en clase se iba al servicio de profesores a quitarse el sujetador. Luego a los pocos minutos de empezar la clase, alegando que la calefacción estaba semasiado fuerte, se desabrochaba varios botones de la blusa. Más tarde, rápida e inesperadamente se levantaba y se acercaba al pupitre de enfrente sin dar tiempo al afanado masturbador para guardarse la polla. Entonces pidiendole que le enseñara el cuaderno se inclinaba a su lado apoyando un codo en la mesa y la otra mano en su cadera. En esa postura, así inclinada, la blusa se ahuecaba hacia abajo dejando ver por la abertura una teta hasta el mismo pezón. Ella sabía que bajo el pupitre, el alumno que tenía a escasos centímetros, tendría la polla fuera y a punto de estallar. Además ponía el culo en pompa a un palmo de la cara del alumno del pupitre de al lado y lo movía lentamente a un lado y a otro para darle más morbo. Así se tiraba fingiendo leer el cuaderno unos diez minutos, tiempo que ella debía estimar suficiente para que el alumno que tenía detrás se hiciera una paja a la salud de su culo. Entonces fingía que se le caía un lapiz y se ponía un momento de cuclillas para mirar bajo el pupitre la erección del alumno al que había estado enseñando las tetas antes de volver a su mesa. Por supuesto, cuando ella se levantaba de su silla y se inclinaba sobre nosotros para «leer nuestro cuaderno», interrumpíamos la masturbación y hacíamos lo posible para ocultar la polla bajo el pupitre. Pero un día, un compañero especialmente atrevido, al tener a la señorita inclinada sobre él con su teta desnuda al alcance de la mano no pudo aguantar más y metiendo la mano bajo el pupitre continuó haciendose la paja que hacía un momento había interumpido. Al notarlo, turbada, la señorita se enderezó rápidamente, pero luego debió pensarlo mejor y volvió a inclinarse sobre él como si nada estuviese ocurriendo. El alumno de detrás de la señorita, al ver el éxito del atrevimiento de mi compañero, levantó su falda con cuidado remangándola sobre las caderas y dejando al descubierto un maravilloso culo cubierto por unas bragas casi transparentes. Al día siguiente cuando me tocó el turno, al inclinarse sobre mi, yo en lugar de intentar ocultar mi polla bajo el pupitre, empujé despacio hacia atrás retirando mi silla unos palmos de la mesa y dejando mi polla completamente al alcance de su vista continué haciendome la paja. Ella apartó inmediatamente la vista del cuaderno y con el rabillo del ojo se puso a mirar donde yo quería. Me estaba haciendo una paja a medio metro de su cara y entonces lo fastidié todo. Alargando la otra mano le cogí una teta. Aquello era demasiado directo y ella se enderezó rápidamente y volvió a su sitio.
Poco después el juego cambió. Un día ella estaba andando por la clase y cuando llegó al pupitre de la esquina del fondo, donde estaba sentado un compañero, se sentó repentinamente sobre la mesa sin darle tiempo de retirar los brazos de encima. Aquello no fue premeditado, pero su culo quedó sentado justo sobre una mano de mi compañero. A pesar de ello no se retiró. A partir de entonces aquel fue el pupitre que nos sorteamos porque la señorita no volvió a sentarse en su propia mesa. Cuando ella entraba en clase andaba un poco alrrededor de las mesas y cuando llegaba a aquel pupitre preguntaba al que lo ocupaba «¿Puedo sentarme en tu mesa?», tras lo cual se daba la vuelta y esperaba el tiempo justo para que pusieras la mano sobre la mesa con la palma hacia arriba. Entonces ella, justo antes de sentarse sobre tu mano daba un tirón a su falda hacia arriba para no sentarse sobre ella. Así, lo único que separaba la mano de su culo era el suave y fino tejido de sus braguitas. Es más, si al sentarse no acertaba a la primera, se movía hasta que sentía la mano bajo su culo. Así con la señorita sentada casi de espaldas a él, podías utilizar la otra mano para acerte una paja o para levantarle la falda y ver su espléndido culo sobre tu mano. Cuando me tocó a mi, al rato comencé a mover los dedos. Magreaba su culo con ganas mientras me hacía una paja. Luego, con el dedo corazón, me puse a frotarle el coño. Ella dio un respingo, se levantó y se fue a su mesa. Comprendí que ningún compañero había llegado tan lejos y que con mi avaricia había vuelto a romper el saco. De todas formas era el penúltimo día de la evaluación y cometí la estupidez de aprovar aquella asignatura con lo que mis padres me sacaron de las clases de recuperación.
Nos acercamos al momento álgido de mi historia. El mes de Agosto de ese año. Acabé el curso con varios suspensos y tuve que pasar los meses de Junio y Julio yendo a las clases de verano (esta vez con profesores de los de siempre). Mis padres habían planeado que fuéramos todos el mes de Agosto con mis tíos a la playa, pero mi hermana quería quedarse en casa estudiando. A mis padres no les pareció bien, pero al saber que mi prima iba a pasar el mes con una amiga en la casa de campo de mis tíos, decidieron mandarnos a los dos allí con ellas. A mi como castigo por mis suspensos y para que estudiara. Así que llegado el dia uno, temprano, mis padres, mis tíos y mi primo salieron hacia la playa en el coche de mi tio. Por nuestra parte mi hermana, mi prima, su amiga y yo nos pusimos en camino hacia la casa de campo de mis tios.
DIA 1.
Cuando vi a la amiga de mi prima esperando con la maleta en la puerta de su casa se me cayó la baba. Era una preciosa rubia de 16 años con unas curvas que quitaban la respiración. No es que mi hermana y mi prima no estuvieran buenas, pues como ya he dicho estaban buenísimas, pero no tenía la menor esperanza de que la amiga de mi prima estuviese al nivel de las otras dos. Tres de tres era demasiada suerte. Allí estaba yo, con doce años recién cumplidos, a punto de pasar un mes a solas con tres tías de revista.
Durante el largo viaje en coche mi hermana y mi prima se turnaron al volante. Ambas con 18 años, tenían el permiso de conducir recién estrenado. Yo iba atrás con Marta, la amiga de mi prima, que a las dos horas de salir dijo que tenía sueño y que iba a dormir un rato. Se recostó en el asiento con la cabeza hacia la puerta y el culo hacia mi lado y como llebaba minifalda, me regaló con el espectáculo de sus bragas. Aquello fué más una tortura que otra cosa. Durante varias horas no pude dejar de mirar de reojo aquel trasero ni aliviar mi erección de ninguna manera. Por fín llegamos a la casa, que está a más de media hora en coche del pueblo más cercano (debido no a la distancia, sino al mal estado del camino). Nada más ir a dejar las maletas mi prima cayó en algo que mis tios habían olvidado. La casa sólo tenía dos habitaciones. Una con una cama de matrimonio y con baño (el único de la casa) y la otra con una cama de matrimonio y una pequeña cama plegable. Pues bien, el error fue olvidar que dicha cama plegable ya no estaba allí. Se había roto el año anterior y se la habían llevado. Mi hermana propuso que yo durmiera en el sofá del salón. Me negué diciendo que no iba a pasar un mes durmiendo en un sofá. Mi prima sugirió que la mejor solución era que ella y su amiga durmieran en la cama de una habitación y mi hermana y yo en la de la otra. Tras mucho protestar mi hermana finalmente accedió. Hechamos a suertes la habitación con baño y les tocó a ellas. Mientras se dedicaban a deshacer sus maletas, yo me fui a explorar la casa y sus alrrededores. Ya había estado una vez allí el verano anterior (el día que comienzo mi narración), pero no había tenido tiempo de fijarme con detalle. En el salón-comedor había un sofá, dos sillones, una mesa con varias sillas, un televisor y un video. Una pequeña cocina completaba la casa. Comprobé que ninguna ventana tenía persiana y la del cuarto de baño era translúcida, pero tenía un roto de varios centímetros junto al marco. A unos diez metros de la casa había una pequeña piscina con unas cuantas tumbonas cerca. La rodeaba un seto espeso de unos dos metros de altura, con una apertura en un lado para dar acceso.
Como aún era pronto, mi hermana y mi prima decidieron ir al pueblo a comprar comida. Al poco de irse ellas, Marta dijo que iba a darse una ducha. En cuanto oí cerrarse la puerta del cuarto de baño salí corriendo de la casa y me acerqué lentamente a la ventana del baño. Miré por el agujero y ¡premio!. Allí estaba ella empezando a desnudarse. Saboreé cada uno de sus movimientos, sobre todo cuando se quitó el sujetador y las bragas. Me la saqué y empecé a cascármela. Ella era muy rubia y tenía los pezones y los labios del chocho de color rosa pálido. Ver resbalar sus manos jabonosas sobre aquellas magníficas tetas fué demasiado para mi y estuve a punto de correrme. Pero decidí aguantar y aprovechar aquello hasta el último minuto. Cuando finalmente ella cerró el grifo y empezó a secarse con la toalla di rienda suelta a mis esfínteres (siempre he sabido controlar mi orgasmo) y poco después empecé a lanzar chorros de leche contra el alfeizar de la ventana. Un par de horas después, mirando en los cajones de la mesilla de noche de mis tíos, encontré un par de revistas porno y varias cajas de condones. Escondí el hallazgo en mi maleta y me metí en el baño con una de las revistas para hacerme otra paja (ya he dicho que por aquel entonces me hacía tres diárias). Después de cenar me sentí bastante cansado por el viaje y me acosté antes que mi hermana.
DIA 2.
A la mañana siguiente ella se levantó antes que yo, así que ni me enteré de que había dormido acompañado.
A media mañana decidimos estrenar la piscina. Fue mi oportunidad de verlas en bikini. Mi hermana que como ya he dicho era bastante reprimida solo usaba un bañador de cuerpo entero. Estuvimos en la piscina toda la mañana.
Después de comer todos fuimos a dormir la siesta y como mi hermana todavía tenía el bañador mojado fue al baño a quitárselo. Pero como dejaba la ropa en nuestro cuarto, cuando volvió sólo llevaba puesta una toalla grande. Tumbado en la cama, admiré su manera de cambiarse como un portento de estrategia. De espaldas a mi, primero se ponía sobre la toalla una larga camiseta que le llegaba hasta medio muslo y usaba como camisón. Luego se ponía unas bragas y por último se quitaba la toalla. Entonces se tumbó en la cama boca abajo y se dispuso a dormir la siesta. Debido al tremendo calor habíamos desterrado de las camas hasta la sábana de arriba. Esperé pacientemente unos veinte minutos hasta que se quedó dormida. Entonces con mucho cuidado me puse de rodillas en la cama y levanté despacio su camiseta hasta la cintura. Ante mí apareció su precioso y redondeado culo cubierto por unas ingenuas bragas blancas de algodón. Sin pensarlo dos veces saque mi polla del bañador y teniendo cuidado de no mover la cama, me hice una paja silenciosamente. Cuando nos levantamos de la siesta, mi prima y su amiga todavía llevaban el bikini puesto. Tras bañarnos otro rato, mi hermana temiendo que ellas fueran a pasar el verano medio en cueros, sugirió que no era sano llevar todo el día el bañador mojado. Dijo esto esperando que después del baño tomaran la costumbre de volver a vestirse, pero el resultado fue el contrario. Mi prima, tras reconocer que mi hermana tenía razón, se fue a su habitación, y al rato apareció en el salón vestida únicamente con unas bragas y un sujetador. Casi se me sale el corazón del pecho y otra cosa de la bragueta. Mi hermana le preguntó cómo se le ocurría salir así estando yo delante. Ella respondió que solo tenía un bikini y que al fin y al cabo no había diferencia entre ir en bikini e ir como ella iba. Mentalmente le di la razón a mi hermana. ¡Que no había diferencia!. Marta, para no parecer tímida delante de su amiga decidió imitarla, pero pude notar el rubor en sus mejillas cuando salió de su habitación. A partir de ese día la casa se convirtió en una pasarela de lencería. ¡Y qué modelitos!. A cuál más transparente y provocativo. Cada dos por tres tenía que ir al baño a aliviarme con la mano.
DIA 3. Me levanté tarde. Fui a la piscina y vi que Marta y mi hermana ya estaban allí. Al rato llegó mi prima con una camiseta puesta. Al quitársela vi que no llevaba bikini, sino bragas y sujetador. Se tiró al agua, nadó un rato y salió. Si su ropa interior ya era de por sí bastante transparente, mojada lo era del todo. Se le veía perfectamente la raja del culo, los pezones y la negra pelambrera del chocho. Las tres se pusieron a tomar el sol. No les quitaba el ojo de encima. Mi prima dijo que tomando el sol así acabarían teniendo el culo y las tetas blancas y que era mejor tomar el sol completamente desnudas. Mi hermana, viendo la firme decisión de mi prima, me dijo que entrara en la casa. Le pregunté por qué y me respondió diciendo que era indecente que me quedara allí y que además era muy pequeño para ver ciertas cosas. Yo fingí que me iba a casa, pero lo que hice fué rodear el seto y buscar alguna pequeña abertura entre las ramas por donde mirar. Ellas, incluida mi hermana, se lo quitaron todo y se untaron crema por todo el cuerpo dejándolos brillantes al sol. No tardé ni cinco minutos en regar el seto dejando blancos goterones colgando de las ramas.
Como Marta y mi prima iban siempre en ropa ineterior me creí en mi derecho de hacer lo mismo. Así que aunque tenía varios bañadores, los enterré todos en el fondo de mi maleta. Andaba por la casa, me bañaba y dormía con unos calzoncillos blancos de slip como única prenda. Lo hacía sencillamente porque me parecía más indecente.
Cuando mi prima y mi hermana fueron a dormir la siesta yo me quedé en el salón con Marta viendo la tele. Yo estaba sentado en un sillón y ella tumbada en el sofá. Al rato se quedó dormida. Esta vez no me iba a torturar como durante el viaje en coche. Me la saqué y me hice una paja mirando su precioso cuerpo casi desnudo.
Por la noche, después de cenar, mientra veían la tele, Marta dijo que iba a ir al baño a depilarse las piernas. Yo me adelanté y fingiendo que iba a mear, fui a coger una de las revistas que había guardado y metiéndome en baño la introduje en un cajón del mueble del lavabo, dejándolo entreabiero. Salí del baño y dije que me iba a tomar el aire. Al salir de la casa, fui a la ventana del cuarto de baño. Al momento se encendió la luz y entró Marta. Enseguida vió el cajón entreabierto y al ir a cerrarlo vió lo que había dentro. Sacó la revista y al ver cuál era su género, cerró la puerta y se puso a hojearla. Un minuto después se sentó en la taza del water, se bajó las bragas hasta los tobillos y mientras sujetaba la revista con una mano se puso a masturbarse con la otra. Yo, desde luego, hice otro tanto.
DIA 4.
Otra vez me levanté tarde. Fui al salón y vi que no había nadie. Entonces entró mi prima por la puerta con una toalla alrededor del cuerpo. Fué hacia la nevera y dijo:
– ¡Ah! ¡Necesito un refresco!. – Al agacharse frente a la nevera le vi todo el culo. Aquello era un auténtico reclamo. Mientras volvía a salir por la puerta se volvió y me dijo:
– No vengas ahora a la piscina que estamos tomando el sol desnudas. – Salí casi detras de ella y me puse a mirar desde mi escondite tras el seto. Estaban efectivamente las tres desnudas. Mi hermaana tomando el sol y las otras dos jugando ruidosamente en el agua. Verlas salir con sus cuerpos desnudos cubiertos de gotitas de agua era un delicioso tormento. Se tumbaron junto a mi hermana y entonces pude oir su conversación. Estaban hablando de mi. Mi prima decía que yo debía estar disfrutando de lo lindo con la estimulante compañía de ellas tres. Mi hermana dijo que yo era un mocoso salido y les reveló que en nuestra casa más de una vez me había pillado masturbándome. Mi prima contestó que era normal que los crios se hiciesen pajas a mi edad. Y añadió: «Además… ¿os habeis fijado en el tamaño de su paquete?». A Marta se le escapó: «¡Sí! ¡Es increible!», y al momento se tapó la boca avergonzada. Mi prima sonriéndola, le dió una palmada en el hombro y le dijo: «¡Guarra!» y se hecharon a reir. Por las confidencias que se hicieron supe que tanto mi hermana como Marta eran virgenes. Marta ni siquiera había visto una polla y mi hermana solo fugazmente la mia. Por el contrario mi prima dijo que ella había hecho de todo ese invierno con un compañero de clase. Habían follado, se la había chupado e incluso se la había metido por el culo. Las otras dos la escuchaban con la boca abierta. Esa conversación me reveló los datos suficientes para planear la actitud que debía adoptar ante cada una de ellas para iniciar un juego sexual. Con mi prima debía mostrarme ingenuo y tímido y con Marta indecente y atrevido. Mi hermana iba a ser un hueso duro de roer. Para empezar cambié de actitud hacia mis constantes erecciones. Llevaba cuatro días haciendo todo lo posible por ocultarlas (sentándome y cruzando las piernas, dándome la vuelta o yéndome a mi cuarto cada dos por tres). Aquello se acabó. Si ellas se habían fijado en mi paquete ahora iban a tener ración triple. En lugar de intentar ocultar mis erecciones, ahora las exibía constantemente. Incluso iba un momento al cuarto de baño a colocar mi polla de tal manera que la tienda de campaña que montaba en mis calzoncillos quedara lo más abultada y tensa posible. No me pasaron inadvertidas las miradas de reojo que recibía mi paquete por parte de las tres. Pero las de Marta eran casi constantes.
Durante la siesta me levanté de la cama, salí de la casa y me acerqué a la ventana de la otra habitación. Las ventanas y las cortinas estaban abiertas de par en par. La cabecera de la cama estaba debajo de la ventana, pero ellas habían decidido poner las almohadas al pie de la cama y dormir en el otro sentido. Allí estaban las dos dormidas. Marta con bragas y sujetador estaba irresistible pero mi prima, ante mi sorpresa, estaba boca arriba completamente desnuda. Disfruté esa visión un rato y luego se me ocurrió algo mejor. Volví a entrar en la casa, fui a la puerta de su habitación y la abrí con mucho cuidado. Entré y me acerqué a la cama. Pensé que si me descubrían allí, siempre podía alegar que había tenido que entrar para ir al baño. Pero allí de pié, al lado de la cama, viendo las tetas y el coño de mi prima, no pude resistir la tentación de sacarme la polla y empezar a meneármela. Pensar que bastaba con que cualquiera de las dos podría abrir los ojos en cualquier momento y pillarme allí de pié con la polla en la mano me excitaba muchísimo. Pero al cabo de unos minutos lo pensé mejor y decidí que era un riesgo demasiado grande y que tenía todo el mes por delante. Así que salí despacio de su habitación y volví a entrar en la mía. La tentación me esperaba en todas partes. Mi hermana, dormida boca abajo, tenía la camiseta subida hasta la cadera. Así que me arrodillé en la cama a su lado y continué pelándomela. Pero después del espectáculo de mi prima aquello me sabía a poco y actué en consecuencia. Nunca he tenido más cuidado en aquel momento. Con el índice y el pulgar de ambas manos cogí el elástico de sus bragas y lentamente tiré de él hacia abajo hasta dejar su culo al aire. Si mi corazón sobrevivió las aceleraciones de aquel verano, podrá resistirlo todo. Con una mano zumbándomela me agaché y besé aquellas preciosas nalgas. Luego queriendo coronar aquella paja con algo especial puse mi mano izquierda muy lentamente sobre una de sus nalgas y con la otra zumbándome la polla envuelta en un trapo para no dejar manchas sospechosas, me corrí con la imaginación ya puesta en atrevimientos mayores.
DIA 5.
Por la mañana mi hermana comentó la necesidad de ir a comprar más comida al pueblo. Preguntó si queríamos ir todos, pero yo dije que no quería ir. Entonces ella dijo que no podía quedarme solo y que una de las tres tenía que quedarse conmigo. Le tocó a Marta. Las otras dos se fueron y yo estimé que tenía tres horas por delante a solas con Marta. Había llegado a la conclusión de que Marta a pesar de sus 16 años, era psicológicamente bastante cría y por lo tanto podía y me convenía colocarla a mi altura. Al rato de irse las otras dos y viendo que la tele era un rollo, le propuse un juego. Uno debía tumbarse boca abajo y el otro debía dibujarle una letra en la espalda con el dedo. Luego debía pasar la palma de la mano como para borrarla, escribir otra letra y así sucesivamente hasta completar una frase. El que estaba tumbado debía decir qué frase había escrito el otro. Le propuse tumbarnos en la cama de mi cuarto para jugar a este juego. Así que fuimos a mi cuarto, me tumbé en la cama boca abajo y ella se sentó a mi lado. Yo le dije que mejor se sentara a horcajadas sobre mis piernas y ella lo hizo. Luego, letra a letra escribió con el dedo una frase sobre mi espalda. Aquellas caricias ya eran de por sí bastante placenteras. Yo adiviné la frase y le dije que me tocaba a mi. Ella se me quitó de encima, se tumbó en la cama boca abajo y yo me senté a hocajadas sobre sus muslos. Tuve que resistir la tentación de poner las manos sobre su culo. Le dije que para poder dibujar las letras sobre su espalda, tenía que desabrocharle el elástico del sujetador. Lo hice y luego, cada vez que borraba una letra, lo hacía con una larga cariciá desde la nuca hasta el mismo borde de sus bragas. Ella, a medida que adivinaba una palabra completa la decía en voz alta. Cambiamos el turno varias veces, y cada vez que yo terminaba de escribirle una frase le daba un azote en el culo y le decía: «Me toca». Ella solo se quejaba con un debil «¡Ay!». Al cabo de un rato, aprovechando mi turno decidí subir el tono de mi frase y ella iba diciendo las palabras a medida que yo las escribía: «Tu-culo-me-la-pone-dura… ¡Eh, no vale escribir cochinadas». Al incorporarse tenía la cara colorada. Cuando me volvió a tocar el turno, nada más sentarme sobre sus muslos le bajé las bragas dejandole el culo al aire. Ella se quejó diciendo: «¡Ay, guarro» pero no intentó descabalgarme ni darse la vuelta y se limitó a ponerse bien las bragas. Al poco de seguir jugando volví a bajarle las bragas. Esta vez, en lugar de subirselas ella, meneando el culo dijo: «Ponme bien las bragas o no juego». En lugar de hacerlo le metí una mano entre las piernas notando en mis dedos la humedad de su chocho. Ella se meneaba y decía. «¡Ay, quita!». Entonces, no deseando forzar la nota y echarlo todo a perder me levanté de la cama y dije: «Pues ahora soy yo el que no juega». Me fui a la habitación de ellas y cerré la puerta. Luego entré en el baño y dejé la puerta entornada. Entonces cogí un espejito y lo coloqué estratégicamente para que estando yo sentado en la taza del water pudiera ver si alguien se asomaba a la puerta sin tener que mirar yo en dirección a la misma. Entonces me senté en la taza y me puse a hacerme una paja. Poco después oí abrirse la puerta de la habitación y yo me puse a jadear sonoramente para atraer su atención. Un minuto despues, a través del espejito pude ver cómo Marta se asomaba por la abertura de la puerta. Yo continué con mi espectáculo para mi secreta espectadora. Después, volviendo a mirar el espejito (no quería mirarlo constantemente por si ella lo descubría por la dirección de mi mirada), vi por la abertura de la puerta que ella había introducido una mano bajo sus bragas y la movía lentamente. Esperé a ver el orgasmo dibujado en su cara para desencadenar el mío.
Cuando las otras dos volvieron, dijeron que en el pueblo había un videoclub y que se les había ocurrido que era una buena idea ir al pueblo a diario para comprar el pan y la prensa, alquilar alguna película y dar un paseo. Yo dije, adivinando la decisión que tomaron a continuación, que yo no quería ir al pueblo. Entonces ellas decidieron hacer turnos para quedarse conmigo.
Por la tarde, mi hermana estaba durmiendo la siesta boca arriba y se le había vuelto a subir la camiseta hasta la cadera. Entonces yo le levanté la camiseta por encima de los pechos. Con el mismo cuidado que el día anterior besé e incluso chupé sus pezones y me corrí con una mano sobre una de sus tetas.
DIA 6.
Le tocó quedarse a mi hermana. En cuanto se fueron las otras dos cogió sus libros y se puso a estudiar en la mesa del salón. Yo me fui a nadar a la piscina. Cuando volví al cabo de una hora ella seguía estudiando. Me dijo: «Anda, coge tus libros y ven a estudiar, que todavía no has dado ni palo desde que llegamos». Así que cogí mis libros y los puse sobre la mesa. Me senté frente a ella y me puse a estudiar. Entonces empecé a pensar en los cuerpos desnudos de ellas tres tomando el sol y me puse cachondo. Con mi hermana había llegado al punto en que lo que me excitaba más era la sensación de prohibido y el riesgo de que me pillara en mis manejos con ella. Así que por la simple excitación que me producía el riesgo de ser descubierto por ella, metí mi mano bajo la mesa, me saqué la polla y me masturbé sigilosamente. Cuando me iba a correr, la miré a la cara. Ella levantó la vista del libro y mirándome me preguntó: «¿Por qúe me miras así?¿Te pasa algo?». Y en el momento que el esperma empezaba a manar a chorros de mi polla tuve que juntar aliento para contestar: «No, nada, nada».
Ese día al echar la siesta se me ocurrió una idea maquiavélica. Me tumbé de lado y saqué mi polla tiesa por un lado del calzoncillo como si se hubiese salido accidentalmente. Entonces me eché un brazo sobre la cara, pero dejando un resquicio por donde mirar. Luego le di a ella un rodillazo «accidental» para que se despertara y me hice el dormido. Ella despertó se incorporó lentamente y al volverse hacia mi se quedó paralizada. Evidentemente había visto lo que asomaba por mi calzoncillo. Me tocó en el hombro para cerciorarse de que estaba dormido y se tumbó hacia mi lado mirando mi polla un buen rato. Lentamente acercó una mano y alargando un dedo rozó la punta del aparato. Yo, contrayendo los músculos, hice que este pegase un bote. Ella se sobresaltó y se dió la vuelta. Notando lo acelerado de su respiración no pude reprimir una sonrisa.
DIA 7.
Mi hermana y Marta se fueron al pueblo. Mi prima me sugirió que nos pusiéramos a limpiar la casa. Lo hicimos con ganas y una hora después ya habíamos acabado. Nos tomamos un refresco y ella dijo: «Estoy toda sudada, voy a darme una ducha». Yo salí de la casa como las otras veces y fui a la ventana del baño a disfrutar del espectáculo. Ella se duchó a conciencia y tras cerrar el grifo miró directamente hacia el roto de la ventana y llamándome en voz alta añadió: «¿Me traes una toalla?». Yo completamente turbado volví corriendo a entrar en casa, y cogiendo una toalla de un armario, fui a la puerta del baño. Llamé con los nudillos. Ella dijo: «Pasa». Yo abrí la puerta un palmo y metí un brazo con la toalla. Ella dijo: «Traemela porfavor, estoy en la bañera y no quiero mojar el suelo». Abrí la puerta del todo y allí estaba ella, de pie en la bañera, completamente desnuda. Me quedé clavado al suelo en el umbral de la puerta. Ella sonriendo me dijo: «Pasa, no seas vergonzoso. A mi no me importa que me veas desnuda. Además, ya me has visto otras veces ¿o es que crees que no sé que nos espías cuando tomamos el sol?». Me acerqué a ella como un zombi y le ofrecí la toalla, pero ella, dándose la vuelta, dijo: «Sécame la espalda». Así pues, con el corazón en la garganta me puse a secarle la espalda. Mientras lo hacía me dijo: «¿Qué es lo que haces detras del seto mientras nos miras?». Le contesté que no sabía de qué estaba hablando. «Si, ya, ya… Esta bien, cambiemos de tema ¿Te gusta mi culo?» dijo ella meneándolo. «Si quieres puedes secármelo». Tras un momento de duda, lo hice, sintiendo en mi mano la redondez de sus nalgas a través de la toalla. Entonces ella se inclinó un poco y separándose las nalgas con las manos dijo con una premeditada voz jadeante: «Sécame bien por ahí». Cuando ya tenía la mano con la toalla metida entre sus piernas, se dio la vuelta y cogiendo la toalla acabó de secarse ella misma. Luego saliendo de la bañera, se envolvió en la toalla y mirándome el paquete dijo sonriendo: «Vaya, vaya… Creo que sé de alguien que en cuanto yo salga se va a poner a tocar la zambomba». No se equivocó.
Durante la siesta ocurrió algo crucial. Mi hermana estaba dormida boca arriba. Entonces yo le subí la camiseta por encima de su cintura y ante la irresistible tentación que ofrecían los pelillos del chocho que sobresalían por los lados de las bragas decidí ver aquel tesoro. Con sumo cuidado estirando un poco el elástico aparté la braga a un lado dejando el chocho al aire. Ella se movió un poco y rápido como un rayo me tumbé en la cama poniéndome la almohada sobre la cabeza y me hice el dormido. Pero no cerré los ojos porque entre la almohada y el colchón dejé un resquicio por donde ver lo que ella hacía. Después de desperezarse, se incorporó e inmediatamente descubrió la extraña posición de sus bragas. Se las colocó tapándose el coño y llegando a la evidente conclusión de que aquello no era casual me escrutó con la mirada. Algo estaba ocurriendo mientras dormía y decidió averiguarlo. Se volvió a tumbar boca arriba y ella misma volvió a apartar sus bragas a un lado dejando su coño al aire. Me incorporé lentamente y por su distinta respiración comprendí que ella fingía dormir. Decidí seguirla el juego. Me puse de nuevo a su lado de rodillas y lentamente apoyé mi mano sobre su chocho desnudo. Su cuerpo sufrió un ligero espasmo. Pero no se movió. Entonces empecé a acariciar suavemente su monte de Venus. Ella no pudo evitar cerrar los puños. Todo era evidente. Ya sin miramientos me puse a explorar por primera vez lo que tan subrepticiamente se me ofrecía. Separé los labios vaginales, los acaricié, me chupé un dedo y poco a poco se lo metí entero, sacándolo y metiéndolo una y otra vez. Después localicé el clítoris y me puse a frotarlo hasta que vi que encogía los dedos de los pies. Ella se iba a correr. Luego me tocó el turno a mi. Le levanté la camiseta y me puse a sobarle las tetas con una mano mientras me hacía una paja con la otra. Esta vez ya no me preocupé de no mover la cama o de que mi polla no hiciese el ruido de chasquidos propio de la masturbación.
DIA 8.
Nos quedamos en casa Marta y yo. Ella estaba tumbada en el sofá viendo la tele y yo sentado en un sillón leyendo un tebeo. Durante una pausa publicitaria ella se levantó para ir al baño y yo le quité el sitio tumbándome en el sofá. Cuando ella volvió, al verme se quejó: «¡Eh, que ahí estaba yo». Yo , riendo, le contesté: «Quien se fue a Sevilla perdió su silla». Ella, también sonriendo, dijo: «Ah, si… pues ahora verás». Y se sentó sobre mi estómago. Yo empujándola, le dije: «¡Quita!» y ella contestó: «No me pienso quitar hasta que te levantes de mi sitio». Pero con el empujón que le había dado, ocurrió algo inesperado. Pasó de estar sentada sobre mi estómago a estarlo directamente sobre mi paquete. Aquel fue el final de mi lucha. Le dije: «Bueno, pues no te quites. A ver quién de los dos tiene más paciencia». Para agravar la situación ella se puso a restregar el culo y a dar saltitos diciendo: «¿A que fastidia, eh?». Ocurrió lo inevitable. Mi picha creció y creció bajo la presión de su caliente trasero. Notaba mi erección embutida justo en la raja de su culo. Ella poco a poco se puso seria. Evidentemente había notado aquel bulto duro y adivinado su naturaleza. A pesar de ello no dejó de moverse. Fingiendo interés por la televisión su cara comenzó a ponerse colorada. Entonces hubo otro intermedio y ella se levantó. Yo me fui a mi habitación a planear algo. Pero no hizo falta. Poco después ella llamó a la puerta y entrando, se sentó en mi cama con las piernas cruzadas. Dijo: «Me aburro… ¿Contamos chistes?». Le dije que sí. Y nos pusimos a contar chistes por turno. Pero viendo su cara angelical no pude resistir la tentación de ponerla en un pequeño aprieto y al llegar a mi turno me quedé callado. Ella dijo: «Vamos, te toca». Y yo le dije: «Me acuerdo de uno, pero es un chiste verde». Ella dudó un momento y dijo: «Bueno, vale, cuéntamelo». Se lo conté y luego le dije: «Ahora te toca a tí contar uno verde». Y así continuamos un rato. Sus chistes eran bastante inocentes y los míos cada vez más subidos de tono. Entonces, cuando ella acababa de contar un chiste yo me tumbé en la cama boca arriba y dije: «¡Jó con los chistes verdes!¡Mira cómo se me ha puesto!». Y en un santiamén me bajé los calzoncillos hasta las rodillas dejando mi polla tiesa al aire como el mastil de un barco. Ella reaccionó tapándose la boca en un gesto de sorpresa y luego dijo: «¡Qué guarro!», pero le no quitaba el ojo de encima. Entonces yo le dije: – – ¿Me haces un favor?. – – Depende – dijo ella.
Entonces junté valor y le dije: «Hazme una paja».
Ella se ruborizó y dijo: «No, eso no quiero». Yo le supliqué: «Venga… No seas tonta… Ademas, si la tengo así es por tu culpa. ¿Crees que no me afecta verte todo el día en bragas y sujetador con lo buena que estás?». Este cumplido acertó en su objetivo. Ella dijo: «Es que… no lo he hecho nunca». Yo le contesté: «No importa. También es la primera vez que me lo hace una chica». Así que Marta acercó a mi polla su mano temblorosa y cogiéndola, empezó a moverla arriba y abajo. Yo estaba literalmente en el cielo. Para el colmo, ella, de vez en cuando, con la cara seria de excitación, hacía preguntas como «¿Lo estoy haciendo bien?» o «¿Te da gusto?». No era sólo el placer que me producía el sube y baja de su mano en mi polla. Era igualmente excitante el simple hecho de verla allí, arrodillada en la cama a mi lado, haciéndome una paja. Era mi sueño dorado hecho realidad. Al cabo de un rato empecé a gemir y ella me preguntó: «¿Ya te sube la leche?». Yo asentí con la cabeza y ella fijó su atención con los ojos muy abiertos en la rajita de mi capullo al tiempo que aceleraba su mano. La leche empezó a salir a borbotones chorreando por su mano hasta la muñeca. Me incorporé, le di un beso en los labios y le dije: «Gracias». Entonces ella, saliendo de una especie de trance producido por la excitación, dijo: «Yo… Esto no está bien. Solo eres un crio», y avergonzada salió corriendo de la habitación. Decidí dejarla en paz de momento. Desde luego sus palabras no me afectaron en absoluto. Puede que solo tuviera doce años, pero mi entrepierna no entendía de cronologías.
De nuevo durante la siesta con mi hermana llegué aún más lejos que el día anterior. En lugar de apartar sus bragas a un lado, tiré de ellas hacia abajo hasta quitárselas. Entonces cogiéndola por los tobillos le separé bien las piernas y acercando mi cara a su chocho me puse a besarlo y luego a lamerlo separando los labios vaginales y centrándome en el clítoris. Pero antes de que se corriera me tumbé a su lado y frotánle el clítoris con una mano yo me la meneaba con la otra. Mientras hacía esto acerqué mi boca a su oido y emití pequeños jadeos y gemidos sencillamente para provocarla, pero como si nada. Después de notar que ella se había corrido, me incorporé un poco y mientras me la meneaba la besé en la boca, cogí las bragas que le había quitado y envolviéndolas en el capullo me corrí empapándolas de lefa al tiempo que intentaba meter mi lengua entre sus labios cerrados. Después puse las bragas sobre su almohada al lado de su cara. Entonces me dormí satisfecho pensando cómo se las arreglaría ahora para fingir que no había pasado nada. Pero no se rindió. Cuando me desperté ella ya se había levantado y durante todo el día me trato como si no se hubiese dado cuenta de nada.
DIA 9.
Marta y mi hermana se fueron al pueblo. Mi prima me propuso ir a bañarnos a la piscina. Nos estuvimos bañando un rato y luego nos tumbamos juntos a tomar el sol. Al rato ella me preguntó: «¿Te importa si me quito el sujetador y las bragas? Es que no quiero que se me queden las tetas y el culo blancos». Tragando saliva le dije que no. Ella se quedó en pelota viva y se tumbó boca abajo. Ofreciéndome el bote de crema me pidió: «¿Me pones crema en la espalda?». Yo me puse de rodillas a su lado y echando un chorro de crema en su espalda me puse a extenderla con la mano. No podía dejar de mirar su culo y en las largas pasadas de mi mano sobre su espalda, llegaba con la punta de mis dedos casi hasta la rabadilla. Ella, ladeando la cabeza, me miró el paquete y dijo maliciosamente: «¿Seguro que no prefieres ir a hacerte cositas detrás del seto?». Como me quedé callado me dijo: «Ponme crema en el culo. De lo contrario, si no lo abrasa el sol, lo harán tus miradas». Así que me puse a untarle crema por el culo. Al principio solo por las nalgas y luego metiendo mis dedos por el surco entre las nalgas hasta el mismo ojete en un magreo sensacional. Ella me decía: «¡Qué!¿Te lo pasas bien?». Entonces, aprovechando que ella tenía las piernas un poco separadas, en una caricia que empezó entre sus nalgas, fui metiendo la mano entre sus piernas hasta plantar mis dedos en su chocho. Entonces ella cerró rápidamente sus piernas aprisionandome la mano y diciendo: «¡Eh, cochinote!¡Que eso no es el culo!». Entonces se puso boca arriba y sonrriéndome cogió el bote de crema y me dijo: «Gracias, ya sigo yo». Cuando se puso a untarse las tetas no aguanté más y me tiré a la piscina como un hierro al rojo.
Durante la siesta al levantarle la camiseta a mi hermana cuál fue mi sorpresa al descubrir que no se había puesto bragas. Entonces cambié de estrategia. Repetir lo mismo ya no tenía tanto morbo. Decidí calentarla de tal manera que yo controlara el punto de ebullición. Todos los dias la masturbaba hasta que notaba que encogía los dedos de los pies. Entonces paraba, dejándola siempre al borde del orgasmo. Yo me acostaba y me divertía viendo como ella esperaba unos minutos por si yo continuaba y luego fingiendo despertar se levantaba y se iba al baño. Yo entonces iba fuera a la ventana del baño a contemplar mi triunfo. Siempre la econtraba masturbándose. En una ocasión la descubrí metiéndose un calabacín, lo cual me convenció de que había perdido el himen (probablemente durante alguna masturbación similar).
DIA 10.
Me quedé solo con mi hermana. Estabamos viendo las noticias, cuando mi hermana dijo:
– El presentador se ha equivocado, la capital de Canadá es Montreal, no Otawa. – – No se ha equivocado, es Otawa.- Dije yo. – – ¡Tú que sabrás! Estoy completamente segura de que es Montreal. – – ¿Hacemos una apuesta?- Sugerí. – – De acuerdo. Pero una apuesta de verdad. Te vas a enterar. Si yo tengo razón te corto el pelo al cero… y te bebes un vaso de aceite. – Entonces decidí jugar todas mis cartas. Cogí un papel escribí una cosa en él y se lo dí diciendo:
– Si yo gano haces eso. – Ella cogió el papel y leyó en silencio mis condiciones («Te desnudas completamente, me dejas que te unte crema por todas partes todo el tiempo que yo quiera y luego me haces una paja»). Cuando lo hubo leído me miró ofendida y me dió una bofetada. Inmutable le dije: «Bueno… si no quieres apostar…». Ella respondió enfadada: «No, no… Acepto la apuesta. Estoy convencida de que tengo razón y voy a disfrutar dejándote calvo y viéndote beber aceite». Yo le dije: «Está bien. Pero primero prométeme que si pierdes cumplirás lo acordado». Ella dijo: «Lo prometo. Hazlo tu también». Yo lo hice y fui a por un diccionario enciclopédico que había en la estantería del salón. Lo pusimos encima de la mesa y buscamos en la C. Lo encontramos: «Canada: Capital Otawa». «Has perdido» le dije. Ella se fue a la habitación y cerró la puerta dando un portazo. Cuando entré ella estaba tumbada en la cama leyendo una revista como si nunca hubiese hecho una apuesta. Le dije acusadoramente: «Prometiste cumplir tu parte». Ella me miró con cara de cabreo. Se levantó, salió de la habitación y al momento entró con un bote de crema en la mano. Lo tiró sobre la cama, se desnudó tirando la ropa contra la pared y ya completamente desnuda se tumbó en la cama boca abajo. «¡Eres un guarro! ¡Proponerle algo así a tu propia hermana!». Ella, lo que en realidad odiaba no era lo que iba a pasar, sino tener que admitir luego que había pasado. No poder fingir luego que no había pasado nada era demasiado para su orgullo. Yo disfrutaba de mi victoria. Cogí crema y me fui directo a su culo. Lo sobé con ganas. Con las dos manos. Ella volvió a decir: «¡Guarro!». Le agarraba las nalgas y las separaba para ver bien su ojete. Le metía los dedos por la raja del culo y bien untado en crema le masajeaba el ojete con la llema del dedo índice. Entonces sin previo aviso le metí el dedo en el culo. Ella se quejó: «¡Eh, pero qué haces!». Yo le dije: «La apuesta incluía untarte crema por todas partes». Ella se calló y yo me puse a meterle y sacarle el dedo del culo. Ella mordía la almohada. Le dije: «Date la vuelta». Ella se dio la vuelta tapándose las tetas con un brazo y el chocho con la otra mano. Le dije: «Quita las manos. Quiero sobarte las tetas». Ella contestó: «¡Marrano!», pero se puso las manos detrás de la cabeza. Mirándola directamente a los ojos, me puse a sobarle sus preciosas tetas con una mano. Con la otra me bajé los calzoncillos y le dije: «Mira. La tengo completamente tiesa. Ella tras mirarla un momento, volvió la cabeza hacia el lado contrario diciendo: «¡Qué asqueroso!». Me dediqué un rato a sus tetas y luego, lentamente, fui bajando por su estómago hasta su chocho. Me puse a hacerle una paja en toda regla. Pero como la última vez esperé a que encogiera los dedos de los pies y paré en seco. Su cara era un poema. Ella sabía que yo la había dejado al borde del orgasmo a propósito, pero no podía decirme nada sin reconocer que aquello le gustaba. Me tumbé boca arriba en la cama y le dije: «¿Ya sabes lo que toca ahora no?». Ella se puso de rodillas en la cama a mi lado y dijo: «Solo un mocoso salido puede querer que su propia hermana le masturbe» pero antes de acabar la frase ya tenía mi polla en la mano. Esta vez no apartó la vista. La miraba con ansia mientras la meneaba. Aproveché para meter mi mano por detrás entre sus piernas y acariciarle otra vez el chocho. Ella al sentirlo, abrió un momento la boca, pero no dijo nada. Yo esperé a correrme a que ella estuviese a punto de hacerlo. Le metí un dedo hasta el fondo para notar las contracciones de su vagina y empecé a soltar chorros de lefa al tiempo que le decía: «¿Quién es la guarra ahora?».
DIA 11.
Nuevamente me quedé a solas con mi prima. Sorprendentemente, a pesar de estar en Agosto, hizo un día otoñal, frío y nublado. Mi prima estaba leyendo en su habitación y a mi me apeteció una ducha caliente. Llamé a la puerta de su habitación y entré. Le dije que quería pasar al baño a darme una ducha. Pasé al baño y cerré la puerta. Llevaba ya un rato bajo la ducha cuando mi prima llamó a la puerta con los nudillos y antes de que yo pudiese contestar abrío la puerta y pasó dentro diciendo: «Perdona, pero es que me estoy haciendo pis». Y en un santiamén se bajó las bragas hasta los tobillos y se sentó en la taza del water. Yo, al principio atónito por su desparpajo, no caí en la cuenta de mi propia situación: Allí de pie en la bañera frente a ella, completamente en bolas. En cuanto ella se bajó las bragas, mi polla, en cuestión de cinco segundos, pasó de su mínima y colgante expresión a una indecente y tiesa horizontalidad. Al notar mi estado, me di la vuelta inmediatamente. Luego ella tiró de la cadena, se subió las bragas y cogió la toalla. Yo giré la cabeza y al verla con la toalla en la mano le dije: «¿Me la das?». Ella repondió: «Deja, yo te seco. El otro día me secaste tú a mí». Y se puso a secarme la espalda. Me secó el culo, las piernas y la cabeza. Luego, cogiéndome por la cadera dijo: «Date la vuelta». Lo hice. Nada más ver mi tiesa polla dijo sonriendo: «Vaya, vaya… Mira lo que tenemos aquí». Traté de taparme con las manos. Ella apartando mis manos dijo. «Vamos… No tienes por qué avergonzarte de tu erección. Es muy normal. Además, tienes un pene muy grande para tu edad y eso a las nenas nos encanta». Se puso a secarme el pecho y luego fue bajando por el estómago hasta la ingle. Entonces, mirandome a los ojos, puso la lengua en el labio superior en una mueca provocativa y se puso a secarme suavemente el pene y los huevos con la toalla. Entonces, acercando su boca a mi oreja dijo en un susurro: «Se te ha puesto tiesa cuando me he bajado las bragas ¿verdad?». Entonces me dio la toalla y salió del cuarto de baño cerrando la puerta tras ella. Allí me quedé yo, de pie en bolas en la bañera, con una toalla en la mano y la polla como una estufa. Me encantaba el juego de hacerme el inocente con ella pero había llegado la hora de dar un pequeño paso adelante. Dejé la toalla en el toallero y salí del baño completamente desnudo. Ella estaba leyendo tumbada en la cama. Se me quedó mirando extrañada. Yo me tumbé a su lado en la cama boca arriba. Ella me preguntó: «¿Qué haces?». Yo, sin contestar, cogí su mano por la muñeca y la puse sobre mis genitales. Ella, acariciando mis testículos dijo sonriendo: «¡Menudo sinverguenza! ¿Me estás insinuando que te masturbe?». Yo no dije nada pero ella se puso a hacerme una paja. Al cabo de un minuto se paró y acercando su boca a mi oído dijo en voz baja: «¿No prefieres que te haga una mamada?». Y ante mi cara de sorpresa se agacho y se puso a darle besitos a mi capullo. Luego se puso a pasarme la punta de la lengua por la rajita del glande y por último se la metió en la boca haciéndome una mamada sensacional. Quince minutos después, sin previo aviso, empecé a eyacular en su boca. Ella me miró a los ojos, pero no se la sacó de la boca, concluyendo la mamada mientras la lefa se escurría por la comisura de sus labios. Luego se la sacó de la boca y después de escupir la lefa en un pañuelo de papel me dijo: «Debes avisar cuando notes que te vas a correr. A mi no me importa, pero a otras chicas puede darles asco que les eches la lefa dentro de la boca».
Por la tarde estábamos viendo la tele cuando mi prima abrió el último cajón de un mueble encontrándo otro par de cajas de condones. Nos los enseño y los dejó encima de la mesa.
DIA 13.
De nuevo me quedé a solas con mi hermana. Estábamos estudiando cuando le dije que me aburría. Le propuse repetir la apuesta del otro día, pero simplemente a cara y cruz. Ella aceptó inmediatamente. Yo sabía que a ella le atraía tanto la posibilidad de ganar como la de perder. Ella disfrutaba tanto como yo con mis estrategias para hacerla participar en aquellas prácticas sexuales, pero su orgullo no podía admitirlo. Hacerlo como pago de una apuesta era la via de escape para su dignidad. Yo, aprovechando al máximo la situación, le dije que mis condiciones habían cambiado. Si yo ganaba ella no me tenía que hacer una paja. Me tenía que dejar que le restregara la polla entre las nalgas. Tan excitada la había puesto aquella propuesta que ni siquiera se le ocurrió disimular aumentando sus condiciones. Aceptó de inmediato. Se lanzó la moneda al aire y para mi alivio volví a ganar. Le costó fingir cara de disgusto. Fuimos a la habitación y repetí todas las fases del magreo como la otra vez. Llevaba un rato tocándole el clítoris cuando le dije que quería restregar mi polla entre sus nalgas. Entonces fui a por un condón y me lo puse delante de ella. Me preguntó: «¿Qué haces?¿Por qué te pones eso?». Yo le dije: «Es por si acaso…» y dejé el resto en el aire. Ella simplemente se alzó de hombros. Le dije que se tumbara boca abajo con las almohadas bajo las caderas. Su culo en pompa era una maravilla. Me puse detrás de ella y colocando mi polla entre sus nalgas, comencé a restregarla moviéndome rítmicamente hacia adelante y hacia atrás. Al cabo de unos minutos paré un momento y cogiendo mi polla con la mano me puse a pasarle el capullo a lo largo de la raja del culo. Entonces aprovechando que ella tenía las piernas un poco abiertas, alargaba mis pasadas hasta la misma entrada del chocho. Así en una de las pasadas, en lugar de volver a la raja del culo, dejé la punta de mi pene apoyada en la húmeda entrada de su chocho. Entonces, apretando lentamente hacia dentro, mi glande comenzó a ser engullido por sus labios vaginales. Mi hermana contuvo la respiración, pero no dijo nada para protestar. Yo pensé: «Quien caya otorga». Y seguí apretando con mis caderas hacia delante mientras mi polla se hundía centímetro a centímetro en el interior de su caliente y húmedo chocho. Cuando la tuve entera dentro me detuve un momento a saborear aquella nueva sensación tan esperada. Luego comencé un mete-saca en toda regla. Alargué mis brazos hacia delante y me puse a sobarle las tetas. Tenía los pezones duros como la piedra. Al rato de darle por detrás, se la saqué y le di la vuelta. Tenía las mejillas coloradas y me miraba con cara de sorpresa. Entonces me tumbé encima de ella y se la volví a meter follándola con toda mi ansia acumulada. Entonces ella cruzó las piernas sobre mi trasero y me puso las manos en la espalda. La besé en la boca y esta vez ella abrió los labios receptiva, respondiendo con su lengua a las caricias de la mia. Aquello era mi victoria definitiva. Ella se puso a gemir con la llegada de su orgasmo y yo me abandoné entonces al mío. Me quité de encima suyo y me tumbé a descansar. Ninguno de los dos dijo nada. No hacía ninguna falta.
Hola Rocio
Lei el relato de aquellas pajas del 23 Ago del 2002, y la verdad me gusto mucho, sin embargo que me quede con la duda de que si habra mas sobre el relato, ya que faltan dias por contarse del realto…. esta muy bueno y seria genial ver el final feliz…
Tal parece que no hay segunda parte.